Cruz Cafuné en Cabaret Festival: el flow sureño y urbano
Conciertos
El artista canario inauguró un nuevo ciclo de Cabaret Festival, en Mairena del Aljarafe
Concierto de Cruz Cafuné en el Cabaret Festival, en imágenes
Los adolescentes por los alrededores de la parada del metro de Ciudad Expo. Bolsas blancas de plástico y botellas de cristal. Son corrillos de chavales -una constelación de quince años- en cuyo centro el hielo se iba aguando, y dejando una marca húmeda en el pavimento. Por la mañana el tema uno de Historia, la Revolución Francesa, y por la noche, ya se sabe, otros temas y otras revoluciones. Es esa edad previsible sobre la que es fácil hacer poesía azucarada y fabricar nostalgias que dan un poco de vergüenza ajena.
Ese era el paisanaje, el ambientillo, que acudió al concierto de Cruz Cafuné en el Centro Hípico de Mairena del Aljarafe, en el Cabaret Festival. En los primeros minutos del concierto sonó Lo pues intentar. Con sus evocaciones del rap más convencional y delicadas dosis del trap -todo lo delicado que el género permite-. Ese estilo que vino a marcar una época en nuestra cultura de masas y que predominó en el panorama durante unos siete meses. Luego no sabemos bien qué pasó.
Cruz Cafuné, canario, sureño, se llama Carlos Bruñas Zamorín, pero ese es un nombre más propio de un catedrático de Derecho Administrativo o de un notario de la calle Tetuán. Un nombre que, jamás, te da flow y autoridad para recitar letras que hacen levantar brazos -agitar brazos- adolescentes, mover cuerpos adolescentes de un lado a otro; decir cosas como “¿A son de qué? (son de qué) / ¿Nos acostamos pero estamos bloqueados en todos lados? / ¿Somos tontos o qué? (¿tontos o qué?)”. Esas letras que adornan las cuentas de TikTok de la generación Z. De esa generación que probablemente sea como todas las generaciones -mismas inquietudes, mismos fracasos-, pero cuyo lenguaje ya no entendemos. Mejor así.
El artista canario repartía canciones como el que reparte cartas de una baraja. Una, otra, otra, otra. Y otra. En pista un perpetuo oleaje -propiciado por saltos que obedecían a un mismo ritmo-. Una dinámica repetida en el movimiento. Había ahí un automatismo -música, baile- que si uno fuese Walter Benjamin sacaría algunas conclusiones. Pero no vamos a hacerlo. Tranquilos.
La novedad -se agradece el cambio de registro- llegó con Folelé. Un sabrosura carioca que nos devolvió la cosa canaria. El sonsón de la isla. El concierto sin embargo continuó con su oleaje programado y con sus ritmos repetidos, como una oración. Con esos chavales congregados y evadidos, haciendo su revolución nihilista, urbana y en miniatura.
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