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El rey de las hormigas | Crítica

La editorial Acantilado publica la mitología personal de Zbigniew Herbert, una divertida aproximación al mundo clásico que da cuenta de la inspiración humanista, libre y gozosa del escritor polaco

El escritor polaco Zbigniew Herbert (Lvov, 1924 - Varsovia, 1998). / D. S.
Pablo Bujalance

30 de septiembre 2018 - 06:00

La ficha

'El rey de las hormigas'. Zbigniew Herbert. Acantilado. Barcelona, 2018. Trad. A. Rubió y J. Slawomirski. 176 páginas. 16 euros

Muy a pesar de empeños colosales como la publicación de su Poesía completa que la editorial Lumen llevó a cabo en 2012, cabe lamentar que Zbigniew Herbert (Lvov, 1924 - Varsovia, 1998) siga siendo en gran medida un autor desconocido en España. Ni siquiera su consideración general entre los grandes poetas del siglo XX ha terminado de despertar entre nosotros el interés que su obra merece, por más que en los parnasos artificiales su nombre reine a la derecha de T. S. Eliot y W. H. Auden. Hasta la admiración que por él profesó Joseph Brodsky ha suscitado en esta orilla apenas un vago interés por una de las aventuras literarias más singulares, asombrosas y conmovedoras que nos ha legado el mundo contemporáneo.

Tal vez tenga que ver en este soslayo el exilio que Herbert, al igual que su compatriota Czeslaw Milosz, vivió en Estados Unidos mientras su obra veía la luz a duras penas en su Polonia natal y las autoridades de la órbita soviética lo consideraban directamente un enfermo mental; por no hablar de las presiones de no pocos círculos literarios dentro y fuera de Polonia para que no se le concediera el Premio Nobel que sí recibió Milosz (con la consiguiente proyección internacional) en 1980.

Curiosamente, Zbigniew Herbert fue objeto en vida de un mayor reconocimiento no tanto como poeta sino como ensayista: la aparición en 1962 de su libro Un bárbaro en el jardín hizo de él por primera vez un autor relevante fuera de Polonia, con un éxito que se prolongó después con otros como El laberinto junto al mar y Naturaleza muerta con Brida. Sólo en la última década ha podido disfrutar el lector en lengua española de estos libros y descubrir así al Herbert crítico, humanista e intelectual, inclinado al arte y la filosofía gracias a la formidable apuesta de la editorial Acantilado.

Ahora, la empresa continúa con la publicación de El rey de las hormigas, una nueva obra ensayística que Herbert dejó inconclusa después de trabajar en ella durante más de veinte años y que propone una singular aproximación a la mitología clásica, justo a la medida de su autor.

No en vano El rey de las hormigas lleva por subtítulo Mitología personal: el escritor lleva aquí de la mano al lector a lo largo y ancho de una particularísima revisión de una selección de mitos de la Antigüedad, con la mirada puesta en Grecia y el Mediterráneo. Frente a la ambición antropológica y enciclopédica de Robert Graves, Herbert cuenta sus mitos con una complicidad extrema, echando mano de los referentes más dispares y en un tono que se acerca a menudo a la barra de bar.

Su intención no es, eso sí, menos ilustrativa; pero el polaco comprende que será la amistad trenzada con el lector la que prenda la mecha didáctica, y no tanto la acumulación de datos ni la hondura del enraizamiento cultural de los mitos. Cuidado: Herbert demuestra que puede parecer insobornablemente académico cuando le place, pero prefiere ser divertido porque, si de amistad se trata, su mitología particular sólo puede ser una historia de amor. Y únicamente desde una escritura dada, no anticipada, el amor a una materia como la mitología clásica llega a tener sentido.

No sería descabellado por tanto encontrar vínculos entre El rey de las hormigas y el Curso de filosofía en seis horas y cuarto del otro gran referente polaco del siglo XX, Witold Gombrowicz (ambos proyectos fueron sostenidos durante muchos años, postergados y finalmente crepusculares): ambos libros aspiran a acompañar al lector siempre, como fuentes, no manuales, a las que volver bajo la sospecha de cualquier duda y en las que reencontrar las razones del deleite.

Por todos estos motivos, podemos considerar El rey de las hormigas como el gran legado humanista de Zbigniew Herbert: su mayor referente a la hora de relatar los mitos tal vez sea el propio Erasmo, y bien podrá disfrutar el lector español ahora imaginando un vino mayéutico compartido a cuatro manos entre el polaco y Quevedo. El Mediterráneo que alumbró la civilización tal vez le quedaba muy lejos a Herbert (quien no obstante también vivió en Italia durante una larga temporada), pero el poeta dio a luz su propio Mediterráneo interior con la herramienta infalible del humanista: el humor.

El mundo clásico es una constante en la escritura de Zbigniew Herbert, a través de poemarios como Hermes, el perro y la estrella (1957) y de su álter ego Don Cogito, una de sus creaciones más geniales, con la que prestó su particular análisis en verso sobre prácticamente cualquier asunto desde una óptica netamente clásica (Don Cogito relata la tentación de Spinoza es uno de esos poemas que debería leer todo el mundo).

En El rey de las hormigas (que Herbert dedicó precisamente a Joseph Brodsky) toda esta dimensión estética alcanza una síntesis proverbial, ya desde el diálogo inicial entre Hermes y Eurídice y a través después de Dioniso, Narciso, Cerbero, Triptólemo, Tersites, Cleomedes, Prometeo, Aquiles y Pentesilea, Hécuba, Atlas y, entre otros, el solitario Éaco, quien recibió de Zeus a los mirmidones (creados a partir de las hormigas) a modo de súbditos y a quien Herbert compara con un Robinson Crusoe bastante menos hábil.

El autor da cuenta de su obsesión por personajes mitológicos como Narciso (de cuyo relato incluye El rey de las hormigas dos versiones) a la hora de indagar en la creación literaria, pero sobre todo se muestra hilarante al convertir a Triptólemo en estrella de rock (himno a lo Queen incluido) o al recrear el proceso de domesticación de un Cerbero pachón en manos de un Heracles desesperado. En Herbert, estos mitos dicen de nosotros más de lo que sospechamos. Descubrirlo es una fiesta.

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