De cofrades y comediantes

Al defender el honor de su amigo, Cervantes ilustra la importancia de la reputación en la Sevilla del XVI

Detalle del retrato de Cervantes que atesora la Biblioteca Nacional en Madrid.
Detalle del retrato de Cervantes que atesora la Biblioteca Nacional en Madrid.
Ch. R. Sevilla

30 de abril 2016 - 05:03

Las estrechas relaciones de Cervantes con la ciudad de Sevilla son quizá la mayor lección que puede extraerse del manuscrito firmado de su puño y letra que ayer se dio a conocer. Aquella Sevilla que estaba en la cumbre de su esplendor dinerario y mercantil a finales del siglo XVI, según defendieron en un texto conjunto Rogelio Reyes y Pedro Piñero, catedráticos de Literatura Española de la Universidad de Sevilla, "no fue uno más entre los lugares que enhebraron la ajetreada biografía del gran escritor sino una referencia angular para entender su visión del mundo y su peculiar lenguaje artístico".

Además de textos inequívocamente sevillanos de Cervantes, como Rinconete y Cortadillo, El coloquio de los perros, El celoso extremeño, La española inglesa o El rufián dichoso, Sevilla fue "el escenario del que el autor del Quijote extrajo la sustancia vital y estética que alimentó su talento de creador y su universo narrativo, y donde fraguó el patrón de la moderna novela urbana y buena parte de su teatro".

Cervantes viajó a Sevilla en diciembre de 1585 y en junio de 1586, fechas en las que pudo alojarse precisamente en la posada que tenía en la antigua calle de Bayona (la actual Federico Sánchez Bedoya) el mesonero cordobés Tomás Gutiérrez, gran amigo suyo. En Sevilla tuvo su base de operaciones entre 1587 y 1600, cuando fue requisador de víveres para la futura Armada Invencible, así como recaudador de impuestos para la hacienda pública, cometidos que le llevaron a recorrer media Andalucía en pleito constante con los propietarios agrícolas y el clero, "que llegó a dictar contra él la excomunión", citó Reyes Cano.

Entre 1597 y 1598, Cervantes pasó varios meses en la Cárcel Real de Sevilla, donde absorbió la jerga de tahúres, pícaros y ladrones que trasvasó admirablemente a su obra literaria. Cuando abandonó Sevilla hacia 1600 para afincarse en Valladolid y en Madrid, se llevó consigo la inspiración de muchas obras en cuya escritura se afanó hasta su muerte en 1616. Y muchos recuerdos de amigos como Tomás Gutiérrez, en cuyo favor pleiteó. "Desde un punto de vista literario, el mayor interés del manuscrito reside en la demorada argumentación que Cervantes hace sobre la naturaleza y variedades de la práctica teatral en la España de su tiempo, llena de curiosos distingos y matizaciones para salvar a Gutiérrez de toda sospecha". Para Juan José Iglesias, catedrático del Departamento de Historia Moderna, el documento posee un ingente valor "como testimonio de un fenómeno social y mental de gran importancia en aquella época, como era la búsqueda de la reputación y el papel de ésta como prejuicio social y como estrategia ascensional en un mundo estamental y corporativo".

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