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Medellín fantasma

Anhell69 | Crítica

Llega hoy en un único pase (20h.) a los cines Avenida una de las más destacadas cintas del último cine colombiano, una incursión fantasmagórica en el universo de los jóvenes marginales de Medellín.

Una imagen del filme de Theo Montoya.

Ficha

**** 'Anhell69'. Documental-fantasmas, Col-Fra-Ale, 2022, 75 min. Dirección, guion y fotografía: Theo Montoya. Intérpretes: Camilo Najar, Sergio Pérez, Juan Pérez, Alejandro Hincapié, Julian David Moncada, Camilo Machado, Víctor Gaviria, Alejandro Mendigana.

Como Sunset Boulevard, Anhell69 está narrada por un muerto, uno además muerto muchas veces, asesinado por los narcos, la guerrilla, los militares, los ultras o el gobierno, o suicidado por la droga, el sida, el pegamento, el vacío o la desesperación.

En sus créditos finales, se nos recuerda que ocho de sus protagonistas, jóvenes marginales, homosexuales o drags de la ciudad de Medellín, han fallecido en el proceso de preparación y elaboración de la película. A todos ellos está dedicada esta brillante incursión en la noche oscura y libre de una generación marcada por la violencia congénita de un país que nunca conoció la paz aunque ellos sean precisamente los hijos de su última firma institucional.

Primero visto desde las alturas, entre sus montañas y sus luces nocturnas, luego en su configuración fantasmal y laberíntica de neón y sonidos de ultratumba, el Medellín de estos ángeles de un infierno de deseo, nihilismo y confusión es como un gran sepulcro que los espera más tarde o más temprano.

Filme deslumbrante, poético, autorreflexivo, empático y mortuorio, Anhell69 convoca al padre del cine de los marginados Víctor Gaviria pero también a los espectros deseantes de ojos rojos de Apichatpong, y confirma a Theo Montoya como uno de los grandes valores del nuevo cine latinoamericano.

Su película se desdobla y bifurca entre el documento, el retrato póstumo del círculo íntimo de amigos, el cine de género y la materia flotante del sueño, un cine trans, tal y como le escuchamos decir a esa voz autoconsciente y musical que nos conduce hipnóticamente en ese coche fúnebre que funciona como metáfora de un viaje cinematográfico sin fronteras.

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