Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Kinds of kindness | Crítica de cine
* 'Kinds of kindness'. Drama-episodios, EEUU-Irlanda, 2024, 165 min. Dirección: Yorgos Lanthimos. Guion: Efthymis Filippou, Y. Lanthimos. Fotografía: Robbie Ryan. Música: Jerskin Fendrix. Intérpretes: Jesse Plemmons, Emma Stone, Willem Dafoe, Margaret Qualley, Hong Chau, Joe Alwyn.
Resulta bastante sorprendente y a un tiempo revelador comprobar cómo el griego errante Yorgos Lanthimos ha conseguido colocar su mercancía de autor (averiada) en el corazón de Hollywood, si es que Hollywood aún tiene corazón. Al director de Canino, Alps y Langosta le permiten ya llegar con cada nuevo título a las puertas del Oscar (La favorita) mientras cierta crítica cae rendida a los pies de su supuesta originalidad y espíritu epatante, también rodar hasta tres películas de manera consecutiva de las que esta Kinds of kindness que ni siquiera se han molestado en traducir (es la nueva de Lanthimos y punto) es la segunda que nos llega en apenas unos meses.
Tras el delirio extenuante, steam-punk y autosuficiente de la feminista Pobres criaturas, Kinds of kindness aspira a recuperar el tono parabólico-absurdo de los largos aún griegos que le dieron fama y vuelve a contar con Efthymis Filippou en el guion de tres historias ensambladas en un largo de dos horas y media y con un mismo elenco para distintos personajes en cada una de ellas, a saber, Emma Stone, un adelgazado Jesse Plemmons, un Willem Defoe dispuesto a lo que sea y una Margaret Qualley que apunta a nueva musa post-indie.
Tres historias ambientadas en el paisaje urbano y suburbial de Estados Unidos que manejan esos reconocibles resortes de la distopia y la metáfora a propósito de no se sabe bien qué, aunque todo apunte a que se está hablando de las dinámicas de poder y sumisión, la suplantación de la identidad, la paranoia colectiva o bizarros comportamientos humanos que esconden, hemos de creer, algún tipo de diagnóstico no muy alentador sobre la condición contemporánea y sus patologías.
Da la sensación de que Lanthimos guiña el ojo a su fan sin saber muy bien con qué contenido y en qué dirección, tan sólo como gesto de auto-reconocimiento de uno en otro a partir de un extrañamiento de lo real que se cuece entre pianos disonantes y coros contemporáneos, estallidos gore para la galería y contorsiones que han perdido ya todo aquel carácter de expresión corporal de lo indecible que caracterizó al cine griego de principios de siglo.
Es difícil encontrar asideros y empatías entre el formato panorámico y el diseño que suplanta a la puesta en escena asumidos como perezoso sello visual donde enmarcar a unos personajes-marioneta que a la postre se revelan incapaces de trascender su propia condición de carne muerta para un espectáculo de la crueldad y la estupidez que ni siquiera destila ya el humor negro que sí detectamos en ocasiones anteriores. Y en unos meses, la siguiente.
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