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Napoleón. Un retrato imparcial | Crítica
Napoleón. Un retrato imparcial. Walter Scott. Prólogo de Ignacio Peyró. Edición y notas, Javier Jiménez. Fórcola. Madrid, 2023. 164 págs. 18,50 €
Fórcola recupera, en cuidada edición de Javier Jiménez y con prólogo de Ignacio Peyró, este Napoleón, un retrato imparcial, que se publicó en Valencia en 1829, como extracto de la biografía que Walter Scott dedicó al Sire, en nueve tomos, bajo el título de Vida de Napoleón Bonaparte, precedida de un bosquejo preliminar de la Revolución francesa, dada a la imprenta en 1827. La obra, dividida en dos partes, incluye un retrato ecuánime y sucinto del personaje, seguido de un preciso relato de su enfermedad y su muerte, cuya minuciosidad y dramatismo recuerdan, de algún modo -de un modo, digamos, impersonal-, la estremecedora muerte de Felipe II, documentada por el padre Sigüenza.
El lector actual, incluso el alentado por la película de Ridley Scott, quizá no alcance a imaginar la conmoción que trae Bonaparte a la totalidad del XIX y a una parte no menor del siglo XX. Unida a esta temprana biografía de Walter Scott, podríamos añadir, solo a modo de ejemplo, los dos esbozos que dejó inconclusos Stendhal (Vida de Napoleón y Memorias sobre Napoleón), la obra que le dedicó William Hazlitt; o ya más próximas a nosotros, la muy popular que firmó Emil Ludwig -Napoleón- y la magnífica Vida de Napoleón (1769-1821) del ruso Dimitri Merejkovsky. Entre los españoles, uno destacaría la biografía de La emperatriz Josefina, escrita espléndidamente por el periodista barcelonés José Escofet -“Juan Cabal”-, a cuyo través se aboceta enérgicamente la pequeña figura del Gran Corso. A todo lo cual se suma, como es lógico, la numerosa iconografía -Gros, Girardet, Gérard, Vernet, David...- dedicada a glorificar la imagen de Bonaparte, y que la presente edición ilustra con largueza.
Se trata, pues, no solo del genio fulminante de un superior estratega. En la primera parte de este Napoleón, la segura perspicacia de Scott recuerda que fue la fascinación del caudillo, y una decidida aplicación del poder, aquello que conmovió a las masas, las cuales lo premiaron con un lealtad vertiginosa y aciaga. La propia soledad de Napoleón, recluso en Santa Elena, indicaba el grave y fundamentado temor a su vuelta, a pesar de hallarse mortalmente enfermo. No en vano, sus últimas palabras fueron: “Al frente del ejército”. Era el cinco de mayo de 1821, a las seis menos once minutos de la tarde.
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