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La consagración de la primavera | Crítica
**** 'La consagración de la primavera'. Drama, España, 2022, 103 min. Dirección: Fernando Franco. Guion: F. Franco, Bego Aróstegui. Fotografía: Santiago Racaj. Música: Maite Arrotajauregi, Beatriz Vaca. Intérpretes: Valeria Sorolla, Telmo Irureta, Emma Suárez.
No es la primera vez que el cine español contemporáneo se acerca a un tema tan poco tratado como la sexualidad en la discapacidad. Ya en Vivir y otras ficciones (2016), un filme que pasó bastante desapercibido, Jo Sol urdía un interesante docudrama con trasfondo político sobre la relación entre un hombre con parálisis cerebral y la asistenta sexual que acudía puntualmente a su casa para satisfacer sus necesidades.
El tercer largo de Fernando Franco, que viene del concurso oficial de San Sebastián como sus anteriores trabajos (La herida, Morir), aborda unos mismos asuntos pero desde un enfoque intimista que aleja su propuesta del mero ejercicio de visibilización de un asunto tan real como marginado, para centrarse no tanto en el retrato del discapacitado como en el de la joven, extraordinaria la debutante Valeria Sorolla, que decide acercarse a este como parte de su particular salida del cascarón y búsqueda de contacto sexual tras llegar a la ciudad para iniciar sus estudios universitarios.
La consagración de la primavera es así un filme sobre ella, sobre su periplo interno, su apertura al mundo afectivo y sexual, su paulatina toma de conciencia del cuerpo y el deseo desde una condición tímida, solitaria, insegura y reprimida, el camino de aprendizaje y descubrimiento que tiene en el otro (igualmente extraordinario Telmo Irureta), tierno, directo y también deseante, una suerte de espejo que se muestra siempre con delicadeza, sinceridad y honestidad, también con dosis de humor liberador, en sus encuentros y conversaciones a prueba de morbo y recelos dramáticos.
Franco invisibiliza prácticamente la escritura, hace fluir con naturalidad su relato, practica el seguimiento como gesto esencial de puesta en escena, enseña, dilata, corta y oculta con pudorosa precisión y consigue el pequeño milagro realista de la empatía y la comprensión con materiales complejos y altamente inflamables. A la postre, una leve sonrisa en una motocicleta termina de iluminar un filme plagado de matices y recovecos que respira verdad y exhala emociones tan sobrias como auténticas.
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