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Manhattan desde el Queensboro
El sonámbulo de Verdún. Eva Díaz Pérez. Editorial Destino. Barcelona, 2011. 352 páginas. 17,50 euros
La trayectoria narrativa de Eva Díaz empezó con una estupenda primera novela, Memoria de cenizas (2005), en la que la autora recuperaba la historia increíblemente olvidada del brote erasmista incubado -y brutalmente reprimido- en la populosa y opulenta Sevilla del Quinientos. Sus siguientes novelas, la ambiciosa pero algo desmesurada Hijos del mediodía (2006) y la conmovedora y reivindicativa El club de la memoria (2008), que fue finalista del Nadal, tenían en común con la primera el remontarse a épocas pasadas de la historia sevillana o española -los años 20 y 30, en particular- para extraer de ellas algunos de los episodios, principios o lecciones estéticas que, en muchos casos arrasados por el corte brutal que supuso la guerra, conforman sin duda ninguna los fundamentos del presente. No era la de Eva Díaz una intención meramente arqueológica, ni se trataba, sobre todo en las dos últimas, de novelas históricas convencionales, ni por la forma ni por el contenido. Tanto en su trabajo narrativo como en el periodístico, a la autora le ha interesado siempre el pasado, pero menos el esplendor perdido que la huella que pervive o puede (o merece) ser rescatada, porque las miradas comprometidas -y la suya lo es, también desde siempre- no contemplan nada, ni la realidad ni la Historia, con ojos inocentes. Quiere decirse que las tres obras aludidas, posteriormente agrupadas por Díaz en una suerte de trilogía de la memoria, se alejaban bastante de la recreación inocua o, expresado de otro modo, que tanto los personajes como los momentos elegidos respondían a una visión deliberadamente combativa.
Esta cuarta novela, con la que la narradora abre un nuevo ciclo, cambia de escenarios, pero no de propósito. Una década después de iniciada su andadura literaria, Eva Díaz parece haberse sentido lo suficientemente segura de su oficio para alejarse de la tradición inmediata en la que se había movido y ensanchar espectacularmente el campo de su mirada, que se dirige ahora al mismísimo corazón de Europa de la mano del conflicto inaugural del siglo XX, la Gran Guerra, de donde viene -y adonde vuelve, en bastantes aspectos- la definición contemporánea del continente. El sonámbulo de Verdún contiene, como podíamos esperar, un alegato antibelicista, pero su valor no se agota en la denuncia de las mentiras patrióticas -la "vieja mentira" a la que se refería Wilfred Owen, el poeta soldado- que condujeron a millones de jóvenes a la muerte. A partir de cuatro personajes principales, no coetáneos pero unidos por los hilos del azar -un desertor del ejército austrohúngaro, un periodista entregado a la propaganda, un artista del periodo de entreguerras y una muchacha que encuentra décadas después algunos vestigios del naufragio-, Eva Díaz traza un completo mapa de referencias que incluye estampas de dos de las ciudades emblemáticas del "mundo de ayer" -Viena y Praga, excelentemente recreadas- y un sinfín de guiños e historias incrustados en una trama minuciosa y compleja, pero absorbente, que avanza o retrocede sin salirse de su marco.
Los continuos saltos en el tiempo, los homenajes metaliterarios a algunos de los más significados representantes de la gran literatura centroeuropea o la irrupción de una voz narradora que cuestiona, a cada momento, el modo en que se nos cuenta la historia y también la Historia, dan fe de la voluntad de la autora de no limitarse a la mera reconstrucción. Este último recurso no está exento de riesgos, pues el exceso de autoconciencia conlleva el peligro -no siempre evitado por los narradores actuales, dados a hablar más de la cuenta- de restar verosimilitud a la trama, pero el modo en que se alternan estas observaciones, a menudo irónicas o abiertamente paródicas, con la materia narrada casa a la perfección con el tono y la intención de la novela. Ya sabemos que la documentación, por sí sola, no es más que un requisito obligado por parte del novelista que se propone bucear en el pasado. Al escritor, como aquí sucede, le corresponde la tarea de lograr que todo el ingente material que ha trasegado tome cuerpo y encarnadura en una historia donde los detalles no estorben ni distraigan ni se lleven el protagonismo que corresponde, siempre, a la vida, a las vidas.
La escritura de Eva Díaz, por otra parte, se ha ido haciendo más sobria y suena ahora más depurada, más verdadera: "Cada uno de los muertos que caen en la trinchera de Jaroslav forma parte de estadísticas para historiadores que aún no han nacido". Permanece el gusto por los pasajes descriptivos y las historias pintorescas, por los lugares o los objetos que atesoran memoria, pero la retórica ha dado paso a una mayor contención, a una prosa no exenta de lirismo pero libre de artificios, donde el adorno se ha reducido a lo imprescindible. Por todas estas razones, El sonámbulo de Verdún es una novela de madurez, que permite abrigar grandes expectativas sobre el ciclo venidero y sitúa el nombre de la autora, aún insuficientemente reconocido, entre los más valiosos e inquietos de su generación.
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