Democracia y fraternidad

Modelo 77 | Crítica

Una imagen del nuevo filme de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos.
Una imagen del nuevo filme de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos.

Ficha

*** 'Modelo 77'. Drama carcelario, España, 2022, 125 min. Dirección: Alberto Rodríguez. Guion: A. Rodríguez, Rafael Cobos. Fotografía: Alex Catalán. Música: Julio de la Rosa. Intérpretes: Miguel Herrán, Javier Gutiérrez, Jesús Carroza, Fernando Tejero, Catalina Sopelana, Xavi Sáez, Alfonso Lara, Javier Lago, Polo Camino.

Proyecto concebido hace ya más de una década, antes incluso que La isla mínima, Modelo 77 aspira a conjugar, como otros filmes del tándem Alberto Rodríguez-Rafael Cobos, las formas y narrativas del cine de género, en este caso el drama carcelario, y la mirada crítica a la historia reciente de nuestro país como territorio y tiempo de caminos aún abiertos que pueden explicar ciertas derivas del presente. Más aun, este nuevo filme viene a insistir en que los cimientos del franquismo aún eran demasiado sólidos en la España de 1976, 1977 y 1978, algo que, por otro lado, cae por su propio peso.

Modelo 77 se inspira así en acontecimientos reales, en la creación de la clandestina COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha) y el motín en la cárcel Modelo de Barcelona, como punta de lanza de las reivindicaciones en plena Transición y con la amnistía como principal objetivo, para cuajar un nuevo duelo intergeneracional de contrarios condenado al entendimiento entre el presidiario veterano y amenazante que encarna Javier Gutiérrez y el recién llegado al que Miguel Herrán presta la arrolladora energía del falso culpable reconducida en espíritu político en pro de los derechos del colectivo.

La película oscila así entre la revisión histórico-política, el retrato de esta amistad enjaulada y las dinámicas entre rejas con tendencia a que sea la escritura, en ocasiones con excesiva voluntad explicativa y didáctica en sus diálogos, la que impulse una narración donde los personajes y sus acciones parecen movidos desde fuera antes que por las motivaciones que emanan de sus respectivas psicologías, situaciones y conflictos.

Rodríguez se mantiene fiel al trazado global, subraya los explícitos toques de guion (el cartel de neón, los gestos repetidos y cíclicos) y explora con solvencia realista el encierro y sus rutinas descarnadas, donde asoman las líneas gruesas que separan a funcionarios de internos, aunque también se ve en la necesidad de salir al exterior y airear su filme hasta llevarlo, en un último tramo algo errático y deslavazado, hacia ese intento de fuga que no disimula ya la inclinación más previsible y condescendiente por el género una vez empantanados los mensajes y metáforas sobre la relación especular entre la prisión y el país en aquella época convulsa.

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