El clínex de la conciencia

Crítica 'El olivo'

La debutante Anna Castillo convence con su papel en 'El olivo'.
La debutante Anna Castillo convence con su papel en 'El olivo'.
Manuel J. Lombardo

09 de mayo 2016 - 05:00

EL OLIVO. Drama, España-Alemania, 2016, 98 min. Dirección: Icíar Bollaín. Guión: Paul Laverty. Fotografía: Sergi Gallardo. Música: Pascal Gaigne. Intérpretes: Anna Castillo, Javier Gutiérrez, Pep Ambrós, Manuel Cucala, Miguel Ángel Alardeen.

El escocés Paul Laverty ha encontrado en Icíar Bollaín (También la lluvia) el relevo perfecto para prolongar la fórmula del realismo comprometido en clave de fábula moral que tantos réditos le ha dado junto a Ken Loach, a saber, agitando en su coctelera de guionista de manual académico toda una serie de elementos de ambiente, caracterización de personajes, simbología elemental y mensajes-proclama que funcionan eficazmente en un engranaje que al espectador medio le parecerá perfecto.

No es mi caso, no tanto por no ser ese espectador medio y partidario al que siempre se dirige Laverty, sino porque tal vez el largo entrenamiento en el desgaste de las retinas haya servido para detectar ya todos los trucos y hacer saltar todas las alarmas. En El olivo se nos encienden pronto, casi desde su arranque, cuando vemos que cada gesto busca siempre su prolongación y su eco en el futuro y cada movimiento y cada jugada narrativa su encaje en un puzzle sin un milímetro de holgura.

El olivo puede verse además como un filme post 15-M, a saber, como la película que busca materializar a través de símbolos (el olivo milenario del abuelo: las raíces) y gestos (el viaje de la nieta rebelde a través de Europa para recuperarlo de las garras del poder corporativo) un cierto sentido del compromiso y el legado de valores con sus huecos para el amor, el humor, el discurso feminista o el poder de las nuevas tecnologías (en un tramo alemán que se nos antoja bastante risible).

Con todo, y a pesar de las estupendas prestaciones de la debutante Anna Castillo, el filme de Bollaín no consigue trascender casi nunca los límites de lo escrito, que funciona aquí como una red de seguridad que acolcha los golpes de lo real y ahuyenta la necesidad de enfrentarse al terreno con algo más de valentía. Y cuando llegan las emociones y la moraleja, hace ya tiempo que hemos empapado el clínex de la conciencia.

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