Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Cómo funciona el miedo | Crítica
Cómo funciona el miedo. La cultura del miedo en el siglo XXI. Frank Furedi. Traducción de David Cerdá García. Rialp. Madrid, 2022. 374 páginas. 24 euros
Es común en los discursos políticos de hoy la tendencia a acuñar expresiones híbridas pero biensonantes. Se habla de la cultura del emprendimiento, de la cultura del ahorro, de la cultura del esfuerzo, de la cultura del "espacio seguro", etc. Tras dejar atrás sus años más iconoclastas (profesando incluso una suerte de comunismo festivo), el influyente sociólogo británico Frank Furedi, profesor emérito de la Universidad de Kent, se ha centrado en los últimos años en el rasgo sociológico que según él define al siglo XXI: la cultura del miedo. Entre otras patologías, el miedo cultural ha traído consigo la aversión al riesgo y la obsesión patológica por la seguridad en todo ámbito (incluido el peligro que pudiera ocasionar en los niños un osito de peluche).
Su último libro, escrito en la pospandemia del coronavirus, ahonda en los rasgos patológicos de la sociedad occidental y, más en concreto, del ámbito anglosajón. ¿Por qué en los países occidentales la gente vive tan asustada? La paradoja, apuntada por el filósofo Lars Svensen, es que hoy, salvo excepciones, vivimos en el mundo más próspero y más seguro que hasta ahora haya podido conocerse. Y, sin embargo, es ahora cuando la cultura del miedo ha calado como nunca en el seno de una sociedad que asume su fragilidad como condición natural.
El miedo al miedo como fobia apareció ya en expresión de Montaigne: "Lo que más temo es el miedo". Hobbes, teórico de la fuerza del estado, dirá más tarde que "el miedo y yo nacimos gemelos". Siglo tras siglo, el relato del miedo asociado al castigo de Dios hizo del temor una actitud virtuosa. Demócrito atribuyó al miedo el origen de toda religión y creencia y Bertrand Russell dirá que si el miedo "es el padre de la crueldad", no es de extrañar que "la religión y la crueldad hayan ido de la mano". El auge del cientifismo y el laicismo, más el influjo que trajo la psicología a partir de la hecatombe de la Primera Guerra Mundial, modificarán el concepto del miedo y lo inocularán, desde la aprensión personal y no tanto colectiva, en la sociedad actual.
A decir de Furedi hoy vivimos en la civilización del miedo. El hombre tardomoderno vive su hora amenazado por toda suerte de bombas de relojería. Todo o casi todo es susceptible de desastre y caos. De ahí la filosofía del catastrofismo y la "teleología de la fatalidad". Y de ahí, también, las continuas "bombas de relojería" que nos acechan. La obesidad, por ejemplo, puede ser una bomba de relojería para la especie humana.
A diferencia de un proyecto filosófico, religioso o ideológico, la actual "teleología de la fatalidad" rara vez asume una forma explícita y sistemática. Se limita a ofrecer, como rasgo principal, una orientación absolutamente negativista en cuanto a la incertidumbre futura. Enfrentarse a la incertidumbre, entrenar la virtud de los estoicos (adiós Marco Aurelio, adiós), es tomado hoy por un suicidio y por un abuso de la ignorancia frente al pavoroso dibujo que se aviene bajo esa forma amenazadora y mostrenca llamada futuro. Estamos, pues, en la era dorada de los "empresarios del miedo", como llama Furedi a los druidas del fatalismo. El astrónomo Martin J. Rees ha dicho que las probabilidades de que la humanidad sobreviva a 2100 son nulas.
El histerismo, que antaño era propio de mentes enfermas, ha dejado de ser una atrofia nerviosa para convertirse, incluso, en una forma de compromiso no exento de autoridad moral. Los cataclismos de la naturaleza asociados al cambio climático (olvidada queda la Pequeña Edad de Hielo que duró del siglo XVI al XIX) o el Covid-19 (la "pandemia del miedo" la llama Furedi) han dado su corpus político, económico y moral a la histeria. Se cuenta con la sanción de la ciencia. "La ciencia nos dice…" es la muletilla mundialmente aceptada. Se instala así un credo científico a ultranza. De ahí el ecologismo como vía pastoral de la llamada Iglesia verde, la que hizo de Al Gore su primer y bien remunerado Bautista.
Por su crítica a la cultura del miedo, Frank Furedi pareciera obedecer al modelo del negacionista confeso. La disidencia intelectual, obviando todo frikismo, no está bien vista en problemas globalmente asumidos como males propios de nuestro tiempo. Esto es, el deterioro climático, la obsesiva fragilidad atribuida a la infancia, el concepto de acoso laboral, el terrorismo, la inseguridad congénita, la sospecha en las relaciones, la idolatría de la salud.
En este mundo atribulado, que cree estar en permanente peligro, no sorprende que los lobbys de la salud proclamen su aversión a las bondades del sol (la helioterapia tan venerada por los clásicos griegos) o que defenestren a las madres homicidas que dan leche en polvo a sus bebés en vez de leche materna. Entre otros dislates para proteger el medioambiente, el crecimiento de la humanidad es visto por algunas asociaciones de alarmistas como una amenaza de extinción inminente, al punto de que se promueve el aborto como compromiso moral hacia la propia humanidad.
Lo paradójico resulta que, aunque al siglo XXI se le considera el siglo del conocimiento, lo que ha calado hoy en el discurso político y social es el pensamiento especulativo. Quiere decirse que el principio de lo que no sabemos es mucho más significativo que lo que sabemos. De ahí el pavor a lo desconocido; de ahí, triunfal, la cultura del miedo y otro de sus mantras favoritos: la idea del "riesgo cero".
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