La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La felicidad de fundar un colegio con éxito en Sevilla
Paco Pérez Valencia | Pintor y museógrafo
Paco Pérez Valencia (Sanlúcar de Barrameda, 1969) ha comisariado más de 70 exposiciones, entre ellas Iceberg Tropical de Luis Gordillo en el Museo Nacional Reina Sofía o la más reciente ELLE 75 años. Es profesor titular de pensamiento creativo en la Universidad Loyola Andalucía, fundador de un atractivo proyecto para introducir el arte en las empresas -la Universidad Emocional- y conservador de importantes colecciones internacionales. Sin embargo, como artista, durante el confinamiento se ha sentido "parte de un naufragio cuyo final está aún por definir" y ese tiempo demorado y reflexivo le ha inspirado las historias que ofrece ahora en el Colegio de Arquitectos de Sevilla (COAS) en la exposición Isla Utopía. En ella plantea un viaje imaginario y emocional desde la capital andaluza a la desembocadura del Guadalquivir donde recorre también su propia historia personal.
Para alguien cuyos compromisos museográficos y docentes lo obligaban a viajar casi todas la semanas en avión, de Barcelona a México D.F., pasar el encierro en su estudio de Sanlúcar de Barrameda rodeado de colores olvidados, velas de barco, rotuladores, pasteles y tinta china fue también una oportunidad. Por eso Juanma García Nieto, responsable de actividades del COAS e impulsor de este proyecto que ha comisariado la arquitecta Gema Rueda Meléndez, sostuvo en la inauguración que "Isla Utopía se organiza al ritmo de las mareas y respira salinidad como ese rincón gaditano donde Pérez Valencia se sintió un náufrago junto a un montón de materiales que supo aprovechar para sacar lo mejor de las peores circunstancias". La muestra podrá visitarse en la Plaza de Cristo de Burgos hasta el 5 de marzo.
-Se le reconoce como un innovador de la museografía española pero aquí se ha dejado asesorar por una comisaria y arquitecta que ha explorado sus procesos de introspección. ¿Qué le ha llamado más la atención de su modo de organizar este conjunto tan diverso, donde conviven lienzos de mediano y gran formato con pequeñas piezas de papel y tela y hasta una vela mayor?
-La labor de Gema Rueda es esencial, ha planteado una exposición muy diferente a la que yo hubiera hecho, más sutil. Me siento cómodo trabajando como museógrafo con la obra de otros artistas pero a la hora de pensar en mi trabajo soy un mar de dudas, siento el mismo desafío que cuando era aquel joven que comenzaba. La comisaria ha organizado mi trabajo en una doble mirada en un espacio a priori difícil: en la planta alta del COAS hay una luz potente y liberadora, predomina el color naranja, mientras que en la planta baja dominan el color azul y la luz negra. Pero la pieza que vertebra emocionalmente Isla Utopía fue una decisión arriesgada de ella, y es la vela Génova de gran formato que rompe el espacio en la planta baja y sin la que ya no concibo esta exposición. Un amigo había cambiado las velas de su barco poco antes de que nos confinaran y eso me salvó la vida: me quedé con la vela Génova de la proa y con diversos retales, y en un momento en que no podíamos salir a comprar telas ni nada tuve material para trabajar. Además, en el estudio reencontré colores y tonos brillantes que había descartado de mi paleta hacía años. Me aferré al color, que es el gran protagonista de esta muestra, para gritar desesperadamente que había logrado sobrevivir y salir adelante. Al salir del encierro me encontré con una noche bellísima y fui consciente de que no podíamos olvidar lo que había pasado, tanta gente que nos había dejado o que estaba sola, desasistida... Esa idea la recoge la planta inferior, que tiene un aire de capilla y crea un espacio espiritual o místico que envuelve al visitante.
-La paleta extrema de amarillos y naranjas de la planta alta contrasta con la inmersión posterior en el azul, un color cuyas posibilidades explora aquí de un modo obsesivo. ¿Por qué?
-El azul pasa convencionalmente por ser un color agradecido, positivo, pero no lo es. Tiene una profundidad que perturba mucho porque no sabes dónde están sus límites, no atinas a ver un fondo, un final, es como asomarte a las profundidades del mar, eso agobia y al mismo tiempo extasía. Y también, para mí, es un color que asocio con la música de Debussy, al que nunca dejé de escuchar mientras concebía estas obras.
-En la planta alta hay otra vela, más pequeña, pintada de colores luminosos.
-Antes del confinamiento estaba ya explorando la idea de la soledad del mar usando tinta china y acrílico sobre esas velas que mis amigos marineros saben que pueden pasarme porque siempre las reutilizo. Soy patrón de embarcaciones de recreo pero la influencia decisiva en este sentido no ha sido el mar sino Julian Schnabel, al que recuerdo haber visto de joven en el Reina Sofía empleando lonas grasientas de camión y telas desmesuradas. Las velas las llevo a una empresa de Puerto Sherry que me las cose para que se vea la voluntad de funcionar como piezas colgantes, casi tapices. Ahora defiendo mucho en museografía esa máxima de piezas grandes en espacios pequeños, invadiendo el espacio.
-Un ángulo de esta muestra recrea la pared de su estudio, con fotos, noticias, recortes, bocetos... ¿Qué huellas detecta en estas obras tan biográficas?
-Aquí están mis dos referentes intelectuales: Albert Camus, que nació en la mísera realidad y murió agradeciendo el sol sobre la espalda y la vida en toda su sencillez, y Pier Paolo Pasolini. También están las personas a las que agradezco mi aprendizaje artístico, principalmente Paco Molina -entre los recortes y papeles hay una intervención sobre una fotografía de una de sus cabezas- y Luis Gordillo, que me enseñó a desinhibirme, a no ser tan serio. Detecto además una huella de Carmen Laffón, para la que he trabajado montando exposiciones suyas. Me asombra su solvencia tanto pictórica como intelectual, su tempo para aplicar el color me maravilla y creo que su muestra del CAAC, La sal, es de lo mejor que ha hecho nunca.
-¿Qué emociones ha descubierto al reencontrarse con el espacio del COAS, que conoció en sus días de estudiante universitario?
-El componente humano es esencial para el creador, algo que la pandemia ha exacerbado. Atravesamos una tormenta emocional, personal, social... y no podemos rendirnos. El mundo de la cultura está en primera línea del frente de batalla y me emociona volver a un lugar, el Colegio de Arquitectos, donde en los días de mi maestro Paco Molina había programaciones bellísimas y que ahora ha recuperado la planta baja del proyecto original y tanta energía. El COAS era un punto de referencia cuando yo estudiaba Bellas Artes y exponer aquí a los 51 años, dentro de un programa por el que han pasado Soledad Sevilla, Gerardo Delgado o José Ramón Sierra, ha sido un verdadero regalo.
-Regresa a la abstracción lírica. ¿Cuál diría que es su relación hoy con la figuración?
-Soy un pintor abstracto pero en mi obra siempre hay atisbos de paisaje, de figuración. Cuando era niño mi padre tenía en Bajo de Guía unas naves y yo jugaba cerca con pecios de los barcos que se iban llenando de arena año tras año. Esa idea de pecios, de fragmentos donde el agua y la arena se mezclan, está muy presente en estos cuadros donde también hay ecos, dentro de la abstracción, de cartas de navegación, mareas...
-Hay una gran voluntad matérica y escultórica en todas las obras.
-No puedo evitar mi lado de comisario y la idea de dominar el espacio de modo global está siempre presente. La obra más antigua de esta muestra es una lluvia nocturna, un pastel que la comisaria ha ubicado en la planta inferior. Los cuadros más recientes están al lado y los he terminado poco antes de inaugurar, en ellos aplico el óleo con una barra apelmazada en lugar de con un pincel, como si fuera un lápiz, y por primera vez he usado un barniz de brillo.
-Sanlúcar, su ciudad, lo nombró comisario del 175 aniversario de las Carreras de Caballos y diseñó un ambicioso programa que la crisis sanitaria impidió desarrollar al completo. ¿Qué aprendió de la experiencia?
-Un proyecto como el de las Carreras de Sanlúcar conlleva años de preparación, de ideas, implica a un equipo de personas enorme, y aunque no pudimos desarrollarlo por la pandemia nos demostramos que éramos capaces de sacarlo adelante. Algo de todo ello perdura y ahí está el cartel de Luis Gordillo que anunciaba el 175 cumpleaños. Cuando me telefonearon de la revista Elle para organizar la exposición de su 75 aniversario en el espacio CentroCentro de Madrid, tras lo aprendido en Sanlúcar, preparé un proyecto de comisariado que podía modificarse si se cerraba todo por la pandemia, y cuando llegó el temporal pudimos seguir adelante. El resultado ha sido un éxito, fue una de las muestras más visitadas de 2020 y tal vez viaje al Museo Balenciaga.
-¿Cuáles son sus próximos proyectos como artista?
-Una muestra en Jerez que va a comisariar Bernardo Palomo y una colectiva aquí, en Di Gallery, con artistas de varias generaciones como Gordillo, Fer Clemente...
-¿Qué balance hace de su propia generación?
-Siento que mi generación es una generación perdida. Vinimos tras la explosión volcánica de La Máquina Española y nos pilló la guerra del Golfo, la crisis económica... Después llegó la generación caníbal de Miki Leal, maravillosa, y nos hemos quedado en tierra de nadie aunque en mi generación haya artistas geniales como Javier Velasco, Paco Broca o Garikoitz Cuevas.
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