Polichinela en San Petersburgo
Sergey Malov e Irina Zahharenkova | Crítica

La ficha
SERGEY MALOV E IRINA ZAHHARENKOVA
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Femás 2025
Sergey Malov, violín y violoncello ‘da spalla’, e Irina Zahharenkova, clave.
Programa: ‘Bach y Haendel: laboratorio alquímico’. Sonatas para clave y viola da gamba nº 1, 2 y 3, BWV 1027, 1028 y 1029 de Johann Sebastián Bach; sonatas para violín y continuo en la mayor Op.1 nº14 HWV 372 y en mi mayor Op.1 nº15 HWV 373, y sonata para clave concertado y viola da gamba o viola ‘da spalla’ en do mayor, atribuidas a G.F. Händel.
Lugar: Espacio Turina. Fecha: Domingo 6 de abril. Aforo: Dos tercios.
Quien esperase de músicos del norte de Europa contención y frialdad quedarían sorprendidos este domingo por el extremismo expresivo de esta nueva visita a Sevilla de Sergey Malov, más propio de la comedia del arte italiana que de la obra de Bach. El músico ruso sepultó con sus dinámicas extremas y su sonido prácticamente aplastado de la viola da spalla –contagiado al de su violín– la limpia musicalidad del clave de Zahharenkova, supuesta protagonista en igualdad.
Lo más desconcertante del recital fue que al tiempo Malov mostró un entendimiento perfecto de los intrincados mecanismos rítmicos y de fraseo de Bach, una destreza técnica extraordinaria para sobrevolar con brillantez (¡y a tempos vertiginosos!) las altas dificultades de los movimientos finales de las sonatas, y un gran trabajo camerístico con Zahharenkova, que siguió hasta las más espasmódicas agógicas y sorteó sin problemas las trampas rítmicas escondidas en esta música.
Pero la hiperactuación musical de Malov, tolerable en música de segunda división como los pseudohändeles del programa, lo fue ya bastante menos en los citados movimientos rápidos, plagados de acentos exagerados y de sonidos espurios de cuerdas vecinas, y acabó por completo con la cantabilidad de bellezas como el tercer movimiento de la BWV 1028, que pasó de lírica aria a recitativo histriónico. Vayan las dos estrellas por la clavecinista, por la capacidad técnica y porque, al cabo, el peor pecado que puede cometer un músico es aburrir. Y ese, no.
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