La ciudad bajo la hégira
De Libros
El libro ‘Fez. El alma de Marruecos’, adaptación al español de un ambicioso proyecto sobre este lugar, repasa los doce siglos de historia que hoy alumbran a esta joya milenaria
La ficha
'Fez. El alma de Marruecos'. Jerónimo Páez, coord. Fundación Benjelloun Mezian. Granada, 2018. 340 páginas.
Por influjo estético de la literatura, el cine y el viaje en plan errabundo, las ciudades que el occidental ha asociado mayormente con el Marruecos moderno han sido Casablanca y Tánger.
Ni que decir tiene que Casablanca sigue remitiendo a la mítica sobre la película homónima de Michael Curtiz. En cambio Tánger, que fuera durante años la célebre ciudad internacional, aún preserva la huella –hoy bastante desleída– que dejara en ella el escritor americano Paul Bowles. A su seno acudieron en tropilla la generación beat, artistas libres, mundinautas, buscadores del kif y el sexo ambiguo y, en general, muchos admiradores sinceros de su obra.
En el buen sentido, el Marruecos profundo es bien otro. Su raigambre en el tiempo hay que hallarla en lugares como Marrakech, Mekinez o Fez. Una manera de conocerlos es acudiendo a quienes nos precedieron por la ruta interior del país. De hecho, atravesando su cerviz, la escritora Edith Wharton recorrió Marruecos en un jeep militar durante la Primera Guerra Mundial. Del litoral atlántico a las simientes del Atlas, la estupenda viajera pudo conocer así el pormenor, no siempre agradable, que le ofrecían las estampas del Marruecos más auténtico.
Este volumen, Fez. El alma de Marruecos, repasa los doce siglos de historia que hoy alumbran a esta joya milenaria. Fue la otrora conocida como luz del occidente musulmán. Esta edición en español se compendia ahora en un único volumen. La original edición francesa (la última aparecida en 2015) constaba de tres volúmenes. Citemos como precedente de los libros dedicados a Fez, el que el crítico de arte islámico Titus Burckhardt escribiera hace ya años (Fez, ciudad del islam). En 1972 la Unesco confió al suizo Burckhardt, quien acabaría rezando el Corán, la tarea de salvaguardar el maleado casco urbano de Fez.
Al igual que hizo Burckhardt, en este libro no se puede soslayar la historia de Fez de la crónica general sobre el reino de Marruecos. Entre fines del siglo VIII e inicios del IX, la dinastía idrisí fundó Fez y se la considera la embrionaria del resto de dinastías que gobernarán Marruecos hasta hoy. La confederación almorávide (siglos XI-XII) convirtió Fez en su capital. Su mancha poderosa se extenderá por el sur desde el País de los Negros y el río Níger, el Magreb y alcanzará el Ebro en la Península Ibérica.
El esplendor almorávide se extingue a mediados del XII y cede al poder almohade. Los almohades imponen su califato independiente, enfrentado al fatimí en El Cairo y al abasí en Bagdad. La capital la instalan en Marrakech, la perla del sur, dejando Fez como cuna del conocimiento, destierro para rebeldes y asilo para andalusíes huidos de la Reconquista.
El mazo almohade inició su nadir con la derrota en las Navas de Tolosa (1212). Pero, mientras llegaba el apagón, las crónicas aseguran que a fines del siglo XII (1170-1180) el entorno de Fez albergaba la mayor ciudad del mundo. Si esto fue así realmente debió competir con la mismísima Constantinopla. Hacia el bajo medievo, la ciudad de Constantino vivía en lo cultural su Segundo Renacimiento Bizantino, coincidiendo no obstante con el fin de los Comneno y el horroroso epígono de Andrónico I.
Fez alcanzó su plenitud bajo la dinastía meriní (XIII –XIV). El sultán Abu Yusuf ordenó edificar la al Madinat al-Baida (la Ciudad Blanca). No dudó en consultar horóscopos y astros. Con el sultán meriní Abu Inan se extingue la llama dinástica, que había levantado en Fez las magníficas madrazas coránicas de Sahrij (1323) y de Bu Inania (1350). Graves por fuera y suntuosas por dentro, eran verdaderos centros para el saber, inspirados por el primer verso del Corán que recoge las palabras del arcángel Gabriel al Profeta Mahoma (“Lee en nombre de tu Señor que te ha creado… Lee, pues tu Señor es el Más Generoso, el que ha instruido al hombre con el cálamo y le ha enseñado lo que no sabía”).
Las conquistas portuguesas y españolas sobre el mar de Marruecos supusieron un trauma para el reino a partir del siglo XIV. La dinastía saadí, tras la era de transición de los wattasíes, tuvo que hacer frente a la presión otomana desde Argel y al deseo del joven rey portugués don Sebastián de coronarse en vano como emperador cristiano de Marruecos (de ahí la hecatombe lusa en la batalla conocida como la de los Tres Reyes en 1578).
La actual dinastía alauí, representada hoy por Mohamed VI, vio nacer su hora en 1630 con Mulay Rachid y Mulay Ismail (artífice éste último del estado marroquí casi como se conocerá hasta el siglo XX). El Protectorado Francés y las guerras del Rif contra España marcarán los años del siglo hasta la independencia de Marruecos en 1956 y la elección de Rabat como capital. Lejos quedaban aquellos otros ocasos bajo la hégira. León el Africano, llegado a Fez tras la toma de Granada en 1492, ensalzó la arquitectura sin parangón de su medina.
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