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Concierto del año con Viotti y sus vieneses

ORQUESTA FILARMÓNICA DE VIENA | CRÍTICA

La Orquesta Filarmónica de Viena y Viotti en el Maestranza / Guillermo Mendo

La ficha

*****Programa: ‘Capricho español’ op. 34, de N. Rimski-Kórsakov; ‘La isla de los muertos’ op. 29, de S. Rajmáninov; Sinfonía nº 7 en Re menor, op. 70, de A. Dvorák. Orquesta Filarmónica de Viena. Director: Lorenzo Viotti. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Lunes, 24 de junio. Aforo: Lleno.

Hay orquestas míticas de las que suele decirse que tocan solas. Es tal el grado de compenetración entre sus integrantes, tal el nivel técnico de sus músicos y tan denso y asimilado el bagaje musical de décadas y décadas de conciertos al más alto nivel que un director apenas si tiene que preocuparse por tales cuestiones. La Filarmónica de Viena es una de esas privilegiadas orquestas que, si quisieran, con un buen concertino, podrían prescindir de la batuta, según qué repertorio, claro. Pero el resultado sería siempre igual, monótono, sin la emoción de lo diferente. Y ahí es donde entra en juego el director que, sabiendo que tiene entre sus manos un instrumento perfecto, pueda indagar en el mensaje profundo de las partituras, experimentar con nuevas formas de aproximarse al fraseo, buscar su voz propia a través de la orquesta.

Un ejemplo cabal de todo esto lo fue este concierto. Ante todo, hay que descubrirse ante la calidad incomensurable de los filarmónicos vieneses. El sonido de sus cuerdas es limpio, brillante, de una calidez infinita en toda la gama de sus registros, con especial relevancia en el caso de las cuerdas graves, que firmaron pasajes de una belleza inolvidable. Así, por ejemplo, el sonido ondulante de las violas en las ‘Variaciones’ del Capricho español; el sonido envolvente de chelos y violas en el inicio de La isla de los muertos; o la expansión lírica de las violas y chelos con las flautas aleteando sobre ellos en el Poco adagio de la sinfonía de Dvorák. Los violines realizaron proezas técnicas al unísono con los rápidos pasajes con rebote en la obra de Rimski. ¿Y qué decir de las míticas maderas vienesas? Suavidad en los oboes, brillo y sentido del color en los clarinetes (soberbio el solista en el Capricho español). Y todo ello arropado por unos metales de ataques redondeados y precisos y una cantabilidad en las trompas llena de poesía, como tuvieron ocasión de demostrarlo en el segundo tiempo de la sinfonía de Dvorák.

Todo ello fue posible en gran parte gracias a la dirección de un Lorenzo Viotti que demostró ser un maestro con mucho que decir. La técnica de batuta es impecable y clara y tiene en todo momento todo bajo su mano perfectamente controlado. Fue especialmente relevante su saber hacer a la hora de trabajar con el tejido textural de cada obra, con equilibrio entre las secciones y dándole voz a los contracantos y las frases instrumentales. En la festiva obra de Rimski supo encontrar el punte medio entre la expansión sonora, la presencia subyugante de los ritmos hispánicos y la claridad del sonido global. El final acelerando fue especialmente brillante. En el arranque de La isla de los muertos fue digno de admiración su control de las dinámicas en un preciso e impresionante crescendo, así como su concepción de la monumentalidad del sonido. Magistral su manera de sostener la tensión a todo lo largo de la pieza. En la sinfonía de Dvorák tuvo ocasión de mostrar su sentido siempre expresivo de la acentuación dramática en el primer tiempo, en el que también controló al milímetro los cambios de ritmo de ternario a binario, algo que volvería a repetirse en el último tiempo mediante unos enérgicos y precisos sforzandi.

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