Concha Jerez, un diálogo de la Premio Velázquez con el Monasterio de la Cartuja
Exposición
La muestra 'Silencios de tiempos' aborda medio siglo de trabajo de esta pionera.
La exposición recoge trabajos inéditos o exhibidos una sola vez y propuestas planteadas para el CAAC.
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El Premio Velázquez distinguió en 2017 a Concha Jerez (Las Palmas de Gran Canaria, 1941) por "el rigor y compromiso de sus arriesgados planteamientos estéticos, desarrollados durante más de cinco décadas tanto en España como en el contexto internacional", en un fallo del jurado que destacaba igualmente "el carácter innovador de sus propuestas intermedia" y "su influencia en varias generaciones de creadores, su vocación docente y su compromiso con la comunidad artística". El galardón culminaba una década próspera en cuanto a reconocimientos: en 2010 la creadora canaria había merecido la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, y en 2015 se le había concedido el Premio Nacional de Artes Plásticas.
El currículum de la artista que puede consultarse en la web del Ministerio de Cultura abruma en la abundancia de exposiciones y festivales que integran su trayectoria, la nómina de museos que poseen su obra, las instalaciones de gran formato, propuestas sonoras y visuales, de arte radiofónico y performances que ha planteado de forma individual o en colaboración con José Iges.
En paralelo a esa reivindicación de su trabajo, los grandes museos han celebrado la estimulante contribución de Jerez a la escena artística: el Musac de León, Tabacalera y el Reina Sofía en Madrid o el CAAM de Las Palmas de Gran Canaria han dedicado un hueco a esta veterana en su programación. Ahora es el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), hasta el 28 de abril con la muestra Silencios de tiempos, el que se acerca a la búsqueda formal y el compromiso de esta figura pionera.
Comisariada por el anterior director del CAAC, Juan Antonio Álvarez Reyes, esta nueva mirada a la producción de Concha Jerez se desmarca de otras propuestas en dos vertientes: la recuperación de obras que permanecían inéditas hasta ahora o que no se mostraban al público desde que se exhibieron una única vez, y en el diálogo que le sugiere a la artista un espacio tan cargado de Historia como el Monasterio de la Cartuja, para el que la autora ha planteado nuevos trabajos o readaptado algunas de sus creaciones. No parece casual que en su formación Jerez combine la carrera de Piano con la licenciatura en Ciencias Políticas: consciente de que no hay una estética válida sin ética, su persecución de la belleza va unida a un enfoque crítico, a la voluntad de denuncia y a una postura feminista. Temas como la censura –también la autocensura– y la represión, o el ensanchamiento de los territorios de la memoria para rescatar a quienes no entraron en el discurso oficial, forman parte del itinerario que dispone el CAAC.
¿Qué discurso ha de esgrimir el artista frente a su comunidad?, parece preguntarse Concha Jerez en una de las primeras piezas que se exponen, el libro Prefiero hacer textos ilegibles, en el que su artífice da cuenta de las "palabras que están tan gastadas, mensajes vacíos, palabras trascendentes que han perdido su valor" que nos rodean. Antes de esa obra, fechada en 1980, sin embargo, la artista ha prestado su voz a una causa noble: señalar las torturas, el acoso mediático o el encarcelamiento de los opositores a la dictadura en Residuos de una desarticulación de un partido político o Sumario de un proceso político, Versión 2, trabajos que se exponen en una sala en la que reflexiona también sobre la autocensura y el miedo a expresarse. Esa preocupación social se desarrolla al mismo tiempo que la investigación formal que lleva a cabo: en esas primeras dependencias se exponen asimismo las indagaciones de Concha Jerez en las posibilidades del minimalismo y del uso del color. "Va a extrañar mucho esa parte, que conoce poca gente, y en la que observo desde la ironía el protagonismo que tenía la pintura", comentaba Jerez hace unas semanas, cuando visitó el CAAC acompañada de Jimena Blázquez, la nueva directora del espacio, para quien la artista es "toda una agitadora cultural".
De mediados de los 70 son también dos reinterpretaciones de poemas de García Lorca, El grito y El silencio, motivos que conectan con la atención de Concha Jerez a aquello que se calla: "Oye, hijo mío, el silencio. / Es un silencio ondulado, / un silencio, / donde resbalan valles y ecos / y que inclina las frentes / hacia el suelo". En la misma estancia, y en una creación más reciente, la artista reivindica a poetisas de Al-Ándalus como Sara bint Ahmad b ‘Utman al-Ḥalabiyya o Qasmuna bint Ismail al-Yahudi, cuyos nombres inspiran las obras que Jerez sitúa sobre atriles, como si quisiera otorgarles a estas voces el pedestal y el respeto que el tiempo no les ha brindado.
Un propósito similar tiene la obra A la memoria de las mujeres olvidadas, de 2022, en la que a través de titulares de prensa se enumeran los logros de algunas artistas y pensadoras: "Alice Coltrane, introductora del arpa en el mundo del jazz; Paquita Rubio, cartelista durante la Guerra Civil; Jane Jacobs, teórica y activista del urbanismo humanista"… La paradoja, lamenta Jerez, es que "adquirimos conocimiento sobre ellas en el momento de su aparición en la sección de necrológicas": hasta entonces los periódicos habían desatendido sus logros.
La visita a Silencios de tiempos tiene una parada obligatoria: la instalación Identidad de un espacio geográfico -la Plaza Colón de Madrid- a través de impresos burocráticos, que pertenecía a la exposición Fuera de formato de 1983 y no había vuelto a exhibirse desde entonces. Concha Jerez se inspira en recibos de los bancos de esa plaza, el ticket de la cafetería Manila o una tarjeta de lector de la Biblioteca Nacional para uno de los proyectos más impresionantes del conjunto, gracias a un cristal ahumado colocado en el suelo, cuyo reflejo convierte al espectador en parte de esa composición.
Quizás la creación que demuestra con mayor rotundidad la condición de visionaria de Concha Jerez sea Tiempo vigilado, planteada cuando aún no había acabado el siglo XX y en la que su autora alerta de la hipervigilancia a la que estamos sometidos. La voz envolvente y dulce propia de un anuncio compara la vigilancia con "calidad de vida", pero el receptor es consciente entonces de su vulnerabilidad en un mundo que registra todos sus movimientos en una pantalla.
Concha Jerez ha encontrado en los árboles que rodean la exposición un medio para reflexionar sobre el pasado del Monasterio de la Cartuja y entre otras creaciones propone una rayuela de piedras que remite a los tiempos de escasez o tiras de espejo intervenidas con escritos autocensurados, con las que recuerda el silencio de quienes temieron ser juzgados si expresaban su disidencia. Entre los muros de ese monasterio que también fue cuartel de artillería, fábrica de mechas para bombas, prisión o fábrica de loza se escucha hoy el eco de quienes callaron.
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