Magia, carne y hueso

Irati | Crítica

Una imagen del filme de aventuras y fantasía de Paul Urkijo.
Una imagen del filme de aventuras y fantasía de Paul Urkijo.

Ficha

*** 'Irati'. Fantasía-Aventuras, España, 2022, 111 min. Dirección y guion: Paul Urkijo. Fotografía: Gorka Gómez. Música: Aránzazu Calleja y Maite Arroitajauregi. Intérpretes: Edurne Azkarate, Eneko Sagardoy, Itziar Ituño, Nagore Aranburu, Elena Ruíz, Iosu Eguskiza, Kepa Errasti, Iñaki Beraetxe, Iñigo Aranbarri, Ramón Agirre.

Vaya por delante que Irati, como buena parte del cine de fantasía guerrera y folclore mágico, no es precisamente mi tipo de película. Con todo, tampoco anda demasiado sobrado el cine español de este tipo de propuestas como para pasar por alto o no apreciar los indudables méritos y cualidades de una producción eminentemente vasca que, como aquella Errementari Errementaricon la que debutaba Paul Urkijo hace cinco años, asume la idiosincrasia del género, también su lugar a caballo entre la serie A y la serie B, con no poca ambición y un más que sorprendente resultado final.

Irati fusiona historia, leyenda y cómic (Landa y Muñoz Otaegui) para trasladarnos a los bosques y montañas del Pirineo vasco-navarro en plena Edad Media como escenario agreste y espectacular para un pulso entre los señores cristianos, los sarracenos y las fuerzas paganas del valle encarnadas en una serie de brujas y bestias que esconden los secretos, el poder y la mitología ancestrales del lugar y los equilibrios entre la furia guerrera, fratricida y destructora del hombre y la armonía del orden natural, lo que añade al filme el toque obligado de actualidad ecologista.

Urkijo se maneja con evidente soltura y sentido épico en las escenas espectaculares y violentas, aunque su principal mérito es haber creado un mundo ficcional sólido y creíble entre barbas postizas, un diseño de producción extraordinario, una poderosa banda sonora de Calleja y Mursego y unos efectos especiales de espíritu harryhauseniano bien trufados entre las etapas y paradas de la aventura del heredero Eneko (Sagardoy) y la enigmática Irati (Azkárate) donde caben desde encuentros con cíclopes y serpientes gigantes hasta una memorable escena de sexo entre especies.

En algún lugar entre el folclore vasco, la leyenda artúrica y El señor de los anillos, Irati asume con control y ambición las reglas de su juego genérico e identitario para manejarlas con la solidez artesanal de ese cine clásico de vocación popular que sabe también encontrar rincones y fogonazos de belleza lírica bajo el estruendo de los tambores de guerra.

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