La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lección de Manu Sánchez
Hace mucho tiempo que José María Conget conquistó el extraño y ambiguo territorio de los escritores de culto. El escritor zaragozano, actualmente residente en Sevilla y antes en muchas otras ciudades, de París a Nueva York, de Cádiz a Londres, ha reunido desde que empezó a publicar a principios de los años 80 una obra sugerente, lúdica y rica en matices que defiende con la pasión y la tranquilidad de quien no vive de la literatura. "Eso me he permitido muchas cosas, por ejemplo no presentarme a concursos literarios, que aborrezco, ni tener que escribir cosas que no me apetecían. Y ha tenido inconvenientes. A veces la literatura ha ocupado un segundo, un tercer lugar en mi vida. Pero eso está bien, la literatura no es lo más importante; lo son más los afectos, la familia, los amigos", dice el autor, que ve cómo regresan ahora a las librerías sus tres primeras novelas, reunidas por primera vez en un solo volumen por la editorial Larumbe.
"No las había vuelto a leer desde entonces, pero lo hice hace poco para corregir las pruebas de la edición. Hay cosas que me siguen gustando... y otras no tanto. Sobre todo la primera novela es muy pedante. Está llena de citas literarias, ¡hasta se me ha olvidado de quiénes son muchas de ellas!", dice este escritor poco habituado a los tics de la solemnidad. "De hecho, el título que le puse al principio a la trilogía era Opus Pedantis, pero el editor me dijo que no, que eso echaría para atrás a los lectores".
Quadrupedumque (1981), Comentarios (marginales) a la Guerra de las Galias (1984) y Gaudeamus (1986), las novelas que integran esta trilogía inicialmente no planteada como tal, sorprendieron en su momento -y siguen hoy llamando la atención- por la madurez de una voz narrativa con ideas inusualmente claras sobre lo que quería contar y cómo. "Pues no lo tenía tan claro, en realidad. Lo que pasa es que no fui un autor precoz. Empecé a publicar con 31 años, no era un niño. Yo entonces era una persona con muchas lecturas y llevaba muchos años dando clases de literatura en la universidad. Digamos que tenía una base y unos gustos literarios muy hechos. Y tenía unos modelos a los que quería emular. Era muy ambicioso; ahora soy más realista", dice el también autor de Todas las mujeres.
Proust, Joyce, Kakfa, Musil, Borges y tres de los más emblemáticos protagonistas del boom latinoamericano, García Márquez, Lezama Lima y Vargas Llosa, fueron los elevados modelos del joven Conget. Atraído precisamente por las primeras novelas del último, donde descubrió un Perú "apasionante", el zaragozano se fue a Lima con su mujer, un poco a la aventura. De esta experiencia nació Quadrupedumque, en la que Miguel Zabala, el protagonista de ésta y las otras dos obras de la trilogía, se enfrenta junto a su pareja, Tana, a una difícil integración en la vida de la ciudad y a una catarata de perplejidades íntimas que desembocarán en una grave crisis conyugal.
"Quizás algo me ayudó Zabala a entenderme mejor a mí mismo. Yo creo que soy bastante más simpático que Zabala. El personaje, sobre todo en esta novela, es un tipo desagradable. Lo que hay de mí en él no me gusta, así que de alguna manera conjuré ahí lo peor de mí mismo, fue una forma de psicoanálisis amateur. Siempre me inspiro en cosas vividas, lo que no significa que todos mis libros sean autobiográficos, aunque algunos lo son y no lo ocultan. Necesito haber respirado, olido, sentido, palpado las cosas que voy a contar. No soy capaz de imaginar lo que no he experimentado", explica.
Él lo llama "limitación"; el también escritor zaragozano Ignacio Martínez de Pisón, responsable de la edición de esta Trilogía de Zabala y de su introducción, prefiere hablar de "la memoria como el motor último" de todas las fabulaciones literarias de Conget. La introspección de Quadrupedumque, no reñida con el sentido del humor ni con el erotismo, se encuentra también en Comentarios..., donde Zabala, ya separado de Tana y afincado en Cádiz, se dedica a tomar notas para futuras novelas y a llenar folios evocando su infancia; y en Gaudeamus, en la que, tras un salto atrás en el tiempo, el autor recrea la vida de Zabala en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza, curso 67-68, donde el "pequeño dios lúcido, rabioso y contradictorio", así define Martínez de Pisón al personaje, soporta como puede la explosión del deseo sexual y los dilemas existenciales con la ayuda de unos amigos no menos desorientados que él.
Como escribe el autor de la introducción, esta trilogía, atravesada por técnicas narrativas y planteamientos formales de las vanguardias, "prefigura todos los libros que ha escrito después" Conget. De modo que estas novelas son también una suerte de mapa de la sensibilidad literaria de su autor, llena de viajes -o "estancias", como matiza-, de registros cultos y populares conviviendo en régimen de igualdad, de tebeos y películas de la niñez como "referentes míticos", de conflictos familiares, "miedos primordiales" -la muerte, la nada- y retratos generacionales a veces desencantados.
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