Calma para tiempos de guerra
Dúo RondAux | Crítica
La ficha
DÚO RONDAUX
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Ciclo 'Música de cámara en Turina'
Juan Ronda, flauta travesera, y Auxiliadora Gil, piano.
Programa: Tiempos de guerra
Ballade de Frank Martin. Sonata Op.14 de Robert Muckzynski. Le merle noir de Olivier Messiaen. Canzone for Manfred de Samuel Barber. Sonata en re mayor Op.94 de Serguéi Prokófiev.
Lugar: Sala Silvio del Espacio Turina. Fecha: Domingo 26 de enero. Asistentes: Un tercio del aforo.
Llegado jovencísimo al puesto de solista para la misma fundación de la Sinfónica de Sevilla, allá por 1991, el flautista Juan Ronda es un músico ya veterano, pero aún en plenitud de facultades y de motivación para afrontar la especie de examen voluntario al que se sometió este domingo en el Espacio Turina: gran parte del repertorio fundamental para flauta travesera del siglo XX, y ante un escaso pero muy experto público, entre el que abundaban precisamente los flautistas.
Formado por obras tal vez no maestras pero sí de notable interés escritas a mediados del siglo XX –durante la II Guerra Mundial y la Guerra Fría–, dicho repertorio se situaba lejos del atonalismo serial, al que si acaso se pudo acercar por momentos el Messiaen, y algo más cercano al neoclasicismo y la tonalidad tradicional, aunque esta estrictamente pisada solo por la propina –un neobarroco movimiento de la Suite Antique de John Rutter–. Ronda lo afrontó con gestos calmados y enorme control del sonido: bello particularmente en un registro medio denso y rico, su tercera octava es ligera y perfectamente homogénea con la segunda, y en ella las dinámicas en piano surgieron con engañosa facilidad. Un vibrato muy contenido y bien regulado facilitó la fusión tímbrica con el piano de Auxiliadora Gil, con el que fue también impecable la conjunción rítmica, en algunas obras comprometida por una medida compleja. La teclista acompañó equilibradamente y con mucha claridad, pero sin privarse de ser percusiva y poderosa en los muchos momentos que lo requirieron. El resultado conjunto de repertorio e interpretación fue en consecuencia de una belleza apolínea, un punto académica, sin desbordar las emociones pero de una sobresaliente perfección técnica, celebrada por un público suficientemente fiel para sobreponerse a una mañana fría y lluviosa.
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