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Desbordamiento e inmersión

Flow | Crítica

Una imagen del extraordinario filme de animación letón.

La ficha

**** 'Flow'. Animación-aventuras, Letonia-Francia-Suiza, 2024, 90 min. Dirección: Gints Zilbalodis. Música: Gints Zilbalodis y Rihards Zalupe.

Desde su presentación en la sección Un Certain regard de Cannes, su triunfo en el Festival de Annecy o su paso por la sección oficial del SEFF, donde consiguió los Giraldillos del Jurado y mejor montaje, la cinta independiente letona Flow ha venido acumulando premios (EFA, Globos de Oro), nominaciones (las dos últimas, ayer mismo, al Oscar) y elogios unánimes de la crítica internacional como la mejor película de animación de la temporada e incluso como una de las mejores películas del año sin nicho ni etiqueta.

Indudablemente se gana los elogios gracias a una hermosa fábula animal de vuelo onírico narrada a vista de gato en mitad de la catástrofe natural y entre un fascinante paisaje de ruinas que remite a las formas de una civilización antigua y extinguida, sin más rastro de lo humano que una casa abandonada, un velero a la deriva y unas enigmáticas arquitecturas.

En mitad de ese bosque inundado (imposible no recordar algunos tramos de Ponyo en el acantilado de Hayao Miyazaki), temeroso del agua transparente que todo lo cubre, nuestro gato negro de ojos dorados corre, salta y huye para salvar la vida, primero de la estampida premonitoria de los ciervos, luego de los perros y las aves, más tarde de ese tsunami que dibuja un deslumbrante escenario de resonancias míticas bajo el que se abre paso una fantástica ballena.

La animación digital 3D de Gints Zilbalodis (Away), que se guisa y se come él solito casi todo el proceso gracias al software libre Blender y también es responsable junto a Rihards Zalupe de la proteica banda sonora orquestal, asume el fotorrealismo de los reflejos, la materia, la luz y las texturas desde una voluntaria renuncia al perfeccionismo de las figuras, pero destaca sobre todo por su minucioso trabajo sonoro y por el dinamismo y la fluidez espacio-temporal que simulan, sin ostentación virtuosa, un plano-secuencia perpetuo, siempre orgánico, inmersivo y consecuente con las peripecias del relato, su punto de vista y su continuo desplazamiento.

Por supuesto, nuestro gato y sus compañeros de aventura (un perro labrador, un lémur, un capybara y una majestuosa garza) nunca están antropomorfizados ni hablan a la manera de las criaturas Disney, otro de los grandes y singulares logros (adultos) de un filme que asume el realismo animal como pilar esencial desde el que desplegar su fábula universal, ecologista y solidaria sin moralejas explícitas ni azúcares añadidos.

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