Una claridad que duele
Guitarra: Juan Carlos Romero, Paco Cruzado. Cante: José Valencia, Carmen Molina. Violonchelo: José Carlos Roca. Percusión: Agustín Diassera. Coros y palmas: Los Mellis. Lugar: Teatro Central. Fecha: Martes 5 de mayo. Aforo: Media entrada.
Hace unos años que la música de Juan Carlos Romero no lucha. No busca. Al menos en lo que al oyente concierne. Ya sabemos, no obstante, el trabajo que exige lo sencillo. La música de Romero es sencilla y cruda. Esta sencillez, que puede ser fruto de una larga búsqueda o un hallazgo, se traduce en un discurso propio. Romero habita un planeta musical propio y por eso hace y dice lo que le viene en gana. No mira a las modas ni a las influencias. Aunque sí a las actitudes, claro está. Y tiene, como es lógico, sus maestros. Su música se ofrece natural y despojada. No hay poses y la estructura es una mera excusa. Por eso a veces el discurso se escapa completamente de la norma. Sin pretenderlo, claro está. Y busca nuevas fórmulas de expresión como en el tema Se canta lo que se pierde, de inspiración machadiana, que en el programa de mano se presenta como "tema libre". La misma libertad de concepción y de ejecución mostraron las granaínas, los tangos, la taranta. En su música el tiempo se detiene. El tocaor nos pone delante de las narices un mundo aparte, el suyo. Su discurso le exige un ensimismamiento casi inhumano. Y sin embargo el público acoge cada pieza con recogimiento primero y euforia luego. Otra cosa es el discurso verbal, tanto en los textos de los cantes como en las presentaciones que hizo de los temas sobre el escenario. Se embarulla. Pero su música es de una claridad que duele.
La puesta en escena del concierto sigue este mismo planteamiento e, igualmente, huye del tópico sin prentenderlo. Por ejemplo, en la toná de José Valencia, lejos del micro y con la muda presencia del guitarrista a su lado. Ole.
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