Lorenzo Lotto, el color de la melancolía
Arte | Puede visitarse hasta el 30 de septiembre en Madrid
El Museo del Prado, que posee dos obras del artista, reúne por primera vez la mayor colección de retratos de la figura más enigmática del Renacimiento italiano
Madrid/Nunca le contrataron los reyes ni tampoco el papado. Debutó en su Venecia natal, donde obtuvo con 25 años un éxito precoz que despertó envidias y no hacía presagiar el vuelco de su fortuna. Trabajó por todo el norte de Italia, llevando consigo su paleta errante y su alma libre. Permaneció soltero hasta el final de su vida y legó sus bienes a la orden religiosa del monasterio de Loreto. Era minucioso y registraba su contabilidad en un volumen que ha llegado a nuestros días, el Libro di spese diverse. A través de él, numerosos secretos de Lorenzo Lotto (Venecia h. 1480-Loreto, 1556/57), como la tela que compró para un atuendo rojo, han permitido a los comisarios de la muestra del Museo del Prado -su director Miguel Falomir y el experto de la Universidad de Verona, Enrico Maria dal Pozzolo- tejer un relato que nos acerca a este misterioso pintor del Cinquecento italiano, un artista revalorizado, como El Greco, cuatro siglos después. Fue uno de los grandes retratistas del Renacimiento: cargó de símbolos sus pinturas y de profundidad psicológica a sus modelos.
Lorenzo Lotto. Retratos, la muestra que el Prado acoge hasta el 30 de septiembre, se abre con un mapa que ilustra las ciudades y pueblos por donde trabajó, una ruta que conecta Venecia con Bérgamo, donde cuajó su estilo y firmó sus mejores obras. Regreso a su ciudad natal sin éxito y deambuló por Roma, Treviso, Bérgamo y localidades de las Marcas, como Brescia y Ancona.
Lotto fue pronto consciente de su magisterio y habilidad técnica. En sus comienzos miró a Bellini, Giorgione, Rafael y Leonardo, pero también a Durero y a Holbein. Y tras cumplir el medio siglo un espíritu sombrío se fue adueñando de su carácter, de su talento y de su tabla cromática, que empieza siendo sensualmente veneciana, rica en verdes, azules y rojos, y concluye ocre y llena de dramatismo, similar a la del Rembrandt de los años finales, que había asistido al derrumbe de su gloria. "Solo, sin fiel gobierno y muy inquieto de mente" se definía el artista hacia 1546. Aficionado a la alquimia y la literatura, a la meditación sobre las cosas mundanas, debía dinero a sus caseros y pagaba a menudo las rentas con cuadros cuyo valor real sólo él parecía ponderar.
En sus retratos para comitentes privados y órdenes religiosas, Lotto exploró con libertad diversos registros y formatos, y así renovó el retrato de matrimonio al unir a los cónyuges en el mismo campo visual -solían posar separados- e inventó el retrato horizontal ampliado. A través de 38 de esas pinturas y 10 dibujos, el Museo del Prado descubre al público contemporáneo a un artista que se asocia con la portada de Bomarzo, la novela de Mujica Lainez. "Antes de la restauración se pensaba que había una joroba donde solo hay ropajes", recuerda Miguel Falomir ante el icónico Retrato de un caballero joven que cede la Galería de la Academia veneciana.
Pintado entre 1530 y 1532, este ambicioso cuadro nos sigue fascinando por su captación del estado anímico y la excelencia de los elementos plásticos. Con su rostro pálido y su mirada ausente, el joven pasa las páginas de un libro de cuentas. No sabemos si su melancolía se debe a que abandona la juventud con sus placeres frívolos para asumir las responsabilidades adultas o a que padezca una enfermedad como la tisis. Junto al libro, sobre la mesa cubierta por un tapete verde, hay pétalos de rosa, cartas, un tintero y un anillo, una bolsa con cierre de cintas doradas y hasta un chal azul que cae a un lado y al que se aferra un pequeño lagarto verdoso. La paleta es la habitual de Lotto en esos años en que le sonríe la clientela: azules, verdes, blancos y amarillos. Al caro lapislázuli recurre puntualmente para el cielo, la montaña y el chal.
Coorganizada con la National Gallery de Londres -donde se verá en otoño en un formato reducido- , la muestra pasa pronto de los retratos primigenios a los encargos importantes, donde Lotto rompe con la tradición del retrato vertical, de efigie, para componer en formato horizontal ampliado verdaderos relatos. En ellos incorpora objetos de gran valor simbólico, como rosarios, anillos, flores (el alhelí abunda), pañuelos, monedas y lucernarios. Las esculturas y artes decorativas expuestas en vitrinas anexas nos permiten contextualizar las alegorías y valorar la cultura material de la época.
El veneciano murió pobre y en el olvido, del que lo redimió en el siglo XIX Bernard Berenson y su seminal monografía Lorenzo Lotto. An essay in constructive art criticism (1895), donde lo reivindica como el primer pintor moderno por conceder importancia a los estados anímicos del modelo, anticipando las tesis que Nietzsche vertería años después en su libro La interpretación de los sueños.
Las miradas, las manos, los gestos, el giro de los rostros, la manera de sujetar cada personaje los objetos que identifican su oficio… Resulta asombroso que su tratamiento del retrato resulte tan contemporáneo cuando han pasado quinientos años desde que dejaba secar los colores sobre el lienzo. Y hay tanto misterio en la obra de Lotto que una sola visita a esta exposición no es suficiente.
Una de las obras de mayor formato es la pala de altar procedente de la iglesia veneciana de los santos Giovanni e Paolo. En ella representó a San Antonino de Florencia repartiendo limosna. La inició en 1540 y tardó dos años en completarla. La parte más innovadora y fascinante son los pobres y necesitados, que anticipan el realismo de Caravaggio, y que son en su mayoría pobres vergonzantes por lo que dan la espalda al espectador: pies sucios, ropas raídas, ojos desesperados.
Los comisarios de la muestra, que ha hecho posible el patrocinio de la Fundación BBVA, han logrado que el Patriarcado de Venecia preste esta tabla que permanece todavía, cinco siglos después, en su lugar de culto. Pese a que no se conoce retrato alguno del artista, Falomir cree que el personaje vestido de rojo que alza sus manos pidiendo misericordia es el propio Lorenzo. "Tras la reciente restauración en 2008 se identificó a Lotto con el personaje barbado en hábito rojo porque lleva en la cabeza una corona de laurel en alusión a su nombre y porque Lotto había comprado en 1541 un hábito de paño rojo, probablemente para confeccionar el traje que viste en la obra, un gasto consignado en junio de ese año en el Libro di spese diverse junto a otros desembolsos que precisó para retratar a pobres para esta pala de altar".
Por el modo en que reevalúa al pintor y lo exalta en el contexto de la Italia donde vivió y trabajó, por la manera en que enfatiza los objetos presentes en los cuadros a través de una atractiva museografía, esta muestra es mucho más que una reunión de retratos magistrales o una sucesión de pinturas. No sorprende que a Mujica Lainez le impresionara tanto su pintura y le diera el rostro de su gentilhombre al deforme duque Pier Francesco Orsini que en el siglo XVI creó el excéntrico Jardín de los Monstruos, el Bosque Sagrado de Bomarzo, al norte de Roma. Sus figuras deformes y sus escenas mitológicas talladas en roca parecen pesadillas del propio pintor en sus años del ocaso.
Del Museo del Prado, que posee dos obras de Lotto en su colección permanente -en España hay otra pintura más, en los fondos del Thyssen-Bornemisza-, se puede ver aquí uno de sus retratos matrimoniales más sugerentes, encargado por la prominente familia Cassotti. En él, Cupido unce con el yugo a un joven matrimonio mientras sonríe con ironía en alusión a la renuncia de tantos placeres que conllevará el nuevo estado civil. Los comitentes quisieron, con esta pintura, celebrar el ascenso social al emparentar con una de las sagas más ricas de Italia.
Uno de los primeros óleos sobre tabla expuestos, el Retrato de joven con lámpara, pintado hacia 1506 y que llega desde el Kunsthistorisches Museum de Viena, es para Falomir una cumbre del retrato europeo. Un hombre de unos 25 años representado de medio cuerpo con ropas y tocado negros nos observa mientras posa ante una cortina blanca decorada con motivos de flor de cardo y un orillo verde adornado por un hilo de oro en el centro. "La cortina, ligeramente descorrida, deja ver la llama de una lámpara sumida en la penumbra. Es muy hermoso cómo el movimiento del tejido y la textura varían según el impacto de la luz", explica Enrico Maria dal Pozzolo. Con sus labios entreabiertos y su cabellera castaña, el joven expresa el sofisticado ambiente cultural que rodeaba al pintor en Treviso y Venecia. "Lotto quiso reivindicarse como el más naturalista de los maestros vénetos, como el Durero veneciano", prosigue este experto.
Realizado también sobre tabla casi dos décadas después, el Retrato de joven con libro (hacia 1525) evidencia la huella de Giorgione y procede de la Pinacoteca del Castello Sforzesco de Milán. Aquí priman la inmediatez, el impulso y la veracidad. Un muchacho casi adolescente, que viste guantes refinados (símbolo del compromiso matrimonial desde el Medievo), es sorprendido en el acto de leer el Cancionero de Francesco Petrarca, el texto de amor por excelencia del Renacimiento italiano. Lotto parece indicar un compromiso amoroso a instancias del comitente.
Procedente de la colección personal de la reina de Inglaterra llega el retrato de Andrea Odoni, pintado ya sobre lienzo en 1527. Esta obra maestra fue una de las primeras efigies que Lotto realizó a su regreso a Venecia en 1525 desde Bérgamo, donde experimentaría con la tipología del retrato matrimonial en formato apaisado. El formato oblongo le permite, por su amplitud, construir una atmósfera y un ambiente para caracterizar a Odoni, que interactúa en ese espacio con los objetos, y plasmar su interés por las antigüedades. La obra fue regalada a Carlos II de Inglaterra en 1660.
De Londres, pero esta vez de la National Gallery, procede la obra más heroica del conjunto, también de formato apaisado: el Retrato de mujer inspirada en Lucrecia (h. 1530-33), donde una joven que no está identificada posa al modo de la Lucrecia clásica. El pintor usa soluciones cromáticas de una enorme eficacia al situar a la mujer ante un fondo de grises saturados sobre el que destaca la mezcla del verde esmeralda oscuro y el anaranjado del espectacular traje de seda adornado con franjas y forro de piel de ardilla. Lotto, al que a menudo se ha considerado un misógino, capta aquí toda la complejidad social de una Italia en transformación al redundar el carácter independiente y fiero de una mujer que trata al espectador de igual a igual.
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