Un exilio en fuga
Flee | Crítica
Ficha
Animación-documental, Din-Sue-Nor-Fra, 2021, 90 min. Dirección y guion: Jonas Poher Rasmussen. Música: Uno Helmersson.
Atravesada por tantas buenas intenciones como por esa posmodernidad sobrevenida y a la moda, más resultona que realmente justificada que, desde aquella Vals con Bashir de Ari Folman, ha roto fronteras en lo que respecta a la otrora impensable alianza entre el documental y la animación, Flee parece haber conquistado a unos (públicos, academias) y otros (crítica) con su imparable carrera de premios y reconocimientos que ha culminado hace una semana con tres nominaciones al Oscar a mejor filme de animación, mejor documental y mejor película internacional.
La cinta del danés Jonas Poher Rasmussen sabe bien a lo que juega y qué teclas tocar para su éxito estético-político-emocional: por un lado, la idea central del exilio y la diáspora de los afganos tras las sucesivas oleadas de violencia, corrupción política y guerra sufridas por el país desde los años 70; por otro, la homosexualidad del protagonista como conflicto personal y cultural; por último, el uso de la animación como recurso doble para el camuflaje de la “historia real” y el embellecimiento poético de las luces y sombras de un relato marcado por el horror, la deshumanización (de talibanes y comunistas) y el trauma.
Así, Flee narra desde el presente terapéutico un periplo de infancia, juventud y madurez atravesado por la huida constante, el tráfico de personas, la separación familiar y el miedo como territorio plástico que intenta explicar parcialmente la Historia reciente de las migraciones y la maldad humana desde una subjetividad sensible y atribulada. El mensaje, claro; las formas, artesanales y vistosas; los efectos, previsibles. Especialmente para espectadores que gusten de enjuagar la conciencia (de Occidente) en los destinos trágicos de todo aquello que nos pilla a distancia de telediario y que nuestra sociedad del bienestar aún está a tiempo de corregir.
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