Cyrano no tiene suerte con el musical
Cyrano | Crítica
La ficha
** Cyrano. Musical, Reino Unido, 2022, 123 min. Dirección: Joe Wright. Guion: Erica Schmidt. Obra: Edmond Rostand. Música: Aaron Dessner, Bryce Dessner. Fotografía: Seamus McGarvey. Intérpretes: Peter Dinklage, Haley Bennett, Kelvin Harrison Jr., Ben Mendelsohn, Bashir Salahuddin, Scott Folan, Monica Dolan.
Cyrano no tiene suerte al ser convertido en musical. En 1958 un muy joven David Shire se estrelló al poner música al libreto de Richard Maltby. En los años 60 el productor David Merrick, uno de los más importantes de la historia del West End y de Broadway (productor de los estrenos de Gypsy, Hello Dolly u Oliver!), lo intentó, encargando el libreto y la música a Leslie Bricusse y Anthony Newley. Pero la cosa no cuajó. En 1973 logró por fin producirlo con partitura de Michael J. Lewis, libreto de Anthony Burgess y Christopher Plummer en el papel principal… Pero no alcanzó las 50 representaciones. En 1993 la importación a Broadway del holandés Cyrano. The Musical fue otro fracaso. Por fin algo de éxito tuvo la adaptación de Erica Schmidt en el off-Broadway en 2018, pensada para su marido, el actor Peter Dinklage, que alcanzó la fama en Juego de tronos. Ahora se ha pasado al cine manteniendo a su intérprete. Y con modestos resultados, todo hay que decirlo.
La era del musical pasó ya; de hecho se extinguió en los 70 y desde entonces, además de haber descendido el número de los producidos, pocos, muy pocos, han logrado alcanzar el esplendor que el género tuvo entre 1931 y 1972, el año de Cabaret, quizás el último musical revolucionario y genial por ser obra de un genio revolucionario como Bob Fosse. Algunos notables hay (el mejor, para mí, el Moulin Rouge de 2001), gran éxito ha obtenido alguno (el en mi opinión mediocre La La Land) y alguna propuesta interesante se ha hecho desde Francia (la elegante 8 mujeres o la provocativa Anette). Pero el género, a qué engañarnos, vive en hibernación. Y lo hace, curiosamente, mientras en los teatros de todo el mundo -la reticente España incluida- vive una edad de oro si no siempre en calidades musicales y coreográficas, sí en lo que al éxito se refiere.
Este Cyrano flojea precisamente en su aspecto musical, que debería ser el esencial. Tampoco en su realización aporta nada especialmente interesante. Una búsqueda de la emoción y la espectacularidad forzadas, sello de su director a quien se deben versiones hinchadas y superficiales de clásicos o de éxitos literarios actuales: si guardó cierta contención en Orgullo y prejuicio, se fue haciendo cada vez más visualmente enfático en Expiación, en una Ana Karenina que parecía una de esas obras maestras animadas que Disney está devaluando al retomarlas con una imagen más o menos real y en la terrible Pan. Viaje a Nunca Jamás, desastrosa revisitación del universo de sir James M. Barrie.
Su Cyrano está en línea con esta paralela búsqueda de la calidad o del toque de distinción que deberían garantizar los textos y la comercialidad buscada a través de su aggiornamento. Lo artificial de lo segundo y sobre todo su no lograda conversión en musical compromete algún aspecto visualmente interesante de este Cyrano cuyo amor por Roxanne se ve obstaculizado por su estatura y no por el tamaño de su nariz. Las calculadas concesiones a la corrección política no ayudan.
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