Shyamalan: el mundo como escenario pop

La trampa | Crítica

Josh Harnett en una imagen del filme de Shyamalan.

La ficha

* 'La trampa'. Thriller, EEUU, 2024, 105 min. Dirección y guion: M. Night Shyamalan. Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom. Música: Herdís Stefánsdóttir. Intérpretes: Josh Harnett, Ariel Joy Donoghue, Saleka, Hayley Mills, Alison Pill.  

A estas alturas de su trayectoria, con 16 largos a sus espaldas, cualquiera sabe que no debemos tomarnos demasiado en serio a Shyamalan, ni siquiera cuando su cine de vocación popular parece hacerlo. Siempre volcado al retruécano autoconsciente sobre la propia condición artificial y trilera de sus ficciones, el único heredero posible de Hitchcock en el Hollywood contemporáneo se mira ahora en otro vástago del británico, más concretamente en el Brian de Palma de Snake eyes, para proponer un nuevo y a todas luces fallido tour de force a propósito de un padre que lleva a su hija a un concierto pop para convertirse pronto en el anti-héroe (la pirueta de la identificación se hace aquí verdaderamente complicada) de una persecución del hombre narrada desde su punto de vista, que no es otro ya que el del monstruo cazado capaz de sacarse infinitos ases de la manga para escapar.

En el epicentro de su artefacto, Shyamalan sitúa además a su propia hija Saleka como esa estrella adolescente capaz incluso de tomar las riendas del relato, redoblando así el tema de la paternidad (i)responsable sobre un filme que, lejos de quedarse en el sitio único (como sí hacía De Palma una y otra vez), busca una salida en el exterior para precipitarse definitivamente por el abismo de su propia y caprichosa escritura no apta para las más grandes tragaderas de lo verosímil. Más aún, el propio Shyamalan se desdobla una vez en un cameo para reforzar ese papel de demiurgo juguetón capaz de manejar los hilos a su antojo, y contra nuestra paciencia, tanto desde fuera como desde dentro del discurso.

Estamos así ante un filme-pirueta que no sostiene ni densifica ninguno de sus conceptosmeta en la puesta en escena, la más pobre que le recordamos en mucho tiempo a pesar del regreso al 35mm, ni mucho menos en sus ecos y resonancias sobre la imagen contemporánea o el propio acto de narrar y llevar al espectador a cualquier huerto. Ya no basta con la fe y la confianza en las dotes malabares y el humor infiltrado de uno de los más talentosos cineastas de género del último cine norteamericano. Shyamalan no sólo no eleva su apuesta sino que la dilapida y desgasta de forma casi risible, quién sabe si con el único propósito de regalarle un grand guignol a su propia hija tal y como el personaje de Josh Harnett, otro buen padre pese a todo (sic), lucha por salir de sus increíbles atolladeros edípico-criminales sin perder el afecto y la confianza de la suya.     

También te puede interesar

El flamenco en su raíz | Aniversario

50 años de una obra fundamental

Lo último