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Manhattan desde el Queensboro
Alhambra Monkey Week
Sólo hay dos clases de españoles que no se sienten interpelados por el Mediterráneo de Joan Manuel Serrat, la canción o el álbum: quienes no lo han escuchado aún (desdichada juventud, perezosa desidia) o quienes se creen más españoles de lo que en realidad son. Da igual venir del Atlántico o del Cantábrico (ese otro Atlántico); incluso quienes alivian su estío en las riberas de la meseta son mediterráneos, romanos, griegos, árabes.
Y ese milagro de canción, ese milagro de álbum, nos reúne entorno a la hermosa y evocadora imagen del "en la piel tengo el sabor amargo del llanto del llanto eterno, que han vertido en ti cien pueblos, de Algeciras a Estambul, para que pintes de azul tus largas noches de invierno".
El Mediterráneo, tras África, es nuestro segundo origen. El estío, las largas noches de invierno, configuraron ese ser y estar que los bárbaros, tan imbéciles hoy como ayer -aunque ahora desabastecidos por el brexit o arrasados por el negacionismo pandémico- ni atisban a concebir.
Así pues, homenajear en el Alhambra Monkey Week a Serrat y a su obra cumbre en el 50 aniversario de su publicación se antojaba desde el principio una idea feliz. Y aun con altibajos, lo fue.
Tras la heroica edición virtual del pasado año el festival ha vuelto a los escenarios, aunque el traslado de la Alameda al imponente Cartuja Center Cite le birla su carácter callejero, bullanguero. Y eso se echa tanto en falta que no quedan dudas sobre el regreso al lugar de origen en cuanto las condiciones lo permitan.
Con un mínimo retraso debido a un llamativo pero inofensivo incidente -cuando el público accedía al teatro saltó la alarma antincencios en el hall y alguno acabó empapado-, el XIII Monkey arrancaba con las barcelonesas Tarta Relena y su folk imaginario, también mediterráneo, tamizado por la electrónica. Quizás su propuesta no resulte a estas alturas demasiado original, pero desde luego sí es efectiva: sus potentes voces empastan con precisión y nos transportan a escenarios oníricos.
A la postre, en cualquier caso, resultan bastante más interesantes que La Chica, la pregonada cantante y pianista francovenezolana, que, coincidencia, el mismo día que el dramaturgo Yunior García denunciaba en España la visión romántica que la izquierda europea aún guarda de la dictadura cubana, dedicó Ratas a "los pueblos de Latinoamérica que luchan contra el imperialismo yankee". De manual, ritual chamánico incluido.
El sin duda plato principal de la jornada asaltaba el escenario cerca ya de la medianoche con los más que solventes Los Estanques como banda base y un Luis Regidor entregado en cuerpo y alma a Mediterráneo -la canción-. El fantástico guitarrista cacereño se integraría también después en la formación para arropar a los invitados en una vertiginosa reinterpretación del emblemático álbum.
Dani Llamas borda Pueblo blanco con el timbre más cercano a Serrat de toda la noche, mientras que Rebe, con más actitud que voz, salva los trastos en Qué a va ser de ti.
Barquito de papel recae en una esplendorosa Anni B Sweet -de lo mejor-, que aún se queda para hacerle coros a Carlangas en La mujer que yo quiero. El cantante de Novedades Carminha está fuera de registro, pero también resuelve.
Enorme se aparece también Maria Rodés en la mínima e inmensa Aquellas pequeñas cosas -poderío- y Raúl Rodríguez arrolla con su revisión de Vagabundear, que arranca sonoros aplausos.
Anni B Sweet y Dani Llamas -insisto, los dos estupendos- repetirán; ella con Lucía y él con la adaptación del poema de León Felipe, Vencidos.
Ya en las propinas extrameditarráneas caen, entre otras, La saeta, con un contundente Miguel García, de Derby Motoreta's Burrito Kachimba, y la vibrante Fiesta, aquí puesta en pie por unos entusiasmados Los Estanques. Y razones tenía la banda para ese entusiasmo, porque superó el difícil reto con nota alta.
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