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Arqueología musical viviente

Vadym Makarenko & Infermi d'Amore | Crítica

Vadym Makarenko, junto a Blai Bosser / Luis Ollero

La ficha

**** Vadym Makarenko & Infermi d'Amore

Temporada del Espacio Turina. Vadym Makarenko & Infermi d'Amore

Programa: 'Lost in Venice'. Ouverture nº 6 de F.M. Veracini. Concierto en la mayor Op.1 nº 9 de B. Marcello. Conciertos RV 788, 182, 320 y 521, y sinfonía RV 786 de Antonio Vivaldi (reconstrucciones de Olivier Fourés).

Infermi d'Amore. Blai Bosser, violonchelo solista. Natalie Carducci, segundo violín solista. Vadym Makarenko, violín solista y dirección.

Fecha: Sábado 3 de febrero.

Lugar: Sala Silvio del Espacio Turina. Aforo: Algo más de media entrada.

Tomen a un talentoso niño ucraniano, sométanlo a la dura disciplina de la escuela musical postsoviética, envíenlo después a la clase de Amandine Beyer en el núcleo del historicismo musical, Basilea, y –tras mucho trabajo, claro está– les saldrá un muy buen violinista barroco como Vadym Makarenko, capaz de frecuentar con holgura las posiciones agudas de Vivaldi aun tocando sin mentonera, muy relajado de gestos y con el bello y resonante sonido de las cuerdas de tripa. El músico afincado en Madrid se presentaba con el primer disco de sus Infermi d'Amore, Lost in Venice, dedicado a rescatar obras casi desconocidas o incompletas –en reconstrucciones modernas– de ese pozo musical sin fondo que es la Venecia del Barroco.

Construido a su imagen y semejanza, el conjunto mostró igualmente un bonito y redondo sonido, en la mejor tradición de las orquestas barrocas mainstream, junto a algún tic típico del gremio –tiorba inaudible, afinaciones demoradas–. Sometidas a la expuestísima prueba de tocar una música transparente y de tempos vivos con dos violines por parte (por línea de pentagrama), las compañeras de cuerda de Makarenko aprobaron muy decorosamente el examen del empaste con una afinación suficiente aunque no siempre impoluta, y todo el conjunto demostró pleno conocimiento estilístico y tener el repertorio bien interiorizado. Lejos de los contrastes extremos del Vivaldi de las orquestas italianas actuales, pero también del plúmbeo sonido de las de cámara del siglo XX, disfrutamos de un Vivaldi extravertido, optimista y equilibrado. Feliz.

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