La dignidad del aprendiz de herrero

'Grandes esperanzas' reflexiona sobre los espejismos del honor, pero también sobre los engaños del corazón.

Braulio Ortiz

29 de febrero 2012 - 05:00

Grandes esperanzas. Charles Dickens. Trad. Jonio González. Debolsillo. Barcelona, 2008. 660 páginas. 9,95 euros.

A pesar de la celebridad de la que goza, del hecho de que se trata sin duda de una de sus creaciones más afortunadas y mejor acogidas, Grandes esperanzas no suele mencionarse por los admiradores de Dickens como el título favorito del autor. Harold Bloom señala que la novela ha quedado en cierto territorio intermedio: para el crítico neoyorquino no forma parte de la mitología popular como lo hace Oliver Twist, gran parte de los especialistas se decantarían por Casa desolada, y ni siquiera el autor británico, que de su producción manifestó alguna vez su predilección por David Copperfield, tendría esta ficción como su obra de cabecera. No obstante, Dickens recorre la vida del huérfano Pip, contada aquí en primera persona por su protagonista, con tal maestría y dominio de recursos, desde ese enorme conocimiento del alma humana que le permitía crear personajes inolvidables hasta su característica maña para describir la desdicha sin dar la espalda al inteligente recurso de la ironía, que sólo esta obra ayudaría a entender por qué se trata de uno de los nombres indiscutibles de la literatura europea y una de las voces más llevadas al teatro y al cine: sólo Grandes esperanzas ha inspirado más de 250 versiones, emprendidas por cineastas tan dispares como David Lean o Alfonso Cuarón, responsable este último, por cierto, de uno de los acercamientos más discutibles y fallidos al material originario.

La razón por la que Grandes esperanzas ha podido disponer de tal cantidad de revisiones, donde se percibe su condición de alta literatura, es en la cantidad de asuntos por los que transita. Dickens recoge el caudal de la vida en las peripecias de Pip y la espléndida galería de secundarios que le acompañan, pero en ese paseo por las vicisitudes, los anhelos y las decepciones que encierra toda biografía, su autor habla de un sinfín de cuestiones vinculadas al ser humano y su papel en la sociedad. La historia del huérfano que gracias a la ayuda de un benefactor cambia su destino posibilita a Dickens una honda reflexión sobre la arbitrariedad y la injusticia de la diferencia de clases, la impotencia y la vergüenza de quien se halla en el nivel más desfavorecido y sueña con un giro por el que le sonría la providencia, también la soberbia y la crueldad con la que uno puede renegar de sus orígenes cuando la fortuna ha mostrado su cara amable... No es difícil adivinar aquí, en los deseos de Pip de convertirse en caballero, resonancias de la adolescencia del propio Dickens, que a los 12 años comenzó a trabajar en una fábrica de betún. Pero la sabiduría del novelista impide que el retrato del protagonista cargue las tintas sólo en su perfil amable: en sus aspiraciones de progreso sorprende, por ejemplo, la ingratitud con que Pip se aparta de Joe, el marido de su hermana y un ángel bondadoso que ha protegido hasta entonces al joven.

Pip, en todo caso, arrastra en sus movimientos una vieja herida, obra así por el capricho de un idilio imposible: toda su existencia, desde un día crucial de su infancia, ha intentado en vano ganarse el aprecio de la esquiva e inalcanzable Estella. Grandes esperanzas es, a su modo, una historia de amor enferma, la de un hombre cuya voluntad estará sometida a la posibilidad de conquistar a quien se le muestra inaccesible, una fábula sobre cómo los engaños del corazón pueden marcar el destino de alguien. Estella, como Pip, no es sino una víctima de los designios ajenos: ha sido educada por miss Havisham -uno de los hallazgos indiscutibles de la novela, uno de esos personajes que se graba en la retina del lector- para despreciar a todos sus pretendientes y vengarse así del hombre que abandonó a su tutora, quien deambula por su casa como una novia perpetua. Pip, que cree en un principio que Havisham es su benefactora, descubrirá más tarde que quien le ha otorgado su posición es otro: Magwitch, un presidiario fugado que al inicio de la narración le pide que le facilite provisiones y se marcará como objetivo hacer de aquel muchacho un hombre con las comodidades y la suerte que él no ha podido tener. Magwitch, como Joe, muestra cómo la bondad no entiende de clases sociales, cómo el honor trasciende los prejuicios de los privilegiados.

Dickensdespliega toda esa red de personajes y conflictos con el pulso firme de un maestro que se encuentra en su etapa de madurez -la obra se publicó entre 1860 y 1861-, y Grandes esperanzas proporciona el placer de las narraciones sublimes. Cuando, al final, el autor abra una puerta al optimismo con un reencuentro de Estella y Pip, ya cambiados por la huella del tiempo, defraudadas las expectativas y abolidas las convenciones que han guiado sus pasos, el lector alberga una serena confianza: el ser humano, parece decirnos Dickens después de esta novela de aprendizaje, posee una asombrosa dignidad, más allá de la aprobación o el recelo con que lo juzguen sus conciudadanos, más allá del condicionante de sus orígenes.

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