Marco Socías | Crítica
Guitarra elegante y elocuente
Bien, al grano: Axl Rose cumplió. Y muy bien. Más que dignamente, tirando de oficio y pundonor y en no pocos momentos casi clavando el peculiar timbre de la voz de Brian Johnson. No ocurrió la supuesta debacle esperpéntica, ni remotamente, con la que medio internet había venido fantaseando para echarse unas risas desde que se anunció su incorporación a la gira mundial de AC/DC debido al riesgo de sordera de Johnson.
A ver, se entienden las suspicacias. Atrapado en un bucle de nostalgia, resacas, limusinas hacia ninguna parte y conciertos con unos Guns 'N Roses de pega, Axl Rose llevaba prácticamente décadas ejerciendo de manera ejemplar de arquetipo de la Estrella de Rock Desfasada y Acabada. De ahí, obviamente, las sospechas de un posible deslizamiento de la gira hacia lo que llamaremos la dimensión hora chanante/celebrities del rock. Falsa alarma, ya decimos. La maquinaria sigue engrasada. Asombrosa y espectacularmente engrasada, de hecho.
Tras la actuación de los teloneros, Tyler Bryant & The Shakedown, con casi media hora de retraso, la banda australiana ocupó un escenario muy grande -pero no enorme como en giras anteriores- y notablemente más austero, decorado con chapa industrial y coronado por los típicos cuernos de diablo. Para cuando se apagaron las luces y comenzó el espectáculo, casi a las diez de la noche, parte del público -más de 60.000 espectadores en total- aún estaba accediendo al interior del Estadio de la Cartuja para asistir al único concierto del tour en España y el segundo de AC/DC en Sevilla tras el de 2010.
Fue aparecer el jefe de todo esto, Angus Young, y el público enloqueció. Le siguió inmediatamente Axl Rose, surcando el escenario en el ya célebre y aparatoso trono metálico que debe usar a causa de su lesión en el pie. Y tras el comienzo con Rock or bust, el cantante, y con él la banda, exigieron mucho respeto con una versión de Shoot to thrill realmente vibrante y poderosa que encadenaron con otro de sus clásicos impepinables, un Back in black en modo acorazado. El público, que al final completó el aforo (se vieron apenas un par de huecos de escasa dimensión), se vino arriba de lo lindo.
Más allá de las proyecciones en las pantallas laterales, el concierto fue, inevitablemente, algo rígido. Todo el dinamismo corrió a cargo de un Angus Young que se echó, de forma casi literal, el grupo y la puesta en escena a la espalda. Dio un poco igual el relativo estatismo, la verdad. La música sonó como tiene que sonar la música de unos capos del hard rock: a chorro, fuerte, como un cañón. Poca charleta, apenas un "Hola, España" de Axl, y a lo que vamos. Brillaron especialmente en el repertorio antiguo, como ese Dirty deeds done dirt cheap bailado y jaleado a pulmón por los espectadores, que se libraron por completo de la lluvia que sí había descargado, a ratos en tromba, durante la mañana y parte de la tarde.
Tras esa primera tanda, el cantante dio unos golpecitos rítmicos en el micrófono, a modo de guiño a lo que venía a continuación: Thunderstruck, potentísimo, fluido, con un Angus desatándose de verdad en la guitarra por primera vez, otro de los momentos álgidos de la noche. Cabe suponer que todos los presentes, más allá de la fe (y ciertamente éste es uno de esos poquísimos grupos en los que la gente tiene fe), pensarían al menos por un instante que la alianza de Axl Rose y AC/DC era un pastiche estrambótico. Y de igual modo, conforme el concierto avanzaba, podemos asumir que esos recelos resultarían bastante remotos. Ninguna extrañeza, ninguna señal de convivencia forzada. Después de todo, ambas partes, cada una a su modo antes de la inesperada unión, forman parte de esa vieja escuela, quizás ingenua, pero al fin y al cabo divertida, que asume que no hay nada de embarazoso en mantener con todas las consecuencias, hasta el final, la pose del Gran Grupo de Rock.
Más subidones. Hell Bells. Tras el silencio expectante al descender sobre el escenario la enorme campana que dio inicio al tema con su tañido solemne, el inconfundible riff de Angus Young, que poco después recorría el escenario, con sus famosos saltitos, y la pasarela que se adentraba en la pista, entre el público, donde casi el único superviviente hoy en día de la formación original ofreció una elocuente disertación, en forma de solo, sobre el arte de tomar una pequeña brizna de blues y robustecerla y centrifugarla hasta convertirla en algo parecido a un tren derrapando. Rock a degüello, sin coartadas intelectuales -por lo general tan fatuas...-, directo a las tripas.
El que firma esto no ha sido nunca fan de AC/DC, pero cómo no asentir ante semejante despliegue de energía. El cual prosiguió, pletórico de nuevo, con You shook me all night long, Whole lotta Rosie, con el indispensable cameo de la muñeca gigante y rolliza en homenaje a la tal y licenciosa Rosie, T.N.T. y Let there be rock. El tramo final de un concierto en el que repitieron el mismo repertorio que en Lisboa el pasado sábado, en el estreno de la gira. Las de toda la vida, las que absolutamente todas las personas que habían comprado su entrada querían escuchar. No se llenan estadios, en todo el mundo, durante décadas, haciendo experimentos.
Y llegó la traca final. Los bises con Highway to hell entre canónicas llamas del Infierno y vociferado al unísono por todo el estadio, el caramelito para los seguidores de siempre con un Riff Raff que la banda no tocaba en directo desde la época de Bon Scott, y la apoteosis final con For those about to rock (we salute you) entre cañones disparando hacia el público (ahora también literalmente). En fin, lo resumimos en una frase por si fuera necesario: AC/DC siguen siendo AC/DC, a pesar de todo, con la misma intensidad, con la misma pasión y con el mismo respeto hacia el público; y hacia ellos mismos.
También te puede interesar
Marco Socías | Crítica
Guitarra elegante y elocuente
Amanece en Samaná | Crítica
Parejas en el metaverso caribeño
Lo último