Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
Con sólo ver el cartel de esta nueva gira que lo trae a Fibes, apenas un año después de otro multitudinario concierto, uno se plantea que lo de Raphael tenga algo que ver con el curioso caso de la película de David Fincher. Al salir a escena se confirma que este hombre, que fue en su día un viejo prematuro, está a sus 70 años convirtiéndose en un niño.
Ahora la excusa era revisitar esos temas que fueron eclipsados por sus hits, darle una vuelta de tuerca con ritmo de big band y demostrar que incluso sus canciones menos populares son de categoría suprema. "Qué repertorio tengo", aseguró y, aunque a muchos les moleste su presuntuosidad, el caso es que tiene razón. Si ha de ser así, el tema con el que abrió la noche, Estuve enamorado o La canción del trabajo son temazos que más los quisieran muchos pseudomodernos.
En cualquier caso, esto es lo de menos porque en cuanto él pise las tablas, usted perderá la conciencia y todas las voluntades. Sobre todo, las anticipadas. Da igual la idea preconcebida que tenga. El de Linares romperá sus esquemas, le hará revisar sus prejuicios y hasta logrará que le perdone sus desvaríos.
Ver a Raphael en directo es sucumbir a una catarsis. La ciencia ficción. Una Odisea en el espacio o un Regreso al futuro. La celebración de la contradicción humana. Una oda al exceso. La conjunción de todos los estilos musicales. El todo en uno. Un panegírico a quienes han escrito nuestra historia en canciones. Una bofetada a los esnobs que piden Mi gran noche en la discoteca y que ayer se quedaron sin palabras con este titán en Digan lo que digan, Yo sigo siendo aquel o Provocación. Un latigazo a los que han tratado de ridiculizarle.
Con esta moda de artistas que se afanan en hacerse los profundos se agradece aún más este Raphael que hace de quitarse la chaqueta una elegía. Que interpreta, cuenta, sobrecoge y se recrea. Que se ríe de sí mismo y se lo cree. Por eso, el público agota las entradas.
44 canciones sin parar ni cambiarse de ropa, dos horas y media de concierto y dos días en el auditorio con más aforo de Sevilla. Espectadores de todas las décadas que se ponen en pie después de cada intervención suya, enloquecidos. Es cierto que su voz no tenía la misma fuerza ayer que en apariciones anteriores, pero ahí están sus recursos. Su marca.
Decía David Trueba de Manuel Alejandro, "el mejor compositor que existe de habla española", recalcó Raphael, que "cuando nadie nos ve, en ese rincón ignoto de nuestra memoria sensorial, donde se confunde lo hortera y lo necesario, nos conmociona siempre un Lo siento mi amor". Y efectivamente esto pasa también con Raphael. Que nos hace revisar el ideario colectivo y reconocer que no está mal soñar con algún Escándalo. Por favor, no se queden con las ganas de verlo por ignorancia o, peor, por culpabilidad. Lo van a agradecer.
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