"Todo es tan desmesurado que parece que le está pasando a otro"
Jesús Carrasco. Escritor
Afincado en Sevilla, el extremeño es una de las grandes revelaciones literarias de los últimos años con 'Intemperie', traducida en casi una quincena de países antes de su publicación en España.
Todo el mundo en los círculos literarios lleva meses hablando de un libro que se publicó hace pocas semanas. Podría realizarse un concienzudo ejercicio de memoria y sería difícil encontrar un caso similar en los últimos tiempos, porque Intemperie, que así se llama el libro en cuestión, no sólo es el primero de su autor, Jesús Carrasco, sino que además los críticos han caído subyugados casi sin excepción ante su novela, y entre los más entusiastas el que no lo ha definido como "una joya", lo ha elevado a la categoría de "clásico" en potencia. La Feria del Libro de Fráncfort, la más importante del continente, consagró y multiplicó la magnitud de este insólito fenómeno internacional. Seix Barral llegó allí con la obra ya adquirida y al final de la cita había vendido sus derechos de traducción a 13 editoriales extranjeras, entre ellas algunas de las más prestigiosas del panorama europeo, que ni siquiera necesitaron aguardar a su publicación en España, evaluar el recorrido de la novela, para cerrar la operación.
De repente, porque la feria se celebró el pasado octubre, a Carrasco, que llevaba media vida escribiendo para sí, todo lo más colocando pequeños relatos "en Babelia y algún concurso de la Ser", empezaron a compararlo con Dino Buzzati, Faulkner o Coetzee, pero en especial con Delibes y Cormac McCarthy. "Para mí, publicar la novela, y en un sello como Seix Barral, ya es un éxito. A partir de ahí, todo lo que venga me parece una bola extra, y otra, y otra. Hace poco este libro no era más que un montón de folios... Esto me supera tanto, la escala es tan desmesurada, que tengo la sensación de que no me está pasando a mí, sino a otro", dice el escritor, que presentó la novela en Sevilla el viernes y hará lo propio hoy en Córdoba en la Delegación de Cultura, mañana en Málaga en el Centro Centro Andaluz de las Letras y el miércoles en Alcultura de Algeciras, en todos los casos a las 20:00.
Toda esta expectación la ha conseguido el autor con una trama mínima, esencial: un niño que huye de su hogar, con el aliento de algo terrible en los espacios en blanco del relato; su encuentro con un pastor áspero y noble que sobrevive en el secarral de una llanura que, de infinita y quemada por el sol, se hace opresiva, también por la persecución sin tregua de un violentísimo alguacil enfebrecido de vileza que tiene sometida a la población del lugar. Desdibujado hasta casi la abstracción el tiempo (no hay fechas, sólo alguna pista vaga), y desposeídas sus criaturas de nombres propios, la narración se desliza, con un léxico rico y preciso que se derrama con placer sobre todas las cosas del campo, hacia los territorios del mito, donde las historias siempre han pasado antes y seguirán pasando más allá de su encarnadura individual.
-¿Por qué acabó contando esta historia y no otra?
-Yo estoy casi seguro de que, escriba lo que escriba, siempre lo voy a hacer de los mismos temas. Mis intereses tienen mucho que ver con lo humano, con la tierra, con los valores... El comienzo es muy baladí, es una pregunta sencilla: ¿qué debería pasar para que un niño huya de esa manera? Y van sucediendo cosas azarosas. En última instancia, es una excusa para hablar de lo que quiero hablar. Lo que no está dicho en la novela, pero transpira en ella, son las cosas que me interesan en la vida.
-Es raro que una novela española huya de la ciudad. ¿Qué encuentra usted en el campo?
-Bueno, yo no hui de la ciudad para escribir la novela. He ido a un lugar en el que yo, como narrador, tenía mi yacimiento. El cual coincide no diré con mi infancia, pero sí con mi formación. Viví en el campo, en el pueblo, hasta los 19 años, muchas de las cosas que me han marcado, sucedieron en el campo. Mi relación con la tierra es así de natural. Vivía en una casa desde la que tardaba dos minutos en llegar a los olivos, a los cereales, a los caminos. La mitad de mi vida. Para mí narrar lo rural es lo natural. Durante años, en Madrid, escribí relatos más urbanos, pero en el campo encuentro cosas mucho más profundas.
-¿Como cuáles?
-Algo que es mucho más antiguo que yo. Cosas que no entiendo, nada mágico, nada necesariamente poético, pero encuentro misterio en la relación con la tierra, con los árboles. Ese escenario propicia, al menos para mí, un encuentro con las cuestiones importantes. Siempre he ido al campo a pasear y a mirar, a sentirme bien, y ese deambular tranquilo me ha dado mucho tiempo para pensar.
-¿Cree, yendo algo más allá, que el accidente de nacer en un pueblo prefigura una manera de ser?
-Por supuesto que sí. Creo que tiene que ver con el haberte formado en un ritmo lento. El tiempo se dilata. A nadie le estás robando un tiempo valiosísimo si llegas cinco minutos tarde al bar. Esa parsimonia me ha permitido observar de una determinada forma todas las cosas. A ver, si te vas a pasear por el campo, te vas a pasear por el campo; te vas dos horas por lo menos, ¿no? Parte de mi carácter viene de haber pasado tardes y tardes en un lugar en el que no sucede nada: el olivo que ves lleva ahí 50 años y ahí seguirá cuando pasen otros 50 años.
-Hay quien ha dicho que un autor joven ha de elegir: o moderno o antiguo. Según esta dicotomía, usted vendría a ser antiguo. Pero esto, al final, tiene que ver con una cuestión más amplia, con una concepción de la literatura según la cual sobre ésta pesa una especie de mandato de innovación ineludible. ¿Qué opina al respecto?
-Yo niego la mayor. Mi relación con la literatura es muy natural, íntima. Para mí hay algo mucho más vivido que leído en el libro. He escrito la novela que me ha dado la gana, lo que siento, y si una vez acabada resulta que va a-la-contra-de, o es antiguo, o es tradicional, me da igual. La literatura me sirve para explicarme cosas a mí mismo. Lo demás no es asunto mío. Pero sí creo que cada uno debe narrar lo que le es propio, lo que en él resuena, su experiencia. Eso es lo que debe ser.
-En tanto que historia de aprendizaje, la suya es una novela moral. ¿Qué debería haber aprendido el niño al final de la misma?
-Una postura erguida en la vida. El niño estaba abocado a un mundo de sometimiento y en un momento clave de su vida el cabrero le hace mirar a otra dirección. Y esa dirección hacia la que le apunta es la del hombre erguido. Ya pueden llover piedras, que no soy un ser humillable. Luchar con uñas y dientes para mantener esa postura, la cabeza derecha, y no bajar la mirada... ante nada. Creo que es una gran enseñanza en la vida.
-Está escribiendo otra novela y ya no será lo mismo, porque habrá mucha gente mirando...
-En El golpe, al principio, cuando atracan al hombre de Lonnegan, se llevan el dinero y Robert Redford se lo gasta todo esa misma noche, y luego va a casa de Luther, su compañero, y éste le grita: joder, qué has hecho, te has gastado toda la pasta. Y Robert Redford le dice: no te preocupes, sacaré más de donde he sacado ésta. Mi sensación es esa. De donde he sacado esta novela, sacaré más cosas, estoy convencido. No sé cómo de condicionado, eso no lo sé... He tirado ésta al mundo y ha gustado; si la siguiente no gusta, con ésta tengo más que de sobra.
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