Los dioses deben estar locos

Cómics

Wonder Woman, una semidiosa.
J. Fernández

02 de noviembre 2013 - 05:00

Wonder Woman, 5. Brian Azzarello, Cliff Chiang, etc. ECC. 96 páginas. 9,95 euros.

Con un enfoque fresco e inesperado, Brian Azzarello ha logrado llevar a Wonder Woman a la primera línea de interés del nuevo universo DC. La estrategia del premiado guionista de 100 Balas ha pasado por retomar la senda iniciada por George Pérez y Greg Potter tras las Crisis, que basaron buena parte de su interpretación en desarrollar el panteón mitológico afín al personaje, pero aplicándole un tono radicalmente distinto. Los dioses de Azzarello, griegos como mandan los cánones, son una familia de hijos de puta peligrosos que poco o nada tienen que envidiar a la misma cosa nostra, y andan metidos en sangrientas maquinaciones, unos contra otros, con el telón de fondo de una profecía del fin de los tiempos que está próxima a cumplirse. La propia posición de Wonder Woman en el tablero de juegos ha cambiado radicalmente: la amazona ya no es un trozo de arcilla encarnado, sino la hija de Zeus e Hipólita, es decir, toda una semidiosa.

Hay quien ha comparado esta serie con la adaptación televisiva de Juego de Tronos, y es que el escritor de Wonder Woman se las apaña aquí para tejer un tapiz excitante y violento, sembrado de espadas, motivaciones cambiantes y puntos de giro sorpresivos. Con todo, no hay una semejanza efectiva sino más bien una senda compartida. El tebeo no es tan complejo, pero logra ser dinámico y adictivo. Y al éxito de la propuesta ayuda un apartado gráfico pulcro y muy atractivo, debido a Cliff Chiang y compañía, que se benefician de los elegantes colores de Matthew Wilson. El quinto tomito de Wonder Woman editado por ECC contiene los números 16 a 19 de la serie de la amazona, y en ellos concluye la búsqueda del hijo de Zola -en la que participa también Orión, de los Nuevos Dioses-, toda vez que avanza el sangriento viaje del primer hijo de Zeus, por parajes helados y bajo los mares. Además de Chiang, dibujan Tony Akins y Goran Sudzuka, en una onda que recuerda a veces las virguerías del propio David Rubín. Ya me gustaría a mí ver al de Orense por estas imaginativas páginas, que parecen escritas para él.

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