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Sevilla/Con esa pose entre triunfante y afligida que lleva a gala desde hace décadas, reaparecía Isabel Pantoja en Sevilla, más de media hora más tarde de lo anunciado y vestida con un radiante vestido champán de flores bordadas y pedrería, seis años después del concierto que la trajo a este mismo estadio de la Cartuja después de su etapa en prisión. La artista iniciaba así de esplendorosa esta noche en su Sevilla de su alma (-"eh, que no se han enterado que soy aquí", interrumpía-), el tour con el que conmemora 50 años de una trayectoria intermitente, de largas ausencias en el escenario y en la que lo artístico se ha visto diluido, o en muchas ocasiones directamente eclipsado, por lo rosa. De ahí que, por ejemplo, llamara la atención que esta vez sus hijos no la acompañaran como sí lo hicieron en 2017 o se echara en falta a su madre Doña Ana, fallecida hace dos años, y recordada entre lágrimas en una suerte de duelo compartido. "Viva la madre que te parió", se oía.
"Para mí este concierto es muy importante porque está pensado para celebrar los 50 años que llevo encima de un escenario y quiero hacer un recorrido musical por toda mi trayectoria desde la primera canción que grabé: Tené compasión de mí o El pájaro verde ¿os acordáis?", preguntó tras tararearlas.
De esta forma, como ocurrió en sus primeros éxitos, con el mítico disco Marinero de luces compuesto por José Luis Perales que dibujaba un año después del fallecimiento de Paquirri el doloroso retrato de una mujer rota, lo personal sigue contribuyendo a alimentar el imaginario de una artista rotunda y soberbia que siempre reaparece como una superviviente, avalada por miles de fieles seguidores que no sólo le aplauden, sino que la veneran. “Ole, guapa”, "qué grande", "qué arte", le gritaban constantemente a compás. "Ahora, decid la gente que hay", apuntaban quejosos desde las colas de entrada al paso de los periodistas, como adelantándose a que los comentarios sobre la escasa respuesta del público enturbiaran la reaparición de su estrella.
Lo cierto es que a falta de datos sobre el aforo y la venta de entradas, no facilitados por la organización, Sevilla recibió a la artista con un estadio desangelado con grandes vacíos tanto en las gradas como en la pista que apenas parecía superar las seis mil personas, la mayoría en asientos demasiados lejanos para este tipo de espectáculos.
En cualquier caso, la Pantoja llegó dispuesta a celebrar sus 50 años de reinado en un género (la copla y la canción ligera) al que ella ha sabido poner nombre propio y que, en plena era del autotune, abandera con la misma fuerza y seguridad con la que lo hacía en los ochenta cuando las niñas cantaban sus coplas en las velás de los barrios sevillanos, legiones de fans se dejaban las melenas largas para reproducir su estética o los transformistas de entonces la imitaban en las salas nocturnas. De ahí que durante todo el recital actuara como maestra de ceremonias recordando su propia discografía, "que es mi vida", y dando paso a un amplísimo repertorio que se saben de memoria varias generaciones: "¿os acordáis, no?, pues no la voy a cantar entera", bromeaba.
Es decir, desde que la cantante levantó la cabeza eufórica y sonriente para interpretar el popurrí de pasodobles con el que abrió la noche ante un público entusiasmado, confirmó que no le ha hecho falta claudicar ni renovarse para seguir siendo “Isabel, Isabel Pantoja”. Esto es, un icono imperturbable y ya la única representante de la España de suspiros, peinas y batas de cola que ahora, en un giro de 360 grados y a consecuencia de la reconciliación con nuestro pasado musical reciente y la contribución del colectivo LGTBI+ (al que tanto le deben las folclóricas, como se pudo apreciar en esta noche), ha pasado también a convertirse en un fascinante símbolo de lo retro cañí. Porque si de algo presumió Maribel es que la Pantoja es más Pantoja que nunca, y eso es lo que defendió sin ambages. "Viva mi Esperanza de Triana", "viva la Macarena", "viva el Gran Poder" y "viva mi Virgen del Rocío" y "viva mi compadre Juan Gabriel" y "viva Sevilla", vitoreó.
El pomposo vestuario (que esta vez no se cambió), la ampulosa puesta en escena con un escenario repleto de grandes flores y proyecciones barrocas de mares y cielos estrellados, los coloristas arreglos musicales, la soltura con que se pasea por el escenario, la exactitud con la que maneja los tiempos y los silencios, los inconfundibles gorgoritos con que alarga los tercios, sus saltitos de furia o la profundidad que le imprime a las letras son, por tanto, parte indisoluble de la artista, que se entregó en las más de tres horas de concierto para repasar sus grandes éxitos disco a disco. Desde los inolvidables Embrujá por tu querer, A la limón, Se me enamora el alma o Nací en Sevilla a El señorito, Caballo de rejoneo, Porque me gusta a morir, Veneno o Enamórate pasando por un popurrí del Marinero de luces (incluido el Era mi vida él, que recordó entre llantos, "porque son muchas emociones" o el Hoy quiero confesarme), Que se busquen a otra, Así fue, unas aplaudidas Sevillanas que el público cantó a coro, El Moreno, o Garlochí, con la que cerró la fiesta. Haciendo, como acostumbra, que cada palabra cobre sentido y sirva para trasladar un mensaje que parece ir adaptando a los tiempos y las circunstancias.
Un total de 26 canciones, pocas completas, en las que se acompañó de orquesta, coro y piano, con no pocos problemas de sonido y de coordinación, que ella misma se encargó de evidenciar hasta el punto de confesar no saber ni por dónde iba "ni qué voy a cantar ya", lo que provocó que se le fueran los tonos, a pesar de encontrarse en plenas facultades vocales. En este sentido, cuando le falló la petaca y tuvo que solucionar el incidente "porque se me han acabado hasta las pilas", comentaba, pensamos que igual era una señal para ir cerrando un concierto al que le sobró duración y le faltó ritmo. Entre otras cosas porque la idea de seguir un orden cronológico impidió estructurar la propuesta imprimiéndole más matices (musicales, de escena, vestuario...) y llegó un momento en el que era difícil distinguir si sonaban boleros, coplas o mariachis, con los que interpretó también dos temas.
Pese a todo, el regreso de la cantante se convirtió en un emotivo y apasionante encuentro en el que la sevillana declaró su amor a los asistentes "porque sin vosotros no sería nada". Así, todos, tanto los que pagaron las entradas a su precio (entre 55 y 200 euros) como los mil desempleados que pudieron hacerlo a diez euros, gracias a la iniciativa de la promotora y el Ayuntamiento de Sevilla, dejaron a un lado el enfado inicial y se sumaron a este feliz cumpleaños que la llevará próximamente por otras ciudades como Barcelona, Bilbao o Madrid. Y sí, hubo momento para la lágrima, para la alegría, para los mensajes encriptados, para agradecimientos especiales como el que dedicó a la artista británica Shirley Bassey presente en las butacas, y para sus confidencias porque “Ay, ay, ay, la Pantoja es lo que hay”.
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