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Opinión
LA noticia de la renuncia a seguir organizando el Festival Turina en Sevilla por parte de su creadora y promotora desde hace diez años no puede por menos que traernos a la memoria la evocación de esa "reina destronada que hoy está muriendo la más taciturna y conmovedora de las muertes", de la que Rodenbach habla en Brujas la muerta. Porque hoy, más que nunca, Sevilla está muerta, sin pulso, inmóvil en su eterno sueño evocador del pasado perdido. Somos una ciudad que da vueltas una y otra vez a su pasado, mitificado, canonizado, petrificado, que se prepara para celebrar por segunda vez la Expo de 1992 pero que es incapaz de pensar en el futuro con un mínimo de perspectiva, de definir el camino de desarrollo urbanístico y ciudadano a medio plazo.
Pero, además, Sevilla se caracteriza por el desprecio a cuanta iniciativa sobre la ciudad venga de fuera. Pasó con las dos exposiciones que siguen marcando nuestro imaginario temporal y sigue pasando en nuestros días. Comparen si no la celeridad con la que en Málaga se han acogido museos como el Thyssen, Pompidou o Ruso, y la languidez despectiva con la que se ha actuado con la colección Bellver, por ejemplo, aún sin fecha de apertura tras más de una década. Y eso que se trata de un regalo a los sevillanos, como lo ha sido en estos diez años el Festival Turina, nacido bajo la siniestra estrella de la iniciativa de alguien de fuera. Es algo que se sufre mal en los círculos de la Sevilla Oficial, eso de que vengan forasteros a enseñarnos el valor de nuestro patrimonio cultural. Con los defectos organizativos y los errores de estrategia que se le quieran reconocer, no hay más opción que aceptar que la iniciativa original de Benedikte Palko e Israel F. Martínez trajo a Sevilla una nueva forma de entender el emprendimiento cultural. Nacido desde la acción individual y no desde los despachos de los responsables locales, y con el sustento del voluntariado de una ciudadanía implicada en una Cultura que vaya más allá de los tópicos alimentados por la administración, el Festival ha necesitado mendigar año tras año unas cantidades irrisorias a una Sevilla Oficial que ha hecho oídos sordos. Ni un Ayuntamiento encerrado en el bucle de la contemplación de sí mismo, ni un tejido empresarial que huye de la Cultura como de un inspector de Hacienda, han querido arropar una celebración de la excelencia artística como la del Festival Turina. Enhorabuena a todos, al final lo han conseguido.
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