La ventana
Luis Carlos Peris
Perdidos por la ruta de los belenes
Otra ronda | Crítica
** 'Otra ronda'. Drama, Dinamarca, 2020, 116 min. Dirección: Thomas Vinterberg. Guion: T. Vinterberg y Tobias Lindholm. Fotografía: Sturla Brandth Grøvlen. Intérpretes: Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen, Magnus Millang, Lars Ranthe, Susse Wold, Maria Bonnevie, Dorte Højsted.
Incluso sin ganar ninguno de los dos Oscar (mejor filme extranjero y mejor director) a los que aspira, Otra ronda es ya el filme europeo del año avalado por Cannes, San Sebastián, la EFA o los Cesar, el filme de consenso (más de premio del público que de la crítica) que, de igual forma, y conociendo los antecedentes de Vinterberg (desde la dogmática Celebración a LaCaza que nos dio gato de telefilme por liebre de autor), activa todas nuestras alertas.
Y no íbamos mal encaminados. La película arranca y concluye con una celebración ritual en la que los estudiantes festejan su graduación entre música, baile, cerveza y vómitos. Dinamarca tiene un problema con el alcohol, parece decirnos. Para su demostración, Vinterbeg y su guionista habitual Tobias Lindholm despliegan una historia de masculinidades frágiles, las de cuatro amigos profesores de instituto (Mikkelsen, Bo Larsen, Millang y Ranthe) que deciden emprender un experimento consistente en beber en secreto una justa dosis de alcohol diaria, siempre en horario laboral, como Hemingway y Churchill, para superar la ansiedad, la baja autoestima o los problemas conyugales.
Instalada en un tono que quiere ser distante (siempre con la excusa experimental) pero que desprende pronto cierto tufo moralizante, Otra ronda viene a recordarnos que el alcohol es un problema social serio y que su ingesta desmedida aboca al hombre blanco burgués en crisis a la pérdida del control y el sentido de la realidad, al espejismo de la felicidad o a la tragedia irreversible.
Vinterberg intenta disfrazar su enésimo guion cerrado, su conservadurismo formal y su narrativa pedagógica con ese naturalismo que, entre luces cálidas y cámaras ágiles, no disimula que bajo la superficie del relato abierto, las piruetas y un último trago, late siempre una gran desconfianza en el espectador.
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