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Fascinación por el monstruo adulto

Tengo sueños eléctricos | Crítica

Daniela Marín y Reinaldo Amén, hija y padre en la estupenda cinta de Valentina Maurel.

Ficha

**** 'Tengo sueños eléctricos'. Drama, Costa Rica-Francia-Bélgica, 2022, 102 min. Dirección y guion: Valentina Maurel. Fotografía: Nicolás Wong. Intérpretes: Daniela Marín, Reinaldo Amien, Vivian Rodríguez, José Pablo Segreda Johanning.

No es fácil encontrar películas que aborden la relación paterno-filial, menos aún en el periodo adolescente, con la carga de complejidad, ambigüedad, verdad y belleza naturalista que lo hace este filme de debut de la franco-costarricense Valentina Maurel, que ha pasado con merecido reconocimiento por festivales como Locarno o San Sebastián.

Un filme que asume la mirada y la arrolladora personalidad de una chica de 16 años (Daniela Marín) que se debate entre el rechazo a la madre y la fascinación por del padre (Reinaldo Amén) y su inestable mundo adulto en pleno tránsito de descubrimiento del deseo, para moverse y explorar junto a ella los rincones, requiebros y misterios de una figura tan atrayente como marcada por los impulsos violentos o las adicciones que parecen responsables del fracaso del matrimonio.

Heredera de esa mirada esquinada, sugerente y sensorial del cine de Lucrecia Martel, siempre a la distancia precisa de todo juicio moral sobre sus personajes, sus comportamientos y contradicciones, que incluyen algunas secuencias de gran valentía, desafío de tabúes e incómoda intimidad no precisamente fáciles para estos tiempos pacatos y censores, Maurel delimita con su puesta en escena atenta al detalle, a los cuerpos y a las miradas ese recorrido de descubrimiento donde nada parece responder a un trazado preestablecido o a una lógica dramática convencional para asumir las dudas, conflictos y contenciones de sus personajes como gestos que mueven el relato en direcciones inesperadas y nunca complacientes.

Tengo sueños eléctricos es capaz también de convocar y reivindicar la poesía en un paisaje urbano (San José) hermosamente fotografiado donde un bolero pagado convive con la violencia callejera en una de las muchas escenas memorables de un filme que materializa esa constante tensión entre la fascinación, la filiación y la emancipación.

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