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"La comercialización ha extirpado las catedrales de la vida de sus ciudades"

Julio Llamazares. Escritor

El autor leonés acaba de publicar 'Las rosas del sur', un libro con el que cierra su ambicioso proyecto de recorrer y narras todas las seos españolas

Este miércoles día 10 presenta la obra en Sevilla, a cuya catedral dedica un amplio capítulo, un acto en la Biblioteca Infanta Elena a las 19:30

El escritor Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955), con un ejemplar de 'Las rosas del sur'. / Luca Piergiovanni / Efe
Pilar Vera

09 de octubre 2018 - 21:45

–Con Las rosas del sur (Alfaguara) cierra un recorrido de 17 años por las catedrales de España. ¿Qué evolución ha visto en la relación con nuestro patrimonio?

–Las catedrales siempre reflejaron los cambios sociales, culturales, religiosos o políticos. En los últimos años, ha cambiado el significado de las catedrales. Cuando empecé mis viajes, pocas eran las que se habían cerrado a la explotación turística: ahora, es casi al contrario. La mayoría son ya museos para turistas.

–¿Qué le llevó a plantearse un recorrido como éste?

–Ha sido mitad por inconsciencia y mitad por fascinación. Sin ser religioso, siempre he sentido gran atracción por este tipo de edificios. Quizá tenga su origen en la primera vez que vi la catedral de León, donde habría ido con mi padre a comprar algún abrigo o algo así, y esa imagen tan impactante ha estado siempre flotando. Desde entonces, siempre que visitaba una ciudad, me obligaba a mí mismo a conocer su catedral.

–¿Es posible averiguar cosas del carácter de un lugar a través de sus catedrales?

–Lo reflejan muy bien, de hecho, no sólo el espíritu sino la historia de las regiones. En España está muy claro: la mayor parte de las catedrales del norte se construyeron durante la Edad Media, y los estilos predominantes son el románico y el gótico, mientras que en el sur predominan el renacentista y lo barroco. Los templos iban levantándose conforme se iba conquistando terreno a los árabes, y la mayoría se construían sobre antiguas mezquitas; otros, conservaban algunos de sus elementos. Y todo esto no sólo se nota en el arte y en la arquitectura, sino también en el ambiente que hay en todas las catedrales. Por ejemplo, la de Cádiz está claro que es producto de una ciudad que tuvo una gran eclosión en el siglo XVIII, por el comercio de Indias. Pero todo queda registrado en esos fabulosos libros de piedras, las guerras, las invasiones, los milagros...

–Muchas veces, cuando las visitamos, parece que vamos a bulto, sin saber mirar.

–No sólo nos pasa con las catedrales, sino con cualquier tipo de elemento arquitectónico o del paisaje mismo... En una época tan visual, nos falta educación de la mirada: nos falta saber mirar, porque mirar supone un ejercicio activo. Para eso hacen falta tiempo, paciencia, conocimientos... Si sabes un poco de geografía o de geología, disfrutas mirando un paisaje, porque lo entiendes más. Hemos de mirar las catedrales deshojándolas como si fueran, en efecto, rosas de piedra, para captar toda su esencia y espíritu.

–Da la sensación de que las catedrales se han convertido en mundos aparte...

–Eran el corazón de las ciudades, y ahora han quedado desplazadas. En parte por la desacralización, pero sobre todo por la comercialización: además de culto, antes eran un lugar de encuentro, de reflexión, de paz, de refugio del tiempo... Eso ha desaparecido por completo desde el momento en el que sólo se dedican al turismo. Es como si a un cuerpo le separas el corazón. Fíjate que, cuando se cobra entrada, es muy raro ver a un vecino de la ciudad dentro. Siempre cuento esta anécdota, más bien triste; una vez pregunté a un lugareño si sabía de qué época era la catedral: Ah, no sé, me dijo, yo es que soy de aquí. Cuando extirpas un patrimonio de la ciudad en que habita, los vecinos dejan de sentirlo suyo y le dan la espalda.

–Cobrar entrada y no pagar el IBI. Pero las restauraciones son de todos...

–Tenemos un debate pendiente sobre cómo mantener el patrimonio, en general, que necesita mucho esfuerzo y dinero, y que debería ser obligación de todos. La exención de impuestos a la Iglesia podría tener cierto sentido en templos, pero no en lo demás. El ejemplo de la mezquita de Córdoba: el año pasado registró 1,8 millones de visitas. La entrada cuesta 10 euros: 18 millones. Pero cuando hay que restaurar, se tira de dinero público y fundaciones. Lo que deberíamos es no considerar el patrimonio como un gasto, sino como un inversión directa.

–Mezquita-catedral...

–A mí no me gusta. La mezquita es como muñeca rusa con un templo cristiano dentro de uno árabe: son artes muy diferentes, que se pelean entre sí, y produce desazón cuando pasas de un mundo a otro en dos metros. Esa frase de Carlos V, que había autorizado el templo cristiano: Habéis destruido lo que era único en el mundo para hacer algo que se puede ver en todas partes. Creo que la belleza de la mezquita es tal que no hubo quien se atreviera a acabar con ella.

–¿Qué catedrales considera que son tesoros ocultos?

–Las pequeñas catedrales románicas que sobrevivieron porque sus diócesis eran pobres y no podían asumir el despliegue del gótico. La Seo de Lérida, la de Jaca, la Roda de Isábena... De entre las que no conocía, me han gustado mucho las de Jerez, Guadix, Orihuela... Siento debilidad por los templos de aquellas ciudades que no son capitales de provincia y sus catedrales conservan su carácter episcopal, porque ejercen como iglesias mayores y la ciudad sigue girando en torno a ellas.

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