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"Hay que recordar a Barea y leer sus libros porque son una genealogía de nuestra propia vida, una lucha incesante contra la desigualdad y la injusticia, una toma de partido sin aspavientos por los que menos tienen", escribe Coradino Vega en Arturo Barea. Retrato de un temperamento, una hermosa semblanza del autor de La forja de un rebelde que publica con Zut Ediciones y que presenta este miércoles, a las 19:00, junto al escritor y editor Juan Bonilla en la Biblioteca Infanta Elena de Sevilla. Un libro en el que Vega reclama para su protagonista un lugar de honor en la historia de la literatura al mismo tiempo que capta la "complejidad" y los "tonos grises", el lado más humano de un personaje que, más allá de las causas nobles en las que creía, también fue "arisco" y "difícil".
Para Vega (Minas de Riotinto, 1976), Barea describe en sus páginas un linaje compartido: propone en su obra "un análisis muy certero de los materiales con que está hecho este país", y su testimonio sobrio y conmovido en La forja de un rebelde comparte voluntad con los Episodios nacionales de Galdós: "Él también cuenta lo que ha ocurrido en el pasado para entender mejor el presente", sostiene el onubense afincado en Sevilla, que rechaza no obstante "las comparaciones y paralelismos entre la época convulsa de la Guerra Civil y la actualidad que algunos hacen, lo que me parece un ejercicio peligroso".
Barea, como recuerda su biógrafo, vivió siempre "en una encrucijada", en el temor de que al apartarse de sus orígenes se traicionaba a sí mismo, y quizás ese resquemor encendió en él la susceptibilidad, los arrebatos de violencia, la arrogancia. "De niño", relata Vega en este Retrato de un temperamento, "sufrió la contradicción de ser pobre en un colegio al que iban los hijos de las clases pudientes, de ser el único hermano al que acogieron sus tíos adinerados, de vivir de lunes a viernes en un piso burgués y los fines de semana en la buhardilla humilde de su madre: de ser un señorito para su hermana y sus amigos de las calles de Madrid, y un desposeído para sus compañeros de colegio". El hijo de la lavandera, el pulcro empleado de Crédit Lyonnais, siempre albergó "el ansia infinita de subir", como escribiría en La forja, el primer volumen de su célebre trilogía, pero no olvidó a los suyos en su ascenso.
En este ensayo, Vega sugiere que los orígenes del narrador marcaron la recepción de su obra: "No hay que olvidar que Arturo Barea es, junto con Miguel Hernández, el único gran escritor español de la primera mitad del siglo XX que procedía, no de un origen burgués, sino de las clases populares", señala el investigador. "Es más conocido el rechazo de Lorca a Miguel Hernández, pero con Barea los escritores del entorno de la Residencia de Estudiantes, que podían ser muy progresistas pero no dejaban de ser señoritos, lo despreciaron de una manera sutil: se le confunde con un escritor tosco, proletario", comenta Vega a este periódico.
Sin embargo, en opinión del especialista, el estilo de Barea ganaría la batalla del tiempo. "Releyéndolo a él y a Chaves Nogales", analiza Vega, "me asombra la modernidad que poseen sus textos. Sus prosas tienen una chispa, una alegría, una viveza muy alejadas de la narrativa española de esa época, que era barroca y triste. Y no hablemos de los autores del 98, con ese pesimismo… La Generación del 27 estaba muy preocupada por la floritura, por el ornamento. Mucho antes de irse al exilio, Barea ya se expresaba de una manera muy anglosajona. Por eso quizás sea más fácil de traducir", explica Vega, que como su protagonista, que siguió el consejo de Valle-Inclán, que le recomendó olvidarse de las tertulias y las vanidades del mundillo literario, puede presumir de haberse labrado una sólida carrera en los márgenes con libros como El hijo del futbolista o La noche más profunda.
Vega lamenta que en el instituto público de Riotinto en el que estudió a principios de los 90 "nadie nos habló de Max Aub, Chaves Nogales o Arturo Barea". "No me atrevo a decir que fue un estado general del BUP, porque una compañera asturiana me contó que en Asturias sí dieron a fondo todo esto de la República y el exilio", corrige el autor en su charla. "Aparte de su heterodoxia, a Barea y a Chaves Nogales les ocurre algo: tienen la dificultad del género en el que escribieron. El primero hizo una novela autobiográfica, precursora de lo que hoy se llama con pedantería autoficción; el segundo, periodismo. Y como aquí la literatura se mete en cajones muy concretos, ellos se quedaron fuera".
El escritor no comulga "con esa teoría que sitúa a los dos en la tercera España. Ya me cuesta lo de las dos Españas, no me quiero imaginar una tercera", afirma antes de dejar escapar una risa. "Es verdad que Barea describe en La llama [la tercera parte de La forja de un rebelde] todo el terror y los excesos de los milicianos, pero yo pienso que él y Chaves Nogales eran inequívocamente republicanos, y el hecho de que se exiliaran y murieran fuera lo demuestra".
Arturo Barea. Retrato de un temperamento ahonda en algunos episodios de la vida del escritor, como su servicio militar en Marruecos durante el desastre de Annual, un capítulo que le inspiraría La ruta, la segunda entrega de La forja de un rebelde; el remordimiento con el que contemplaría el haber abandonado a sus hijos o la plenitud que encontró en Inglaterra. Pero estas páginas, en las que Vega entrecruza apuntes de su educación como lector y ciudadano, celebran ante todo a un narrador inmenso que firmó "uno de los libros más conmovedores", una "novela vibrante que sigue interpelándonos".
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