Una conversación sin tiempo
Alfredo Aracil, Premio Nacional de Música 2015, acaba de estrenar en Pamplona una 'ópera sin voces' en la que su música para piano dialoga con textos y dibujos de Alberto Corazón
Con la colaboración del CNDM, el Museo Universidad de Navarra presentó el jueves pasado Siempre / Todavía, una ópera sin voces original de Alfredo Aracil (Madrid, 1954). Instalado desde enero en un edificio de Rafael Moneo levantado en el propio campus universitario, el Museo pamplonés se ha articulado en torno a la colección cedida por la familia Huarte (no extensa, pero selecta con su mezcla de obras de Palazuelo, Tàpies, Oteíza, Chillida, Picasso, Millares, Feito o Rothko), pero oferta además una variada programación de artes escénicas que tiene lugar en un espléndido auditorio de casi 700 localidades integrado en el mismo edificio, un espacio único en el mundo universitario español.
El tipo de actividades que desarrolla el centro, la propia naturaleza de su colección y de sus exposiciones temporales cuadra perfectamente con un espectáculo en el que un piano dialoga con dibujos y textos proyectados sobre una pantalla de 10x7 metros. Galardonado con el Premio Nacional de Música hace sólo una semana, Aracil creó su obra en el último año y medio a partir de los textos publicados por el diseñador Alberto Corazón (Madrid, 1942) con el título de Damasco Suite, somos memoria, una serie de reflexiones surgidas en el año 2002, cuando el retraso de algunas piezas para una retrospectiva sobre su producción que se presentaba en el Museo Arqueológico Nacional de Damasco lo llevó a conocer exhaustivamente no sólo el propio museo, sino la capital siria y alguna otra ciudad del país, como Alepo.
Inspirado por estas anotaciones, Aracil preparó a partir de ellas un guion y una partitura para piano de algo más de una hora de duración, lo que a su vez despertó la creatividad de Corazón, quien realizó para el proyecto más de quinientos dibujos nuevos, que junto con los textos se proyectaron en realización multimedia de Simón Escudero mientras el pianista granadino Juan Carlos Garvayo (Motril, 1969) desgranaba la parte puramente musical del espectáculo. "Técnicamente no es de las cosas más difíciles que he tocado, pero está llena de matices, y luego queda la dificultad de la sincronización", comentaba Garvayo a este medio minutos después del estreno. "Por suerte yo tengo un pulso muy exacto. Además, la partitura incluye referencias sobre los textos y los colores, que me permiten verificar que estoy en el lugar correcto. Para mí es como un juego. En algunos momentos me he dado el gusto de salirme un instante de la línea para volver a entrar, por puro vicio. El secreto está en tocar de manera exacta, pero hacer música, disfrutar, darle vuelo, aire. Ha sido una gozada. Es un regalo, un privilegio participar con estos dos grandes artistas en algo así".
Alfredo Aracil confirmaba después lo delicado de la interrelación entre los diversos elementos de su criatura: "Yo tenía la obra en la cabeza. Alberto fue dibujando a partir de mi guion y Simón Escudero haciendo su trabajo con el vídeo igual. Hubo un momento en que Simón estuvo a punto de matarme, porque todo tenía que ir con una sincronización perfecta, y yo a veces le pedía retrasar o adelantar algunas cosas por décimas de segundo. Había que evitar la puerilidad y la previsibilidad, por lo que las imágenes y los textos no discurren como algo totalmente regular, es más bien como el swing de una canción de Sinatra, que a veces entra perfecto en el compás y otras se retrasa un instante. Con todo eso fui añadiendo, añadiendo y añadiendo cosas, y luego saqué la goma de borrar, una de mis especialidades, para que todo quedase depurado al máximo".
Esa búsqueda de la esencialidad, tan característica de la música de Aracil, está en efecto presente en una obra que conjuga diversidad y unidad de manera inteligente y en la que el juego sonoro con el texto y la imagen evita no sólo la más primaria correspondencia descriptiva, sino también la relación de significados unívocos. Hay una pretendida ambigüedad llena de sutilezas poéticas que permite a cada espectador asumir su punto de vista sobre un itinerario que, a modo de sueño, pretende vincular nuestro mundo (el de cada cual) con el momento y el espacio en el que aparecieron en el histórico solar sirio "cosas tan esenciales y complejas como la medida de las distancias y de los volúmenes, la fabricación de colores para fundir con el barro o la escritura", como apunta Corazón.
Dividida en veintisiete números, que a su vez se organizan en tres partes y dos interludios que suenan sin solución de continuidad, Aracil se esfuerza en integrar en su obra elementos "capaces de recorrerla de cabo a rabo. Hay por ejemplo una serie interválica, que tiene todos los intervalos, menos los de cuarta y quinta, y que aparece por doquier, pero cada vez de forma distinta: por ejemplo, en una especie de hoquetus, una invención a dos voces que se escucha con el juego de colores rectangulares, y enseguida en esa canción idílica en que una pareja se está mirando en silencio a los ojos, y ahí suena distinta, un poco a lo Satie o a cosa oriental, pero además reaparece luego en la filigrana de luz que se cuela por entre los árboles en el Locus amoenus I. Todo está ordenado así, aunque recurro también al tritono, como una especie de sinvergüenza, de diablillo, que ocasionalmente viene a desordenar el conjunto".
Otros elementos, como el uso de rallentandi y accellerandi, o un acorde vinculado al color rojo, que está "en el descubrimiento de los colores, pero también cuando el desierto se tiñe de rojo o arpegiado en el Locus amoenus I" ejercen la misma función, dando a la obra coherencia y sentido dentro de una variedad que ha exigido al compositor salirse de algunas de sus constantes estéticas, pues hay momentos de una crispación casi expresionista, que parece ajena al universo por norma reflexivo, simple, leve y lírico del músico madrileño. "Decidí crearme el reto más difícil de mi vida. En esta obra, todo estaba por inventar para mí, y por eso también la idea del piano solo, que es esencial, es mi goma de borrar, es la música despojada de toda intención tímbrica, orquestal".
Siempre sugerente e inquisitiva, por momentos fascinante y bellísima, la obra resguarda su unidad artística gracias también a un trabajo técnico (pianístico y audiovisual) impecable. Queda por desvelar su auténtica entraña operística. "Podría haberlo llamado ópera o coreografía. Y lo veo así porque hay una interacción estrecha entre la música y todo lo demás, no es una mera superposición de cosas. No es una película acompañada ni un recital ilustrado con imágenes. Qué tenemos de ópera: la música, claro, pero también el aspecto visual de la escena, el propio pianista y su relación con la pantalla, figuras, imágenes, un texto, un relato al fin y al cabo, aunque sea un relato ambiguo, y por último tenemos un personaje, que en origen puede ser Alberto Corazón, pero al final somos nosotros, los espectadores, que nos hemos infiltrado en la cabeza de ese personaje y vemos todo lo que ha procesado. Aparecen pues, quintaesenciados, los elementos que definen una función operística".
Siempre / Todavía volverá a verse y oírse el próximo viernes 23 en el Centro Galego de Arte Contemporánea de Santiago de Compostela y está confirmada el año próximo en el Festival de Música Sacra del Bajo Alentejo (Portugal). Para Juan Carlos Garvayo, tan activo en la música actual, "la obra merece tener un amplio recorrido. Para un intérprete es fantástico poder trabajar en algo tan bien estructurado. Muchas veces te toca arreglar problemas de las obras que tocas. En este caso, no. Sólo he tenido que lanzarme y tocarla. Eso te da libertad para hacer simplemente música, para volar artísticamente". Un vuelo entre dos mundos, dos épocas acaso más cercanas de lo que a menudo pensamos. Un viaje intemporal. Una conversación sin tiempo.
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