'El corazón de las tinieblas' en el espacio
Ad Astra | Crítica
La ficha
***** Ad Astra. Ciencia ficción, EEUU, 2019, 122 min. Dirección: James Gray. Guion: James Gray, Ethan Gross. Música: Max Richter, Lorne Balfe. Fotografía: Hoyte van Hoytema. Intérpretes: Brad Pitt, Tommy Lee Jones, Donald Sutherland, Ruth Negga, Liv Tyler, John Finn, Kayla Adams, Kimmy Shields, Bayardo De Murguia, Bobby Nish, Sasha Compère, Afsheen Olyaie, John Ortiz, Greg Bryk, Kimberly Elise, Loren Dean.
A Roy McBride (Brad Pitt) podéis llamarle Marlowe y a H. Clifford McBride (Tommy Lee Jones) Kurtz, si partís del original de Conrad; o podéis llamarles Willard y Kurtz si lo hacéis de la versión que Coppola hizo de la obra maestra conradiana. Se trata, naturalmente, de El corazón de las tinieblas y Apocalypse Now. Pongan un viaje hasta el límite del sistema solar en un futuro próximo en vez del realizado por un río del Congo o Vietnam. Pongan una compañía espacial en vez de las compañías coloniales belgas o el ejército estadounidense. Pongan como meta del viaje la locura. Y tendrán una primera aproximación a esta gran película. La sombra de Conrad la cubre dando hondura dramática y humana al excelente guion escrito por James Gray y Eyhan Gross, quien tras ser su auxiliar en La otra cara del crimen, Two Lovers, El sueño de Ellis y Z, la ciudad perdida pasa ahora a ser coguionista.
Pero Conrad es una inspiración que empuja, alumbra o inspira el universo propio de James Gray, autor mayor y por ello siempre reconocible temática y estilísticamente aunque en sus tres últimas películas haya virado del cine negro al melodrama, de este a la aventura y de esta a la ciencia ficción. Lo conradiano es el largo viaje a través del espacio en busca de un héroe que, tras alcanzar límites nunca antes explorados más allá del sistema solar al parecer ha enloquecido y desatado una catástrofe que pone en peligro a la humanidad. Y es también el viaje paralelo a través de los abismos interiores del protagonista, más hundido en lo más problemático y eludido de sí mismo cuanto más se acerca a su meta. Lo más propio de Gray es el conflicto intrafamiliar entre padre e hijo, el regreso a un escenario al que no se desea volver porque en él aguarda el ajuste de cuentas con el pasado, la confrontación con la figura del padre e, inevitablemente, con uno mismo, con todas las traiciones, deslealtades y desamores que han convertido la vida en un árido desierto emocional.
De esto trataba la espléndida tetralogía negra que consagró a James Gray como uno de los más creativos directores del penúltimo cine americano (para mí el mejor junto a Anderson y Malick) y el heredero legítimo del genio de Sidney Lumet. En Cuestión de sangre (1994) era la relación entre Tim Roth y Maximiliam Shell, en La otra cara del crimen (2000) la de Mark Wahlberg y James Caan, en La noche es nuestra (2007) la de Joaquin Phoenix y Robert Duvall o Moni Moshonov (porque aquí se enfrenta al padre y al padrino mafioso), y en Two Lovers (2008) la de -repitiendo papeles- Phoenix y Moshonov. Aquí son Brad Pitt y Tommy Lee Jones, el hijo que admira y odia al padre que le abandonó para seguir su carrera como astronauta que le convertirá en un héroe nacional, sin poder sustraerse a la emulación convirtiéndose él en astronauta, y sin poder evitar que la fatalidad les reúna y enfrente.
La extraordinaria fuerza dramática de esta película nace de esta fecunda y original fusión entre lo que es aportación de Conrad y lo que es propio del universo de Gray. Y se despliega en la pantalla a través de una puesta en imagen perfecta que utiliza todos los recursos tecnológicos de imagen y sonido, habitualmente usados en un sentido superficialmente espectacular, para crear una deslumbrante y honda épica trágica de ciencia ficción. No alcanza a 2001 de Kubrick porque probablemente nadie podrá hacerlo -hay obras maestras que son inalcanzables por muchos años y hasta siglos que pasen- pero sí a obras maestras de la ciencia ficción madura como Solaris o Interstellar, cuyas huellas como referencias son visibles. Pese a un posible decaimiento en los últimos minutos de metraje. El tiempo dirá. Lo cierto es que Gray logra un efecto de inmersión dramática en la historia a través de un uso maestro y poco convencional de la voz en off (en esto y en los insertos emocionales, no narrativos, del montaje parece claro que ha estudiado a fondo al tarkovskiano Malick) y de inmersión física a través de una planificación espectacular (desde el inicio que crea un efecto de vértigo al arrojarnos al espacio a través de un audaz movimiento de cámara).
Inmersión es la palabra que mejor define a esta película que se sigue hipnóticamente, con el ánimo suspendido, sospechando, temiendo, intuyendo. Brad Pitt -rescatado de mamarrachos de taquilla o de autor- vuelve a ser el gran actor de El árbol de la vida (lo que tal vez no sea casual dado el mencionado aire Malick de Ad Astra). Tommy Lee Jones está muy bien, como siempre, pero mejor en sus apariciones virtuales que en la real. Los secundarios, perfectos; sobre todo Donald Sutherland (a quien la vejez le ha puesto el rostro del Casanova anciano de Fellini) y Lisa Gay Hamilton. La música de Max Richter y Lorne Walfe -no casualmente colaborador de Hans Zimmer- sigue de cerca los pasos obsesivos de la banda sonora de Interstellar y se combina eficazmente con los efectos sonoros y los abruptos silencios. Gray se ha arriesgado mucho llevando el núcleo de El corazón de las tinieblas al espacio para fundirlo con sus temas más personales. Y ha triunfado.
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