En el amor y el compromiso

Que la fiesta continúe | Crítica

Ariane Ascaride y Jean-Pierre Darroussin en una imagen del filme de Guédiguian.
Ariane Ascaride y Jean-Pierre Darroussin en una imagen del filme de Guédiguian.

La ficha

*** 'Que la fiesta continúe'. Drama, Francia, 2023, 104 min. Dirección: Robert Guédiguian. Guion: R. G. y Serge Valletti. Fotografía: Pierre Milon. Música: Michel Petrossian. Intérpretes: Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin, Lola Naymark, Robinson Stévenin, Gérard Meylan, Grégoire Leprince-Ringuet, Jacques Boudet. 

Siempre fieles a cada nuevo estreno desde los años 90, las dos últimas películas de Robert Guédiguian, cineasta marsellés por excelencia y vocación, nos habían dejado una sensación agridulce: Gloria Mundi por forzar demasiado la escritura y embutir su mensaje político, el mismo de siempre, en un corsé que no hacía respirar a la historia ni a los personajes; Mali Twist en sus formas bastante planas e incluso academicistas a la hora de retratar una historia de amor con contexto poscolonial en el país africano del título.

Sin embargo, con esta Que la fiesta continúe Guédiguian vuelve a tocarnos la fibra sensible, tal vez por haber relajado las formas didácticas habituales de su discurso político de izquierdas en tiempos lepenianos y por haberlo entreverado con suavidad y calidez con varias historias románticas y dar cabida incluso a los sueños en un filme que fluye siempre entre un registro y otro sin que nada se entorpezca ni colisione.

Que la fiesta continúe se abre con el apunte documental de una tragedia reciente en la ciudad de Marsella: el derrumbe de un viejo edificio en mal estado y la muerte de algunos de sus habitantes, entre ellos varios inmigrantes. Un prólogo que da paso a la presentación esbozada de sus personajes, en un elenco coral (Darrousin, Meylan, Boudet, Naymark, Stévenin…) que, como de costumbre, tiene el rostro y los cuerpos de su habitual y siempre fiel compañía de repertorio en papeles donde la honradez y la honestidad son siempre el principal rasgo común. Pero sobre todos ellos, la voz de Rosa, una vez más Ariane Ascaride, emerge como la conciencia política y afectiva del relato y de una ciudad que observa su crisis al tiempo en que aún cree en la política y la acción cívica como impulsos regeneradores.

Mientras tanto, las relaciones (cordiales) entre padres e hijos, la memoria del pasado (a través del sueño), el sentido del legado y los amores (románticos) incipientes van articulando un filme mecido por las músicas impresionistas, tocado por los apuntes literarios y bañado siempre en la luz de una ciudad viva que se sabe también decorado colectivo de utopías y esperanza.  

Guédiguian toca aquí las teclas de la emoción y el mensaje con la presión justa, sin los excesos de otras ocasiones, se distancia incluso de sus propias certezas para cuestionarlas y cuestionarse, pensando si tal vez no es ya hora de dar el relevo. Con todo, en su hermoso cierre inscrito en su propio título, Que la fiesta continúe sigue invitando a la celebración de la convivencia intergeneracional, intercultural y política, al compromiso ético con el presente, a la preservación de la herencia y las raíces, a entender en definitiva el cine como reducto de resistencia, poesía y utopía pegadas a la realidad y al tiempo.  

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