Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Cúbit | Crítica
Cúbit. Vicente Luis Mora. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2024. 184 páginas. 18,50 euros.
Afirmaba recientemente el escritor estadounidense Samuel R. Delany que la poesía y la ciencia-ficción persiguen el mismo objetivo: poner nombre a objetos que no existen. De entrada, cabría admitir que una novela como Cúbit, la última entrega del poeta, narrador y crítico Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970), recientemente publicada por Galaxia Gutenberg, se ajusta perfectamente a tal premisa: Cúbit es, o parece ser, una criatura extraterrestre cuya definición sigue directrices distintas de las que imponen las leyes naturales. La cuestión es que Cúbit tiene bastante que decir sobre la especie humana, su recorrido histórico, sus posibilidades de supervivencia y sus límites físicos e intelectuales, pero, al mismo tiempo que expone su discurso, tan razonable como enigmático, cunde la sospecha de que Cúbit no es tan distinto, o tan distinta, de nosotros. A partir de aquí, lo que pueda llegar a existir o no depende, quién lo diría, de lo que el lector decida, así que Cúbit es tan susceptible de existir como el lector mismo. De modo que sí, Vicente Luis Mora, que ha venido tanteando diálogos bien reveladores con la ciencia-ficción en su obra (sin ir más lejos, su anterior libro, el titánico Circular 22Circular 22, era ya harto elocuente al respecto), explora a fondo, de manera ahora más concienzuda, los recursos propios del género para alumbrar una novela sobre lo posible, esto es, sobre la función de la misma literatura como motor constructor de la realidad. Aquí, de nuevo, la ciencia-ficción es un medio, no tanto un fin en sí misma; pero la apreciación de Delany nos sigue resultando útil en la medida en que el fin que persigue Cúbit es decididamente poético, aun vertido en una invención narrativa tan lúdica y cervantina como la que aquí nos ocupa.
El lector encontrará así en estas páginas guerras entre máquinas y seres humanos, puertas misteriosas encontradas en glaciares chilenos, extraterrestres con malas noticias, manifestaciones distópicas de la inteligencia artificial, versiones alternativas de las directrices naturales y otras convenciones ampliamente asentadas en la ciencia-ficción; pero también, que conste, una hermosa historia sobre padres e hijos y, con mayor alcance, un afinado estudio sobre las relaciones humanas y la sospecha recurrente en torno a sus artificios. En lo que al género se refiere, hay guiños a Arthur C. Clarke y su eufórica perspectiva cósmica, bien sometida a crítica; a Ursula K. Le Guin y su traducción poética de las identidades en juego (Cúbit es un ser exento de las disyuntivas del sexo y el género, así que no duda en recurrir al lenguaje inclusivo para referirse a su propia identidad múltiple: “No hay que desdeñar el papel de los seres humanos. Son el eslabón perdido entre el resto de las formas de vida y nosotres”) y, especialmente, a Stanislaw Lem: Vicente Luis Mora adopta la idea del continuo entre biología y tecnología que el autor polaco acuñó en la Summa Technologiae y se acuerda de buena parte de lo que el mismo apuntó sobre las posibilidades creadoras de la inteligencia artificial en Vacío perfecto y Golem XIV (al que Cúbit parece rendir sincero homenaje: “Cómo hacer entender a una mente humana, limitada por su individualidad, la verdadera naturaleza de lo que concibe bajo la palabra universo”). Cúbit se crece, eso sí, cuando menos en serio se considera a sí misma, cuando decide tomarse con humor sus propios hallazgos: los extraterrestres se parecen a nosotros, definitivamente, cuando prefieren el chocolate con pistacho y cuando optan por Almería para ubicar las pistas de lanzamiento de sus astronaves. Bajo su apariencia de capricho digital, armada la estructura narrativa a base de ceros y unos (que conste que aquí hablamos de algoritmes, no de algoritmos), este mismo humor despliega una más que interesante cartografía sobre las posibilidades de la novela como inspiración de lo posible, esto es, como dispositivo capaz de contar el mundo en toda su complejidad y evolución. Vicente Luis Mora acierta, de nuevo con un pie puesto en Cervantes, en trasladar esta cuestión a la amenidad más pura. Que podamos hablar sobre la novela con menos gravedad no significa que la experiencia que nos provee sea menos maravillosa.
Pero aquel objetivo último al que hacía referencia Samuel R. Delany confluye, ciertamente, con el de la poesía: Cúbit pone nombre a las cosas en la medida en que entendemos la escritura, y la lectura, no tanto como una traducción del mundo sino como una creación directa del mismo. Todo lo que los extraterrestres y los algoritmes tenían que decirnos no era más que literatura: escribir significa entrar en el reino de lo posible, trazar en el caos puentes llenos de in-tención para que lo no había sucedido hasta ahora suceda al fin y podamos reconocer así el mundo no como es (Cúbit tenía razón: semejante posibilidad nos ha sido negada por nuestras limitaciones, y afortunadamente), sino como lo inventamos. Hay en las últimas páginas de la novela de Vicente Luis Mora una acertada aproximación a la locura como diagnóstico de la creación en tanto que ambas deciden desprenderse de la tiranía del sentido común para abrigar el sentido poético. Y, claro, nadie se ha tomado este desafío tan a pecho como Don Quijote. Contamos historias no para habitar el mundo, sino para construirlo. Y aquí ganamos a los extraterrestres por goleada. Qué sabrán ellos.
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