"El cinismo me interesa tan poco como la felicidad inamovible"
Jon Bilbao. Escritor
El autor asturiano reúne en 'Física familiar' sus primeros textos, hasta hace poco inencontrables, junto con cuentos hasta ahora dispersos e inéditos.
En el cuento que abre Física familiar (Salto de Página), un hombre cena con su mujer, una noche más, en una sobremesa aparentemente rutinaria, y recuerda, de repente, "cuando hablar [con ella] era como comer un pescado plagado de espinas, que te obliga a retener cada bocado durante lo que parece una eternidad, tamizándolo entre los dientes, sondeándolo con la lengua, a pesar de lo cual, después de tragar padeces unos instantes angustiosos a la espera de un pinchazo". Así se leen los libros de Jon Bilbao, que ha publicado novelas, algunas estupendas como El hermano de las moscas y especialmente Padres, hijos y primates, pero que al menos hasta ahora ha dado lo mejor de sí en en la narrativa breve y en esa distancia imprecisa entre el relato largo y la nouvelle, no muy cultivada en España pero sí en Estados Unidos por autores como Tobias Wolff, uno de los favoritos de este escritor nacido en Ribadesella (Asturias) en 1972.
"Una poética es siempre algo cambiante y no se trata de una descripción de tu trabajo, sino de lo que te gustaría que tu trabajo llegara a ser; por lo que explicitarla supone poner en evidencia tus fracasos. Tratando de no pillarme las manos, diré que no busco una mímesis del mundo en que vivimos sino plasmar una versión del mismo en la que haya un poco más de orden y menos de ruido de fondo, para así estudiar el comportamiento de determinados personajes en determinadas circunstancias. Se podría decir que lo que escribo, y en especial mis relatos, son pequeñas pruebas de laboratorio", dice el autor de Como una película de terror y Bajo el influjo del cometa, obras que se cuentan entre las colecciones de cuentos más brillantes y potentes de la última década en España.
Alguien definió el estilo de Jon Bilbao como "John Ford contando películas porque no le va el DVD". El autor, que admite la importancia del componente visual o cinematográfico en sus trabajos -"mucha, me temo"-, aporta sin embargo otras coordenadas -"la sobriedad de John Huston, la tensión de Hitchcock y lo enfermizo de Polanski"-, muy certeras, para entender el tono y el espíritu de sus relatos donde sus protagonistas, siempre en trance de romperse o estallar por dentro, se enfrentan a una amenaza con frecuencia incierta y siembre turbadora, atrapados en atmósferas cargadas de violencia latente, como electricidad estática flotando en el ambiente, aunque tambien, a veces, terriblemente física y arbitraria. En torno a la familia, a sus incógnitas y renuncias, gira Física familiar, su último libro, publicado como casi todos los suyos por Salto de Página.
-¿Por qué le interesó reunir todos estos textos de distintas épocas y procedencias?
-Este libro es un proyecto del que había hablado hace tiempo con la editorial. En un principio consideramos reeditar mi primera colección de cuentos, 3 Relatos; luego decidimos añadir cuentos que hubieran aparecido en antologías y se hallaran por tanto dispersos, y finalmente incluimos varios inéditos. El resultado se puede ver como un recorrido por mi forma de concebir el cuento a lo largo de los últimos diez años. Aunque los textos son variados en cuanto a estilo, localización... existe la unidad, oportunamente flexible, de las relaciones familiares, presentes en casi todos ellos.
-¿Cuál es su vínculo sentimental con esos primeros 3 Relatos y de qué manera se ve hoy reflejado en ellos como escritor?
-Estoy lo bastante orgulloso de aquellos cuentos como para haberlos reeditado. Releídos hoy, encuentro patente la influencia de ciertos autores estadounidenses (Cheever, Wolff...), influencias que posteriormente se han ido diluyendo, creo. En cuanto a mis temas recurrentes (la sospecha sistemática, los animales como portadores de un mensaje confuso...), lo esencial ya estaba allí.
-A menudo se le asocia a la literatura fantástica, porque ciertamente existe ese filtro en muchos de sus textos, pero de igual modo se le considera un escritor realista. ¿Cómo vive o de qué modo le sirve como esa tensión o asociación de presuntos contrarios?
-Me considero, en lo esencial, un escritor realista, aunque no tengo reparos en recurrir a elementos de la literatura de género (terror, noir, ciencia ficción…) para crear atmósferas y generar en los personajes unas respuestas que en condiciones normales sería difícil que se dieran. Pero lo que me interesa es explorar el comportamiento humano, no esos elementos de género.
-¿Diría que la infelicidad y la volubilidad de los sentimientos son los temas centrales de su literatura?
-De mi literatura y de la de cualquiera. La narración de la felicidad y de la estabilidad sentimental no tiene interés. Una narración requiere movimiento, no situaciones de equilibrio. Si queremos conflictos, peripecia, evolución, es necesario un personaje que persiga la satisfacción de una necesidad, que busque la felicidad, si queremos llamarlo así, o que luche por perpetuar esa felicidad ante una amenaza. Por eso me interesa explorar qué sucede cuando vemos todas nuestras necesidades satisfechas. Después de luchar largamente por conseguirlo, es difícil, sencillamente, sentarse a disfrutar. Existe algo así como una inercia de la inquietud, que te puede llevar a desear de repente algo más, o a sospechar que lo que tienes no es tan bueno como esperabas, o que hay algo falso o incluso peligroso en ello. Esta repentina insatisfacción puede llevar a acciones que causen que todo lo conseguido se desmorone como un castillo de naipes.
-Encuentro algo llamativo en sus libros: en muchos autores que hablan del amor y de los universos domésticos existe cierta tendencia al nihilismo sin matices que suele desembocar en cinismo. Pero no es ese su caso. ¿Es uno de sus esfuerzos conscientes el hecho de tratar no sólo de exponer heridas y problemas sino de mostrar también cómo vivir con todo ello?
-Así es. Rechazo el nihilismo como idea rectora tanto en la escritura como en la vida. Me parece falso, afectado y malsano. Y en lo literario, el anclaje en el cinismo, esa rendición a la insatisfacción, es tan poco interesante como la descripción de la felicidad inamovible de la que antes hablaba.
-En sus relatos suele haber violencia, de la clase que sea, que con frecuencia se manifiesta con forma de animal. ¿Qué otros elementos expresivos reconocería como obsesiones personales?
-Principalmente el estudio de una inquietud que no surge del objeto observado sino de la propia mirada. Si la inquietud reside en el objeto, no hay más que eliminar éste para solucionarlo todo; pero si reside en la mirada, al retirar el objeto la inquietud se traslada a lo siguiente que observe el personaje, y que puede ser algo, a priori, totalmente inofensivo.
-El eremita, el relato que cierra el libro, invita a pensar en que existe una crueldad intrínseca en el ser humano...
-Los relatos de Física familiar versan sobre las relaciones familiares, y El eremita no es una excepción. En este caso nos encontramos con alguien que ha dado la espalda de manera voluntaria a todo tipo de relación personal, lo que no deja de ser completamente legítimo. Pero más que buscar las razones que le llevaron a esa decisión, quería mostrar la actitud del resto de la gente frente a alguien así, a quien ven como un elemento anómalo, puede que peligroso. Dado que el eremita rechaza todo lo que los demás desean, su actitud puede interpretarse como desdén o insulto.
-Sus relatos constituyen una parte fundamental e imprescindible de su obra. ¿Cuál es su percepción de la narrativa breve en España y su evolución en los últimos años?
-No soy ni pesimista ni demasiado optimista. Se publican bastantes títulos al año, unos cuantos buenos y unos pocos muy buenos, siendo de agradecer la diversidad de temas, estilos e influencias. Por otro lado, los lectores siguen prefiriendo las novelas. No sé si es una cuestión de educación lectora, de escasez de promoción o de algo más. Lo único que está en mano de los escritores es escribir buenos libros. A nadie le gustan los quejicas.
-Muchos de sus relatos tienen esa extensión media, difícil de medir, entre el relato largo y la novela corta. ¿Por qué cree que tiende a ese tipo de relato y qué le ofrece como escritor?
-Cada vez estoy más convencido de que los relatos se tienen que parecer más a las novelas y las novelas a los relatos. Es decir, en los relatos prefiero evitar las estructuras habituales de este género, dictadas por los innumerables decálogos y reglas magistrales existentes, y buscar una libertad más propia de la novela. Por otro lado, no me gustan las novelas donde el autor escribe por escribir; en este caso prefiero la concisión del relato. Al moverme en extensiones próximas a la nouvelle puedo combinar lo que, a mi juicio, es lo mejor de ambos géneros.
-¿Ha tenido tanta influencia como parece la narrativa estadounidense en su literatura? ¿Qué canon personal explicaría de algún modo los libros que escribe?
-El canon personal es cambiante; continuamente se añaden libros nuevos y reniegas de otros que en algún momento te parecieron importantes. Por otro lado, no sólo lo conforman libros, sino también cómics, cuadros, películas... Entre los libros que a pesar del paso de los años sigo releyendo están: Moby Dick de Melville, las tragedias de Shakespeare, Salambó de Flaubert, Meridiano de sangre de Cormac McCarthy, Historia natural de Plinio, los relatos de John Cheever, todo Ramiro Pinilla...
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