"Para contar una sociedad hay que contar los crímenes que en ella se cometen"
Claudia Piñeiro. Escritora
Claudia Piñeiro publica 'Catedrales', una novela sobre una familia de "moral acotada" y marcada por la religión en la que la autora reflexiona sobre las presiones que sufren las mujeres
La escritora argentina Claudia Piñeiro publica en España, meses después de hacerlo en su país, Catedrales, una novela en la que se cuela en las "alcantarillas" más íntimas de una familia marcada por la religión y por la muerte prematura de una de sus miembros.
–Catedrales, como la vida misma, viene a enseñarnos que la familia puede ser un ámbito de amor y de fraternidad, pero también de odio y violencia.
–A mí me gusta mucho el arranque de Ana Karenina, cuando dice que "todas las familias felices se parecen, pero las infelices son cada de una de su propia manera". Mi literatura se interesa, tradicionalmente, por aquellas familias en las que hay conflictos y contradicciones, y la familia que muestro en Catedrales es una de esas. Todos sus miembros no piensan y expresan lo mismo, y eso entra en conflicto cuando se trata de una familia de moral tan acotada como esta, tan encorsetada por los preceptos de la Iglesia católica.
–El aborto está muy presente en Catedrales, del mismo modo que lo ha estado en su país en los últimos meses –se aprobó la ley que lo regula en diciembre–. ¿Hubiera sido diferente la recepción de la novela de haber aparecido en otro momento?
–Mi primera novela, que es de 2005, ya contiene el tema del aborto; en mi segunda novela, abordo la violencia de género y en la tercera vuelvo a retomar el aborto y así sucesivamente. En la mayoría de mis novelas, aparte del tema de los secretos, lo negro o lo policial, siempre me he ocupado de todos aquellos asuntos que competen a la vida de las mujeres. A partir de 2017 se abre un debate en Argentina que coincide con estas obsesiones literarias, por llamarlas de algún modo, y que todos los escritores tenemos, y en mi caso el aborto es una de ellas. A partir de 2018 participo activamente en la defensa de este derecho y eso propicia que se me comience a leer de otro modo, uniéndose de esa manera la literatura y el activismo. Empecé a redactar la novela con la imagen de la protagonista en una iglesia, el tema del aborto llegó después y por un tiempo pensé en desdeñarlo, para que no se entendiera que escribía pendiente de la actualidad. Pero luego me di cuenta que era un tema ineludible.
–Regresa a una novela de tema policial, confirmando que el negro es un terreno propicio para abordar otros muchos asuntos, más allá de la intriga planteada.
–Yo no tengo duda de que el género negro está absolutamente ligado a lo social y a todo lo que contece en una sociedad. Incluso hoy leemos novelas policiales del pasado, y seguimos sin darnos cuenta de lo pegadas que ya estaban a lo social. Por ejemplo, ¿Acaso no matan a los caballos? de Horace McCoy, la leemos como una novela policial, pero en el tiempo que la escribió (1935) está denunciando la celebración de determinados concursos de baile que incitaban a sus participantes a bailar hasta desfallecer. Porque para contar una sociedad hay que contar los crímenes que en ella se cometen, y no en todos los países se dan los mismos crímenes. Los asesinatos que se dan en Estados Unidos, que es un país con una fuerte vinculación con las armas, en los que un tipo va a una escuela y asesina a diez chicos, no se dan en España o Argentina. Sin embargo, nosotros sí padecimos unas dictaduras muy sangrientas.
–El personaje de Lía nos traslada a la búsqueda personal que tal vez se dé en todos nosotros, a la necesidad de interpretarnos y de reinterpretarnos.
–Sí, además Lía es la "primera del tablero", en el sentido de que forma parte de una familia que no la sostiene emocionalmente y por eso decide irse a otro lugar y refundarse. Se trata de una persona que reconoce abiertamente su ateísmo en una familia profundamente religiosa. Lía empieza a construir sus propias catedrales, que en realidad es la metáfora de la novela. Como cada uno de nosotros, va sosteniendo y construyendo su vida a partir de la relación con los otros. Y el que se marche a Santiago de Compostola, precisamente ella, que es una persona que se ha declarado atea, también tiene su significado.
–Catedrales es una novela coral, desde un punto de vista de los personajes, pero también desde lo narrativo.
–Desde el primer momento tuve claro que se trataría de una novela coral, quería que los personajes tuvieran la oportunidad de explicar la cuota de responsabilidad que cada uno de ellos tuvo en lo sucedido. Porque si bien hay crímenes que sólo los comete una persona, también pueden tener un componente social, ya que es la sociedad quien con su silencio o con otro tipo de complicidad la que avala que se produzcan. En muchos casos, todos podemos llegar a tener una pequeña cuota de responsabilidad.
–¿Se siente cómoda en la etiqueta escritora comprometida o simplemente entiende que una autora debe ser consecuente con su tiempo?
–Tengo la impresión de que las escritoras que en la actualidad están siendo muy leídas son autoras muy comprometidas con las causas de las mujeres y el lugar que ocupan en el mundo. Y no hacen falta etiquetas, lo que hace falta es leer esos libros y darse cuenta de que se trata de un compromiso ineludible. Es muy difícil escribir sin hacerse cargo de las situaciones que afectan a las mujeres. En los últimos años, a las reivindicaciones de la igualdad añadiría el compromiso por lo que sucede en el planeta, en su conservación y uso de sus recursos.
–¿Cuánto nos ha delimitado y limitado la religión?
–En Argentina la Iglesia tiene mucha preponderancia, y no hay una verdadera separación entre la Iglesia y el Estado. Eso sí se da, por ejemplo, en nuestro vecino Uruguay, que sí hizo una verdadera separación de poderes, y por tal motivo accedió a los derechos individuales de las personas mucho más rápido. Porque no es casual que los países que hacen una buena separación de Estado e Iglesia lleguen antes a los derechos de las personas. En Argentina, la Iglesia se opuso al divorcio, a la patria potestad compartida, se opuso al matrimonio igualitario y se ha opuesto, por supuesto, a la ley del aborto. La Iglesia debería hablar con sus fieles cómo seguir su religión, pero no pronunciarse sobre aspectos que afectan al conjunto de la sociedad.
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