Una cita entre el cuerpo y la geometría
El Centro de las Artes de Sevilla acoge hasta el próximo día 28 'Veo/Geo', una placentera exposición colectiva comisariada por Fernando Clemente
La geometría ordena el mundo. Así se advierte en El mundo después, la obra de Lola Berenguer que abre esta muestra. Triángulos y trapezoides, rivalizando con una parábola fragmentada, establecen un orden en el interior del rectángulo del cuadro, que es él mismo un orden puesto que intenta evocar el mundo desde una cuadrícula. Pero este orden ha de contar siempre con otro, el orden de la mirada, de la percepción, y éste no se satisface con aquello que se le entrega demasiado fácilmente: prefiere deambular, explorar e incluso jugar. El mismo cuadro de Berenguer une a la exactitud de la geometría el juego del trampantojo. La precisa construcción geométrica y el juego peregrino de la mirada son dos aspectos básicos de la pintura, también presentes en Sobre Post-Op de Fernando Clemente, quien, tras conversar con Lola Berenguer, propuso a otros autores y comisarió esta muestra.
¿Cuál es la clave de esta cita placentera entre geometría y percepción, orden y juego? Probablemente el ritmo. El ritmo no es mera alternancia entre llenos y vacíos, agradable vaivén de contrastes. El ritmo es el tiempo de la forma. No describe ni relata, sino, alojado en la forma, la aparta de lo inerte, la preserva viva, la hace vibrar en la sensibilidad del espectador. Así ocurre, por ejemplo, en la sutil Escalera de Cristóbal Quintero: al disminuir al mismo tiempo el tamaño de los travesaños y la separación entre cada uno de ellos y el siguiente, hace que los dos componentes de la perspectiva, longitud de los cuerpos y distancia a la que están situados, se refuercen mutuamente, con lo que la escalera se convierte en irónica émula de la torre de Babel. El ritmo, el tiempo de la forma, dispara la imaginación.
Así ocurre también en los concentrados objetos de José Miguel Pereñíguez, al convertir dos formas geométricas, dos polígonos (triángulo y paralelogramo) y unas líneas quebradas, en metáfora de la luz y el agua. En este caso además se rastrea la importancia de lo que suele llamarse fondo. Con demasiada frecuencia lo consideramos inerte, mero soporte de la figura. El fondo, sin embargo, es algo más, es aquello que, como ya sugería Riegl, se presta a la forma y la sostiene. Se ve con claridad en el Tangram de Miki Leal, que logra transformar el muro en el que aparece: recoge su firmeza y lo hace vibrar. Algo parecido consigue una de las piezas de Norberto Gil, me refiero a Snail House. Interior: es sin duda un cuadro, pero a la vez, por la exactitud de sus líneas y la de su contorno (al estar el lienzo en torno al bastidor pintado), es un objeto que altera y anima la pared que lo sostiene.
Esta llamada de atención sobre el poder del fondo la lleva a cabo Rubén Guerrero en una de las piezas que expone. La importancia que da Guerrero a los valores de superficie, a la pintura como bidimensional, se traduce aquí en el contraste entre los exactos rectángulos que labran el lienzo, como si de un murete de ladrillo se tratara, y los alborotados polígonos que los interrumpen y hacen pensar en una tela de araña o en el efecto de un golpe puntual y repentino.
Claro que también podría tomarse el cuadro como metáfora del encuentro entre la mano y la inteligencia humanas que disponen los espacios con una geometría y la naturaleza que los conforma con otra, la de la araña que no es por capricho signo de esa actividad mental que opera en nosotros al margen de la voluntad. Un contraste parecido es el que tiene lugar entre la propia geometría y la pintura: buenas muestras de él son los trabajos expuestos de Javier Parrilla (Casi máscara, Espejo) y de Ramón David Morales, en especial su Libreta con dibujos de la luna donde la sencilla precisión de la forma es como el contrapunto de cuanto suscita el título en la fantasía.
Al principio de estas líneas opuse al orden geométrico el de la mirada y añadí enseguida el de la percepción, porque muchas de estas obras, todas quizá, se dirigen al cuerpo y lo afectan. Es en realidad el sistema nervioso en su conjunto, el cuerpo en su totalidad, quien aborda el vagabundeo cómplice con la forma. Pero la presencia del cuerpo es más potente en obras como las de Mercedes Pimiento y Pablo Martínez Conradi: pese a diferir los módulos que estudian ambos autores (duros y consistentes en el primer caso, más obligados a la geometría en el segundo), en los dos las piezas requieren al tacto y al gesto, y suscitan la arriesgada frontera que separa al simple objeto de la obra. Este afán es aún mayor en Irma Álvarez Laviada, cuyos lienzos plegados y objetos específicos convierten aquella frontera en motivo para pensar qué es eso, que tanto nos inquieta, y solemos llamar arte. Es la fecundidad de esta muestra: cultiva la forma perceptiva y por ello da que pensar.
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