CUARTETO ISBILYA | CRÍTICA
Hacerse Joaquín Turina
Concierto de madonna
Ni en Diablito ni en República, dos locales de la Alameda de Hércules, tenían alguna actividad u oferta especiales previstas para después del concierto. Y, sin embargo, eran las 17:30 y el aumento de la clientela era evidente. En el segundo de los lugares, grupos de entre 10 y 15 personas, la mayoría de fuera de la ciudad, ocupaban casi todas las mesas. Allí estaban Jacinto, de Ciudad Real, y Mario, de Jaén, compañeros circunstanciales de viaje desde Madrid, donde ambos trabajan. Más tarde, en el aparcamiento de Isla Mágica -que cedió 1.000 plazas para la ocasión-, Carmen y Ferrán, un matrimonio tarraconense, apuraban sus últimas horas en Sevilla. "Sí, estamos acostumbrados a que estas cosas nos queden más cerca. Llegamos la tarde del sábado, después de dejar al niño llorando con la tata", dice ella. El recuento de la venta de entradas ayer a mediodía indicaba las siguientes cifras: 8.317 en Sevilla, 1.700 en Málaga, 1.100 en Cádiz, unas 14.000 en Barcelona. "Allí [en Barcelona] somos muy modernos", agrega él. "También tienen mayor poder adquisitivo", amplía alguien en la cola de las taquillas de las lanzaderas de Tussam instaladas junto al Puente de la Barqueta, exactamente en la glorieta de la Duquesa de Alba. Fueron 20 autobuses, de acuerdo con los datos facilitados por el Ayuntamiento, que también reforzó las líneas C1 y C2 con "entre seis y ocho vehículos", junto con las líneas 6 (que aumentó en ocho vehículos) y 2, en la que circularon "entre ocho y 13 nuevos autobuses" para incrementar las frecuencias de las conexiones y mejorar los tránsitos.
A las 18:00 faltan cinco bicicletas en la terminal de Sevici al lado del Teatro Alameda. A las 19:30, en la que hay al final de la calle Resolana, el aparcamiento está hasta los topes. No se hizo todo el caso esperado a las recomendaciones del alcalde, que pidió al público que se desplazara al estadio en bus, en bici o caminando. Las preferencias fueron otras, y claras: autobús, taxi, motos (varios centenares de ellas se podían ver en las afueras del recinto) y coches, que que llenaban los aparcamientos de la Cartuja y hurtaban a los viandantes prácticamente todas las aceras desde el Teatro Central hasta el Olímpico. Desde las 14:30, los accesos al espacio registraban una considerable pero fluida llegada de vehículos tanto desde el casco urbano de la ciudad como de la SE-30 y la ronda Supernorte, en las que confluyen otras vías de comunicaciones de gran capacidad, como las autovías A-49 (Huelva-Sevilla), A-4 (Madrid-Sevilla) y A-92 (Almería-Sevilla).
"Aquí, a piñón hasta las dos [de la madrugada], no voy ni a pestañear", dice uno de los empleados de Tussam que vende los billetes especiales de la lanzadera por un euro. Al final y al principio de la cola, dos guardas jurados. El primer viaje es corto (ocho minutos), cómodo (hay incluso asientos libres) y entretenido: playeras viajeras british, estudiantes peruanas becadas en Salamanca, nerviosas y saltarinas jovencitas emos y algún abuelo acompañando a su nieto; en conjunto, un pequeño tratado de sociología ambulante, unido por una curiosa pasión posmoderna.
A hora y media del comienzo del concierto, el trayecto se hace más largo. El autobús de la línea C1 tarda 10 minutos en cruzar el puente hacia Resolana, debido a los embotellamientos en la zona de la Barqueta. El nuevo viaje desde aquí hacia el estadio no es mucho más largo, pero sí la espera: son necesarios 20 minutos para poder subir al bus, que ahora va mucho más apretado y ofrece nuevos acentos (se oyen conversaciones en francés y alemán). En el camino hay una pareja de policías locales en cada rotonda hasta el estadio y carriles separados por conos. La circulación es bastante densa (la hilera de taxis también lo es), pero no caótica.
Una familia al completo -padres y dos niños- se encuentra a medio camino del acceso por el Túnel Sur después de aguardar casi media hora. Otros, jóvenes principalmente, se lo tomaron más a pecho. Varios cientos de ellos formaban desde la mañana una extensa cola. Por el fuerte calor, ésta se ve adornada con gafas de sol de suplemento de tendencias, sombrillas, gorras y sombreros. A una hora del comienzo del concierto, muchos consumen minibotellones antes de acceder a las gradas.
Grupos de policías nacionales vigilan en cada esquina del recinto y ordenan el avance de las colas. La mayor es la del Túnel Sur, la que guardan los compradores de las entradas de la zona de front barricade (en el césped, de pie); las demás están incluso despejadas. Uno de los agentes indica al cronista la ubicación de las taquillas del recinto, donde algunos espectadores están comprando sus tickets a última hora. "¿Cómo va la tarde? ¿Todo bien?". La pregunta es recibida como si su mera pronunciación fuera a garantizar una catástrofe inevitable, pero lo cierto es que los alrededores del Estadio de la Cartuja parecen -y están- muy tranquilos. Sin embargo, alguna pequeña desgracia sí que hay.
En las taquillas hay varias personas intentando revender entradas. Hay una pareja de jóvenes que trata de fingir elegantemente su ansiedad. "70 euros; no le ganamos nada", ofrecen. Sólo un rato después, rebajan su precio a 40. Les sobran cinco: 350 euros, se llama la pequeña desgracia. Es evidente que este espectáculo tiene poco que ver con el de Héroes del Silencio, el más multitudinario en la historia de la ciudad con alrededor de 70.000 espectadores.
Hoy, en cambio, son en torno a 45.000, y también el caos alrededor del espacio (y en el resto de la ciudad) es menor al causado por la actuación de la banda zaragozana el 20 de octubre del año pasado. Hay más taxis, menos problemas con los autobuses y más información sobre los accesos a las distintas zonas del estadio.
Se nota también que es Madonna quien actúa y no Héroes del Silencio. Cuidadito con Madonna cuando se pone seria. Todos los puestos de merchandising que hay alrededor del recinto son oficiales. Sólo dos oficiosos son vistos: uno, con siete camisetas en el suelo, junto a la cola del Túnel Sur; el otro, al lado de la cola de las taquillas de la lanzadera de autobuses del Puente de la Barqueta, y la calidad del acabado de las prendas es tan entrañable, casi conmovedor, que nadie las compra.
También te puede interesar
Lo último