Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Icónica Santalucía Sevilla Fest
Han pasado más de veinte años desde que la energía de un cantante almeriense surgido de la nada traspasara la ovalada pantalla de nuestros prehistóricos televisores y se colara en nuestros hogares a fuerza de telerrealidad. Era 2002, acababa la primera edición de Operación Triunfo y David Bisbal, pese a ser el segundo clasificado en el concurso, se instalaba con más autoridad que nadie en el estrellato musical; más aún, se convertía de un zarpazo en un símbolo patrio, uno de esos escasísimos artistas que son en sí mismos un lugar común. No hubo nadie aquel verano que no imitara sus vueltas y patadas voladoras. Algunos incluso, cedimos a la moda de los rosarios fluorescentes.
Este viernes, dentro del Icónica Santalucía Sevilla Fest, ese chaval apareció convertido en un lustroso cuarentón sobre el escenario de la Plaza de España en una de las citas de su gira Volaré 2024, con la que celebra sus dos décadas de carrera. Y lo hizo con lleno, pese a la titánica competencia del concierto del cantante colombiano Camilo en el Estadio de la Cartuja. Esta es una clara señal de su vigencia, de la tremenda solidez de una carrera musical que ha transcurrido sin desviaciones por el camino previsto: la de un cantante encumbrado a ambos lados del charco con un estilo firmemente asentado en las fórmulas más convencionales del pop.
El tiempo no ha añadido profundidad a su repertorio, aunque no por ello sus canciones dejan de ser un producto bien perfilado. Así lo demuestra su último disco, Me siento vivo, cuyos temas acapararon buena parte de su actuación con un directo de una contundencia incuestionable, que haría sonrojar a algunas celebridades de nuevo cuño. Un álbum que reincide en los asuntos y formas de su discografía previa –baladas de amor arrebatado y otros temas de pura descarga enérgica– pero con una producción impecable y un conseguido y refrescante sonido ochentero, como puede palparse en Tengo Roto el Corazón o Volaré. Su voz se aleja aquí de los excesos y suena limpia y seductora, mientras conserva su condición de animal de escenario, todavía con la pirotecnia de las patadas y las vueltas y con una energía electrificante que viaja hasta las caderas del respetable, poblado de fieles seguidores de toda edad y condición.
Esa es quizás la mayor virtud de Bisbal, su amor por lo que hace, su empecinada capacidad de hacérnoslo pasar bien por un rato. En otras palabras, el oficio que aprendió siendo un cantante de orquesta, de pueblo en pueblo metiéndose a la gente en el bolsillo; y de ahí, hasta el escenario de la Plaza de España, donde dejó sobre todo el sudor de un currante que no descansó hasta poner aquello patas arriba, con la apoteosis de Corazón Latino, Bulería y Avemaría. Bisbal lo peta siempre.
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