'El tiempo del hijo', el ritual de aprender a despedirse
Teatro Central
David Montero cierra en el Central su trilogía inspirada en la vida con 'El tiempo del hijo', en la que se enfrenta al duelo tras la muerte de su madre
Dentro de esa exploración constante que lleva a cabo como "inventor escénico", David Montero ha encontrado en las relaciones personales, en los anhelos y desengaños de la existencia, la materia que dota de verdad y hondura a su teatro. Indagó en el desconcierto de quien no tiene hijos con Si yo fuera madre, un montaje que concibió junto a dos actrices, antiguas parejas del director y dramaturgo, que sí habían tenido descendencia, Julia Moyano y Rocío Hoces; más tarde, en Ex, el final del simulacro, se reencontró con Belén Maya tras una fructífera colaboración artística y un divorcio que los había distanciado para preguntarse qué venía después del amor y qué quedaba tras el incendio de una ruptura. Montero fue encadenando esas propuestas sin intuir que la vida, con su curso implacable, le abriría nuevas heridas que necesitaría cauterizar en escena. El tiempo del hijo, la pieza que estrena en el Central (sala B, viernes y sábado a las 19:30) inspirada en la enfermedad y muerte de su madre, recoge otro paisaje devastado, el de la orfandad.
Montero confiesa que el alzhéimer que sufrió su familiar avivó en él demasiadas preguntas, sentimientos contradictorios. "Cuando acompañas a alguien con esa enfermedad", sostiene el creador, "te despides a medias, porque esa persona está pero no está. Y cuando se produce la muerte, el duelo es más difícil. Porque antes has visto a tu madre sufriendo, y quieres que todo eso acabe, pero cuando la muerte llega te das cuenta de que no estabas preparado para una situación así, el alivio y la tristeza se entremezclan", señala Montero, que busca en esta obra devolver los contornos a esa figura materna difuminada por la desmemoria.
En un principio, cuenta el autor, "la idea era hablar de los cuidados, de esa culpa que te surge porque no estás haciendo lo suficiente", prosigue Montero, que siempre ha buscado que su teatro, aún partiendo de la experiencia íntima, reflexionara sobre lo comunitario. Aquí advertía un malestar que sabía compartido por su generación: "La vida de muchos amigos y amigas estaba condicionada también por la atención a sus padres", recuerda este actor al que también le pesaba otra incómoda certeza: que, "por mucho cariño que le pusiéramos, nosotros nunca íbamos a cuidar a nuestras madres como ellas nos cuidaron a nosotros".
Pero Montero comprendió cuando empezó a trabajar en El tiempo del hijo que otras cuestiones pedían abrirse paso: la pregunta de cómo nos despedimos hoy de los seres queridos. "Hemos abandonado los rituales públicos, no sabemos cómo afrontar el duelo", opina el director. "Antes estaba todo decidido, se hacía una misa y se seguía un protocolo, pero ahora llevas las cenizas de tu familiar al sitio donde fue feliz, sólo con la gente más cercana. Si algo he aprendido en este proceso es que los rituales individuales no nos sirven para algo tan grande como la muerte".
Montero dudó si era apropiado cerrar esta trilogía en la que recurre a la autoficción con el adiós a su madre, vaciló si habría algo desleal en invocar su recuerdo ante los espectadores. "Sentí pudor, pero no por mí, que ya estoy acostumbrado a exponerme, sino por ella. Pero decidí que sí, que seguiría adelante, porque el teatro es uno de los pocos lugares en los que sigo confiando para un encuentro en lo colectivo. Y la escena es otra ceremonia, tenía sentido traer aquí este ritual", argumenta este licenciado en Periodismo y Arte Dramático que ha compartido con el público momentos de su biografía en otro proyecto singular, Turismo interior.
El homenaje a su progenitora, añade Montero, implicaba también "hacer visible, poner en el centro, a la gente anónima, porque las mujeres del tiempo de mi madre o no estudiaron o estudiaron mal, y tuvieron pocas oportunidades. Colocarlas en el escenario, contar sus historias, me parecía un acto de justicia".
Aunque las vivencias del protagonista pueden verse como el símbolo de una sociedad que no sabe mirar de frente a la muerte, y cada espectador se verá reflejado en el desvalimiento de ese hijo, Montero ha preferido no insistir esta vez en las lecturas sociológicas, apostar por un tono más íntimo. "En las obras anteriores partía de algo autobiográfico y eso me llevaba a una reflexión política. Aquí, con el sitio del que partía, ponerme a divagar sobre lo social se me antojaba un gesto de soberbia", comenta el intérprete, que, arropado en este montaje por una "gran producción" de LaSuite y la escenografía de Lugadero, ha procurado "que la investigación no eclipsara lo importante: llegar al público, comunicar. No quería ser hermético". El tiempo del hijo es, al cabo, la historia de un hombre que abraza a su madre, a la mujer que fue antes de la enfermedad, una escena de emoción genuina que no precisaba del artificio.
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