"Si no construimos un relato ya, puede prevalecer uno que legitime al agresor"

fernando aramburu. escritor

El autor vasco protagonizó la jornada del viernes con la presentación de 'Patria', su novela sobre la convulsa historia reciente del País Vasco, marcada a sangre y fuego por el terrorismo de ETA

Fernando Aramburu, la mañana de ayer en un hotel del centro de Sevilla.
Fernando Aramburu, la mañana de ayer en un hotel del centro de Sevilla. / Julián Venegas
Francisco Camero

27 de mayo 2017 - 07:34

Sevilla/Ha recibido el Premio de la Crítica y acumula ya casi 20 ediciones y unos 300.000 ejemplares vendidos, cifras desorbitadas en el maltrecho panorama español, pero lo más importante de Patria, y el primero que lo sabe es el propio Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), es que su novela coral sobre el horror del terrorismo de ETA "ha tocado un nervio de la época". "Sabía que, por el tema, podía tal vez tener más repercusión, pero algo así es difícil de explicar. Tanto mi editor [Tusquets] como yo nos hemos visto desbordados. Se ha convertido en un tema de conversación, de debate. Y me halaga particularmente que haya ocurrido también en mi tierra natal, con independencia de que el libro haya gustado o no", dice el escritor, que atendió ayer a este periódico horas antes de presentar en la Feria del Libro el que fuera de toda duda, desde hace tiempo, es el libro del año en España y un fenómeno que trasciende los límites de lo meramente literario. A todo ello asiste con algo de prudente distancia este hombre sereno y poco amigo de aspavientos que a estas alturas, dice, desea por encima de todo volver a encerrarse en su casa, en Alemania, donde vive desde hace más de 30 años. "Mi escritorio, el pobrecito, tendrá telarañas ya de lo que poco que lo uso últimamente. Uno corre el riesgo de dejarse absorber por esto y dejar de hacer aquello que a uno le da equilibrio en la vida, que en mi caso es la escritura. Mi casa, ese rincón, es lo que a mí me protege".

-Ya que habla de ello, ¿este libro podría haberlo escrito si no llevara tantísimo tiempo viviendo en ese país? O incluso viviendo allí, ¿habría tenido la distancia y el valor suficientes para haberlo hecho hace 20 o 30 años?

-Si para una pregunta no tengo respuesta, es para ésta. Y el hecho de que no la tenga ya es en parte una respuesta... Algunos que desean hacerme algún reproche me dicen que, por haber estado fuera, no he visto la partida. Lo cual es falso, porque precisamente tener esa atalaya favorece una visión panorámica. No hace falta ser un alfil ni una torre para comprender qué partida se estaba jugando.

-Se lo preguntaba también en otro sentido. Acordándome por ejemplo de la farmacia que le quemaron al escritor Raúl Guerra Garrido en San Sebastián por significarse militando en el Foro de Ermua...

-Pues sí, quizás habría corrido la misma suerte que corrieron él y muchos otros. Por profesar la convicción demócrata, somos, éramos candidatos a ser expulsados. Uno se cansa, o se marcha, o uno se calla, o a uno lo callan. Hay muchas maneras de expulsar a alguien de una comunidad. El asesinato es una de tantas posibilidades.

-Eso de lo que habla, esa muerte civil antes de la muerte definitiva, es uno de los procesos que con más contundencia retrata...

-Aunque no descubro nada... El texto lleva a los lectores a preguntarse qué habrían hecho ellos si hubieran estado en el lugar de este u otro personaje. Se les abre una ventana para ejercer la emoción, y entiendo que esto es lo que ha pegado tan fuerte del libro, porque libros de historia sobre el pasado reciente del País Vasco ha habido muchos, y de periodistas, de entrevistas, de testimonios... Algunas personas me han dicho que han llorado leyendo mi libro y reconozco que también a mí se me escapó alguna lágrima escribiéndolo, no tanto por lo que yo contaba ahí, sino por lo que me evocaba, por el fondo de verdad personal que hay más allá del libro.

-Dijo usted que podría haber sido uno de esos chavales que acabaron alistándose en ETA...

-Cualquier chaval estaba expuesto. En el mundo de la violencia no se entra después de haber cursado Filosofía en la Universidad, se entra por una serie de pulsiones, por energía juvenil, vencido por la presión grupal. O porque uno se traga la propaganda, de la misma manera que otros, ahora, se explotan a sí mismos considerando que van a ir al cielo donde estarán rodeados de chicas guapas y vírgenes. El ser humano es así. Nace con el cerebro en blanco e inmediatamente los adultos empiezan a escribir en él, y pueden programarlo para que cometa las mayores atrocidades. Ha ocurrido siempre. Por eso hay que deslegitimar y desactivar ese tipo de discursos.

-¿Qué le salvó a usted de ser vencido por la presión ambiental?

-Lo he pensado a menudo y, finalmente, he llegado a la conclusión de que me enseñaron a abrazar a tiempo. Aprendí pronto a reconocer la humanidad del otro, aunque me cayera mal. También me crié en una ciudad, donde el control no es tan poderoso como en una población pequeña donde todos te conocen. Es probable que yo tuviera un corazón compasivo adquirido por mi educación. No soy creyente, pero gran parte de ese pensamiento cristiano que nos inculcaban a los niños, el amar y el ayudar al prójimo, lo sigo asumiendo como una de mis bases éticas. Por otro lado, con 14 o 15 años me hice un lector asiduo y ocurrió que los libros no confirmaban esas doctrinas agresivas que difundían algunos; es más, me enseñaron que había un horizonte vital muchos más interesante, mejor en definitiva, que el de replegarse, confirmar lo propio, ponerse al servicio de los orígenes o el folclore. Y no me gusta la idea de vivir con enemigos. Si alguien no me cae bien, me voy para otro lado y punto.

-¿Algún episodio particular de toma de conciencia al respecto?

-Sí, muchos. Muchos. No es agradable ver a un hijo llorando porque han matado a su padre; verlo en vivo, allí mismo, eh, no en la televisión, ni en la pantalla de un cine ni en la portada de un periódico. Algo así plantea preguntas: ¿me parece bien o me parece mal? Y aunque uno no lo responda en público, es inevitable responder. He visto viudas, he visto féretros, he visto a la gente por la calle pedir que ETA matara a alguien. A poco que tenga un fondo de humanidad, uno no puede permanecer indiferente, aunque el miedo hace que uno sea muy prudente o se calle. Todo eso lo he vivido.

-Es curioso cómo, pese a su retórica revolucionaria y ultraizquierdista, ETA tuvo su caldo de cultivo en ambientes rurales y de hecho muy conservadores...

-El fenómeno es muy complejo, pero tiene una base conservadora evidente. En el sentido auténtico de la palabra conservar: no variar, mantener la pureza del paisaje, del componente humano, las tradiciones, el deseo de aislarse para no mezclarse con el elemento foráneo, eso está en la base de cualquier nacionalismo. Y a eso se unió también el esfuerzo por integrarse de los emigrantes o los hijos de los emigrantes, cuya única opción de formar parte armónica de ese paisaje humano que postula el nacionalismo es el radicalismo político. Si uno mira el elenco de militantes de ETA encontrará numerosos miembros de origen castellano, extremeño, gallego, incluso en puestos de dirección.

-¿Ninguna fe más peligrosa que la del converso?

-Exacto. Y no es un fenómeno privativo del País Vasco. También se dio en Alemania. Los nazis más fanáticos procedían de los bordes del Reich, empezando por el propio Hitler que no era alemán y tuvo que nacionalizarse para poder ser canciller. Son siempre burros con rayas para parecer cebras.

-El cura del pueblo, en la novela, toma un papel muy activo en favor de la violencia. ¿Es extrapolable esa conducta a la de la Iglesia en el conjunto vasco?

-No, no. No he operado así. Yo me pregunté: ¿ha habido curas como éste de mi novela? La respuesta es sí. Y no pocos. Por tanto, me pareció legítimo introducirlo en mi historia, no era para nada inverosímil ni exótico. Pero cuidado, que también ha habido curas vascos amenazados, que no podían moverse sin escolta. Sería muy injusto afirmar que toda la Iglesia tuvo mayor compasión por los agresores que por las víctimas. Pero sin duda en el País Vasco ha habido curas como éste y aún peores.

-Su mujer es alemana, pero al margen de eso, ¿tiene su decisión de permanecer allí algo que ver con una huida de todo aquella asfixia social?

-Se juntó el hambre con las ganas de comer. Yo tenía un deseo de irme a vivir a otro sitio más tranquilo, donde la gente no se odiase, donde uno pudiera aprender otro idioma, otra cultura. Si no la hubiera conocido a ella, me habría ido por mi cuenta a otro sitio. Pero no diría que como una huida. Más por curiosidad, por deseo de tener una vida más interesante. En Alemania mi vida dio un cambio total. Ese país me ha formado. Y he visto cómo los alemanes se enfrentan a su pasado, y creo que lo hacen bien, sin postular el olvido ni meter bajo la alfombra como polvo molesto las atrocidades del pasado y el dolor de las víctimas.

-¿Y los vascos?

-Bueno... Ahí estamos. Al menos no hay violencia. Coexistimos, que no es poco. Pero hay que construir un relato para que las generaciones venideras sepan lo que ocurrió, y aquí empiezan ya las diferencias porque ni siquiera estamos de acuerdo en el uso de determinadas palabras; unos decimos terrorismo, otros prefieren decir lucha armada, y así... La tarea es urgente y la tenemos que llevar a cabo nosotros, ahora, porque de lo contrario quizá prevalezca un tipo de relato que pinte al agresor como un héroe o que justifique y legitime sus acciones.

-En un panorama tan complejo y traumático, cada parte parece asumir de forma muy distinta conceptos como perdón o reconciliación. ¿Cómo los concibe usted? ¿Son posibles como procesos reales, de hecho?

-La reconciliación es la recomposición de lazos afectivos que existieron. Se reconcilian dos personas que se amaron o se tuvieron afecto antiguamente. Pero en este caso esos lazos no existen. La reconciliación es utópica, pero lo es en cualquier sociedad. Y además es siempre una cuestión personal. Y el perdón es otra cosa; es el reconocimiento de que se anula la ofensa. Y también pertenece al ámbito privado. Yo no creo en el perdón pedido ahí en la plaza en medio de fotógrafos. Aparte de que también hay víctimas que no quieren ese perdón, ojo, porque para ellas significa reabrir las heridas, volver a hacerles presente un pasado horroroso. Es cierto que el perdón tiene un efecto pedagógico, como cuando el Papa pide perdón por los curas pedófilos, se reconoce un mal, se supone que dicho mal no va a cometerse más... Pero si a uno le han matado al padre ya me dirás tú qué significa el perdón para esa persona, porque al padre no se lo van a devolver nunca; ni van a borrarse las amenazas, la crueldad del crimen, las declaraciones posteriores, todo eso que nosotros vivimos simplemente como una noticia ocasional. Es muy delicado, es un dolor demasiado profundo. Yo escribo cuentos y novelas, no tengo ninguna receta, ojalá la tuviera.

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