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La actual comedia negra española sigue demasiados estereotipos como para llegar a hacer escuela. El humor patrio no resulta ni elegante ni mordaz a la hora de pincelar algún que otro rasgo del personalismo del director. Pero, por otra parte, hay algo que no es precisamente un logro al tratarse de uno de los aspectos más dotados del género: la oratoria a la provocación que se pretende crear. La respuesta es sencilla, y efectiva; las salas se llenan de espectadores con tal de ver un desnudo protagonista y comentar el coste de semejante chute de silicona. El fallo reside en que, al tratar de alejarse demasiado de la naturaleza satírica del humor norteamericano (o inglés), se esté generando una categoría basada precisamente en esa esencia. Nacho Vigalondo no se ha aferrado ni a mostrar su temperamento creativo, ni a producir calcados estadounidenses. Sin embargo, tampoco puede presumir de haber concebido algún referente, y Extraterrestre representa el abandono de ese tanteo tan dejativo. Lejos de su mucho menos que honesta campaña publicitaria, la propuesta de Vigalondo no va más allá de lo trascendental; es más, el proyecto se reprime continuamente a sí mismo para no estructurar una cinta demasiado ambiciosa.
Esto, como modestia, resalta con brillantez, pero no deja de crear una grave animadversión por un producto algo simplista, que carece del fondo desconocido que muchos suelen anhelar ante esta clase de cintas. Al final hay que reconocer que Vigalondo es menos intimista de lo que realmente pretende hacer parecer. 7:35 de la mañana forma parte de aquellos visionados que gustan enormemente más la primera vez que se aprecian, pero que con el paso del tiempo se van debilitando hasta crear esa reticencia que todos llegan a presentar. El caso de Vigalondo es, además, complejo, puesto que nace de una serie de conjeturas algo desmesuradas, que depositan esperanzas en proyectos muy complicados de exportar. Tome alguna secuencia tarantiniana de las muchas que encontrará, como por ejemplo los casi veinte minutos de ansiedad existencial en la taberna La Luisiane de Malditos Bastardos. Redúzcala a menos de un cuarto de hora, e introduzca un poco de persuasión emocional. El resultado: una matanza insustancial y cursi by Vigalondo. Extraterrestre, sin embargo, puede resultar más que atractiva por el dinamismo con el cual se introducen a todos los protagonistas. El alien se descubre a través de cada mirada, de cada acelerón evasivo, y de cada acto imprevisto, revelando que no se conoce del todo bien a nadie hasta que se le ha llevado a ciertos extremos físicos o mentales, tal y como clamaba el discurso de Heath Ledger en El Caballero Oscuro.
Si la imprevisibilidad del ser humano se muestra tan comprometida, puede que haya que replantearse lo que de verdad podría llegarse a hacer si de la noche a la mañana una invasión alienígena asediara el planeta. En el caso de Extraterrestre, despertarse junto a Michelle Jenner no presenta demasiados dilemas morales, aunque compartir techo con un Raúl Cimas más histriónico de lo normal puede llegar a considerarse como un peligro existencial. Vigalondo sella la obra con horchata, casi dejándola a merced del carisma de su reparto, creando una firma elegante y respetuosa hacia los clichés a los que tanto pretende englobar; sólo le hubiese hecho falta alejarse más del funesto modelo instaurado por sus compañeros, del que todavía sigue haciendo gala.
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